Cartas al director

Cartas al director

Señor director:

Luego de que miles de civiles iraquíes murieran y se lanzara gran cantidad de bombas, con el consecuente sufrimiento y ruinas, ahora resulta que las llamadas armas de destrucción masiva, argumento que Estados Unidos y el Reino Unido enarbolaron para justificar la guerra contra Irak, no aparecen por ninguna parte.

Según el servicio de inteligencia de Estados Unidos, Saddam poseía 25,000 litros de antrax, 38,000 libros de toxinas bacteriológicas, 500 toneladas de gases venenosos y casi 30,000 misiles capaces de transportar armas químicas. También unos 18 camiones laboratorios desde los cuales, supuestamente, se podían producir sustancias tóxicas y venenosas.

Los analistas no desmayaban, y nos introducían en una guerra donde miles de soldados con máscaras sucumbían ante bombas venenosas que los paralizaban al instante. En Inglaterra salió la versión de que el presidente iraquí podía atacar en sólo cuarenta y cinco minutos.

Así, los días previos a las primeras bombas, mientras la sede de las Naciones Unidas ardía, los funcionarios de Bush-Condolezza Rice, encargada de Seguridad; el secretario de Estado Colin Powell; George Tenet, director de la CIA; Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, entre otros- desfilaban ante la televisión en donde derramaban su copa de ira atizando la guerra.

Es inolvidable la imagen de Colin Powell durante un discurso ante la ONU el martes 5 de febrero del año pasado, en donde con un frasco en la mano, hablaba de las armas de destrucción masiva de Irak. Y el sábado de esa misma semana tronaba Bush en un discurso a la nación.

En su discurso Bush acusaba al régimen de Saddam de violar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, de ocultar armas prohibidas, de tratar de obtener equipo para fabricar bombas nucleares y de dar asilo a miembros de Al Qaeda, grupo al que se vincula con los atentados del 11 de septiembre del 2001 contra el World Trade Center y el Pentágono.

El alba del 20 de marzo del 2003 una lluvia de bombas caía sobre Bagdad, iniciando lo que fuentes del Pentágono denominaron ataque de «decapitación» contra el líder iraquí Saddam Hussein. Y comenzó aquel Holocausto.

Hoy, cuando en Irak hay sectores donde no queda más que piedra sobre piedra, y Bush monta el caballo de la reelección, surgen las espinas en el camino: ¿y las armas de destrucción masiva que tenían Saddam? El primero en sembrar la cizaña fue el exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O`Neill, quien a principios de enero de este año lanzó un libro donde sostiene que «la decisión de Bush atacar a Irak estaba tomada mucho antes de los ataques del 11 de septiembre».

A este le siguió David Kay, el ex jefe del grupo de inspección en la búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak, quien el 28 de enero afirmó que «todos estábamos equivocados», en referencia a la existencia de este tipo de municiones en sueldo iraquí. Kay provocó un gran revuelo entre los senadores que escucharon su palabras.

Luego tomó la pelota el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, quien a inicio de este mes tuvo este infeliz despacho: «existe la teoría de que las armas de destrucción masiva pudieron no existir al inicio de la guerra. Supongo que eso es posible, pero improbable». Y peor aún fue el discurso del director de la CIA, George Tenet.

Acorralado, con un candidato demócrata como John Kerry, que se perfila como un buen competidor, Bush ha tratado de cortar el combustible a una campaña demócrata que no desmayará en tratar de sacar provecho al caso de Irak.

Así, Bush ha ido quedando desarmado y en su último discurso, justificó la guerra alegando que Saddam tenía la capacidad de fabricar las susodichas armas, dándole un giro al polémico tema. Bajo todas estas presiones, el inquilino actual de la Casa Blanca necesitara un buen arsenal, no para borrar otro país, sino para enfrentar una opinión pública insatisfecha y una muy cerca campaña electoral.

Atentamente,

José Núñez

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