Cartas al director

Cartas al director

[b]Señor Director:[/b]

Con todo el respeto que se merece su Eminencia Rerevendísima Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, y en mi condición de católico fiel que he sido toda la vida permítame expresarle lo siguiente:

Querido Cardenal, estamos plenamente seguros que producto de un desbordamiento emocional usted ha expresado juicios que consideramos un poco radicales en contra del ingeniero Hipólito Mejía y su gobierno, quizás sin darse cuenta ha estado cortejando el terreno de lo injusto.

Los problemas del país, querido Cardenal, todo el pueblo sensato y católico los reconocemos. Pero también reconocemos que el ingeniero Hipólito Mejía y su gobierno no son los culpables de esta crisis, sino que se debe a factores externos que todos conocemos, y en el aspecto interno a situaciones arrastradas desde hace varios años y que el gobierno anterior no tuvo el coraje de enfrentar haciendo la cirugía cuando había que hacerla, y le ha tocado al ingeniero Hipólito Mejía, hombre firme y de coraje a toda prueba, enfrentar la situación y hacer las cirugías donde ha tenido que hacerlas sin dejarse chantajear por los sectores que siempre han manejado el país como una propiedad privada de ellos, manejando a los gobernantes como simples capataces a su servicio.

Querido y respetado Cardenal: dice un viejo refrán que corría de boca en boca entre nuestros abuelos, que la vela no podía alejarse mucho del altar porque no lo alumbraba, pero tampoco acercarse mucho porque lo quemaba. Ante esta situación nosotros católicos militantes tradicionales, creemos que usted ha alejado tanto la vela de nuestro altar que ya no nos alumbra, en estos momentos que tanto necesitamos de su luz cargada de paz, justicia y un equilibrio justo.

También su eminencia Reverendísima, usted sin que esta sea su intención, está arrojando grandes rocas al camino de personas que han sido fieles seguidores y servidores de nuestra madre iglesia católica, apostólica y romana, y al mismo tiempo arándole y limpiándole el camino a los que han sido tradicionales indiferentes para no decir enemigos de nuestra santa madre iglesia católica.

Eminencia Reverendísima: con todo el respeto y la devoción que siempre le hemos prodigado los católicos, les pedimos que reflexione un poquito acerca de esto.

Pidiéndole su santa bendición.

Se inclina reverentemente ante usted.

Pedro Pablo González

[b]A los responsables[/b]

[b]Señor director:[/b]

Sumergida en la vorágine de esta post-modernidad, bullicio apabullante de ideas, teorías y valores cuyo sospechado fin es inculcar que todo es válido y que cualquier cosa es nada, me resisto dejarme arrastrar.

Esta vez quiero pelear contracorriente, sólo por un símbolo: la bandera.

En el corto espacio de la cosa a la oficina, en un área privilegiada de la ciudad, me ofende ver el maltrato, la desconsideración y el irrespeto, que padece este símbolo patrio.

La he visto izada en estado deplorable, vergonzosamente sucia y deshecha, en los frentes de empresas prestigiosas de transporte, en renombrada academia del idioma francas. La he visto puesta en ridículo por su colocación y tamaño. Minúscula frente a (o más bien por debajo de) grotescos armatostes simulando neveras de determinada bebida alcohólica o enormes moles de concretos, expresiones de grandes poderes económicos. Todo ante la aparente indiferencia de todos o con la indignación apagada de algunos, pero, sin lugar a dudas, con la abierta indolencia de los «Responsables Directos».

Entiendo que este discurso suene raro y raquítico en este gigantesco sancocho cultural de nuestros tiempos, donde eso de país y de símbolos está desfasado. Pero, por favor, a ustedes, los «responsables directos» de esta situación, les solicito que mientras no desaparezca la nación, corrijan esta desvergüenza.

Si no tienen que poner la bandera, no lo hagan. Si lo tienen que hacer, o quieren hacerlo, adelante, pero háganlo con respeto. Instalen las astas a las alturas correctas y proporcionales, usen banderas nuevas y limpias y si hay que modificar las leyes o regulaciones, háganlo pero que no se repita tan visible y penoso espectáculo. Finalmente quien tenga autoridad para aplicar sanción, ocúpese de eso.

Para los dominicanos que nos duele esta nación, poner a ondear la bandera es una muestra de orgullo y para los extranjeros («locales» o externos), que aquí son tan bien acogidos, debe ser un gesto de respeto. En ambos casos, el hecho de izar la bandera debe estar a la altura de esas expresiones.

Atentamente,

Norka Michelén

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