Cartas al director

Cartas al director

Señor director:
Hace algún tiempo, tiempo que para la historia es ninguno, pero para la vida de los hombres que forjan precisamente la historia, es lo que bien podríamos llamar: «algún tiempo»; tuve a bien lanzar un par de llamados por estos mismos medios, clamando en favor de intentar tocar las fibras de la sensibilidad de las autoridades de turno para que acudiera a corresponder con la altamente merecida atención hacia un más que harto merecido Servidor Público: Don Jorge Martínez Lavandier.

Luego de publicado los mencionados artículos, recibí un verdadero cúmulo de llamadas interesadas inquiriendo sobre el estado y lugar en donde se encontraba este gran Servidor Público. Por entonces, serví las informaciones a los interesados reales y nobles y hoy ya sabiendo que Don Jorge Martínez Lavandier no está, siento que por una buena parte le reporté una pequeña extensión en sus días, sin que él lo llegara a saber. Esto me ha hecho sentir Paz, pues una muy buena parte del legajo de honestidad, sabiduría y sinceridad profesada a través de un trato siempre afable, me inclinaron libremente a ser ejecutor de lo expuesto..

Don Jorge Martínez Lavandier sin ninguna prestancia le colocó una dimensión sin límites a la moral que funcionario público alguno (pocos, pero los han habidos), haya podido y logrado sustentar, no solo por haber ocupado la Dirección General de Aduanas, por más de una ocasión. No sólo por haber ocupado le Dirección General de Rentas Internas (Hoy Dirección General de Impuestos Internos), por más de una ocasión. No sólo por haber ocupado la Administración General del Banco Agrícola. No sólo por haber desarrollado un ejercicio en la judicatura tanto en labores públicas como privadas, hasta en algún tiempo en donde el temple y su insobornable actitud constituían un desafío al sistema imperante donde sus manos y mucho menos su conciencia jamás se mancharon, sobre todo, sin faltar a la responsabilidad.

La templanza hacia la honradez no la encontró Don Jorge en los cargos que ocupó y ejerció, él las llevó a ellos y supo abrir surcos y regar semillas que han germinado en el corazón de muchos hombres y mujeres.

El coste de una labor tesonera en un país en donde se premia la corrupción con altas creces y privilegios, el pago social parece ser el olvido y la ingratitud, luego de haberse nutrido de la savia que emanara de su pulcra y granítica honestidad de hombre primero y Servidor Público luego.

Ya Don Jorge Martínez Lavandier no habrá de necesitar de peticiones y favores de los hombres que en el plano terrenal pudieron cosechar en abundancia sobre el surco labrado a través del celo inquebrantable de su monolítica honradez.

Puede que hasta sea cierto que a los hombres les falta apelar al baúl de los recuerdos, para en algún momento recordar la palabra «Hermano». Parece que no hace falta, pues total, así es la vida.

Puedo sin embargo afirmar con certeza diánica y más aún plena; La llamada de Don Jorge responde al encuentro con que le dio la visión y fortaleza plena para que lograra ser como fuñe. Para que sus pasos fueran en su vida terrenal parte del ejemplo acrisolado que reclama y necesita esta patria de Duarte, del que fue émulo Don Jorge Martínez Lavandier.

Permítanme decirlo: Con él no se nos fué la Honradez, todo lo contrario, se eleva, para darnos su luz, ¡Don Jorgito, su «Mensaje» ha llegado a muchos y será lo que usted deseó siempre.

¡Descanse en la Santa Paz que el Hacedor Supremo de seguro le ha reservado en un lugar de verdadero privilegio: el de los justos!

Atentamente,
Atahualpa Soñé

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