CARTAS AL DIRECTOR
Ante una muerte

CARTAS AL DIRECTOR <BR>Ante una muerte

Señor director:
Nunca imaginé que asistiría a unos funerales tan sentidos y emotivos. Eran las exequias de la señora Amelia Sánchez de Medina (Doña Negrita) madre de nueve hijos entre lo que se destaca mi entrañable compañero y amigo Danilo Medina, Secretario de la Presidencia.

No fueron las expresiones de solidaridad de todo el gobierno en sus diferentes dimensiones.

No fueron las actitudes de confraternización de todos los partidos políticos de la nación cuyos rostros en algún momento los vimos junto al licenciado Danilo Medina y sus familiares.

Tampoco fueron las decenas de coronas de flores que los empresarios junto a las instituciones de la sociedad civil enviaron al campo santo en donde serían depositados los restos de quien en vida se llamó Amelia Sánchez.

No, lo que consternó en el acto fúnebre fue el conocer las condiciones de abnegación y de santa que tenía esta humilde mujer las cuales fueron reveladas por su hijo al momento de pronunciar el panegírico.

Expresó compungido el licenciado Danilo Medina que aunque su madre había fallecido el martes 7 del presente mes, él sentía que ella había dejado de vivir en el año 1961 cuando a su hijo por un descuido médico le inyectaran penicilina siendo este alérgico a la misma lo cual le provocó la muerte.

Agregó que su madre doña Negrita, después del fallecimiento de su hermano Guillermo jamás conoció la dicha ni tampoco la alegría.

Recordó Danilo Medina que cuando pequeño siempre veía a su madre llorar a solas y que si alguien mencionaba el nombre de Guillermo, su difunto hijo, de una manera irrefrenable prorrumpía en llantos.

Enfatizaba que era fácil darse cuenta de que después de aquel aciago día en que muriera Guillermo la vida para su madre no tenía sentido y es por la misma razón que se refugia en el cristianismo y convierte en su himno el cántico bíblico que expresa: «Cuando el Señor pase lista yo feliz mi nombre diré».

Pidió a sus hermanos y familiares que en vez de tristeza y dolor deberían sentir satisfacción y alegría porque su madre regresaba a su origen que era en donde quería estar.

Fue ahora junto al sarcófago que conocimos a esta sublime indulgente mujer que a pesar de llevar durante más de cuarenta años su alma ahogada en penas y tristeza fue capaz sin embargo de levantar junto a su compañero el señor Juan Pablo Medina sus restantes ocho hijos de una manera ejemplar, para beneficio de nuestra sociedad.

Todos los que estuvimos cerca de Danilo y escuchamos sus palabras hubimos de llorar incluyendo a los hombres de quepis y arma al cinto.

No era para menos, a la madre que se despedía no era una madre cualquiera.

Nada puede hacerse para mitigar en estos momentos la tristeza y la angustia que embarga a estos ocho hijos y sus allegados.

Solo compensa quizás, el saber que de la misma manera que la dicha, la alegría y la bienaventuranza son atributos exclusivos de los seres humanos, de esa misma manera la tristeza, la angustia y la desdicha están como contraparte de estas en la vida del hombre y como tal, tenemos que enfrentarlas con valor y dignidad.

Paz a sus restos…

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