CARTAS AL DIRECTOR
Aprendizaje en el niño

CARTAS AL DIRECTOR <BR>Aprendizaje en el niño

Señor director:
Cuando los niños alcanzan la edad que ha de conducirlos hacia las aulas, empezamos a destacar que no constituyen una página en blanco, pues son muchos los elementos que no denuncian dicha situación.

Al entrar en edad escolar los niños inician un proceso que clama por sus propias predisposiciones y que la educación asume el papel de orquestar y organizar. Esto se ha de producir tanto en los niños cuyos desarrollos se producen de manera sana y normal, como en aquellos en que pueda acusarse algún rasgo de debilidad en algún aspecto.

La mayoría de los padres sostienen un gran entusiasmo en aras de lo significativo que resulta la escuela, pero debemos señalar que aunque se haya alcanzado la edad escolar no puede hacerse mucho en dar inicio a las asignaturas escolares, pues la asistencia a la primera clase elemental no se encuentra al principio, sino, a cierta distancia.

Hay que dar pasos en un largo camino hasta lograr plantear a los niños aquellas exigencias que un niño normal puede ser capaz de resolver, por lo que muchos no logran llegar hasta dicha meta. Sin embargo, esto no debe oscurecer la visión propuesta por la mágica labor del maestro, aún cuando las dificultades del niño aparezcan en proporciones muy evidentes.

Todos los intentos de educar a un niño, sea sano o deficiente se basa en una modificación de su modo de vida anterior. Se ha de tratar de elevar el grado de acción del niño hacia su inserción en la sociedad, de tal modo que resulte admisible sin perjudicarles, sin que pasen a ser ignoradas, sino aceptadas y hasta en muchos casos útiles.

Deben crearse las premisas que faciliten la educación por muy sencilla que la misma resulte dentro de un pequeño grupo de niños del mismo tipo. El niño debe educado o costumbrado para que aplique sus modestas fuerzas y sus capacidades. Debe ser acostumbrado a seguir las ordenaciones y realizar sus pequeños deberes lo mejor que le permita su capacidad.

En todos los niños, hemos de pretender de manera secundaria, pues el desarrollo tiende hacia dicho fin y sólo requiere una cierta orientación y un ligero pulido. Es así que las débiles mentales al sufrir retraso en el desarrollo general dicha solución se encuentra enmarcada en medidas adecuadas. Dejar crecer en el débil mental no conduce hacia ningún fin, ni en lo intelectual, ni en lo manual, ni mucho menos en lo caracterológico.

En el débil mental se perfila la ausencia de la experiencia que da el plano exploratorio del medio ambiente, que por lo regular el niño sano recibe a cada momento. Cada momento de vigilia el niño sano la dedica a la investigación de su medio.

Toda la gama de descubrimiento y averiguaciones que el niño obtiene por el juego son muy valiosos por su diversidad y su gran irregularidad, además, que no incluyen el cansancio.

Al niño débil mental le falta esa formación natural. Su grado de interés por el medio suele ser muy escaso. No posee esa tendencia invencible de investigar el mundo en que vive, ni siquiera a sí mismo, ni de entender, ni de dominar. Sus reacciones resultan débiles.

Los educadores ante esa realidad deben educarlos en un saber práctico de la vida. Debemos prepararlos inmediatamente a la vida ya que estos niños apenas aprenden poco por el camino de la analogía. No logran aprender tampoco por las líneas de los prejuicios, por tal razón, todo lo que han de saber más tarde, tenemos que hacerlo, experimentarlo en cuanto esto le sea posible.

Lo que repite de manera constante, es también lo que aprende el niño débil mental. Esta y otras múltiples razones, nos colocan en plano del inicio de estas cuartillas, para de nuevo hacer hincapié en el entusiasmo paternal sobre los elementos que se acotan en el plano de los aprestos del aprendizaje de cada uno de nuestros niños.

Si nos resulta fortalecedor e importante el verlos crecer sanos y fuertes, más nos resultará saber que esas potenciales fuerzas se encuentran en el plano y dirección de su correcto y debido desarrollo.

Atentamente,

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