CARTAS AL DIRECTOR
Corruptos

CARTAS AL DIRECTOR <BR>Corruptos

Señor director:
Nos los encontramos en casi todas partes. Llaman la atención por su modo de exhibir sus bienes. La yipeta del año, la ropa de marca, el reloj Rolex. Asisten a los restaurantes más exclusivos. Piden vinos caros en la comidas y añoran su Caballo Blanco. Son conocidos y van a los programas de entrevistas por televisión. En política son un arco iris: rojos, blancos, morados, verdes, amarillos, ¿azules y oliva?; en fin todos los colores de nuestro espectro político-social. Son los corruptos.

Van a los sitios públicos de primera con sus esposas y sus queridas. Estas últimas gozan de apartamento de los que otorga el gobierno, vehículo de buena marca y dinero para cubrir todas sus necesidades.

Su situación económica les ha ganado el respeto social y pertenecen a los más prestigiosos clubes, Naco, Country, etc. La prensa destaca las actividades de ellos y sus familias. Los hombres serios los saludan y comparten con ellos.

Viajaban con frecuencia al exterior. Tienen guardaespaldas y se ríen del Club de los Pendejos de Mckinney.

Son el producto de una sociedad que se desintegra donde todo el mundo «se la busca». Donde los valores tradicionales se han perdido. Donde los que abogamos por respeto a las normas de convivencia estamos «pasaos». Una sociedad en la cual cuando alcanzas alguna posición de dirección en una dependencia del estado con un salario que solo da para cubrir las necesidades básicas, muchos se te acercan y con un gesto de complicidad te felicitan y te dicen, «esta es tu oportunidad para «hacerte», y si sales en la misma posición económica con que entraste te tildan de pendejo.

Las instituciones que tradicionalmente se publicitaban como baluartes de la diafanidad (partidos, justicia, religiones, prensa, etc.) han sucumbido y hemos visto cómo se infectan con corruptos sin que nada se haga para curar el mal.

Siempre he creído que los hombres serios se clasifican en pasivos o activos.

Los primeros son incapaces de cometer la más mínima acción dolosa no importa si los observan o no. Su educación los preparó para ser inmaculados.

Usted y yo los conocemos. Son tus familiares, tus vecinos y muchos de los que te rodean.

Los segundos, los serios activos, son una especie rara. Tienen todas las cualidades de los anteriores pero agregan una sumamente molesta: no soportan a los corruptos. Cuando descubren algo indebido lo denuncian, lo persiguen, tratan de que sean sancionados en alguna forma. Los pasivos viven su seriedad en una esfera aislada para no contaminarse. Los otros terminan siendo desagradables para muchos y a veces soportan agresiones.

Probablemente Euri sea solo un ejemplo reciente.

Para ser corrupto no es necesario hacer cosas ilegales. La corrupción llega a través de asignar obras a amigos, socios y familiares con la consabida participación al funcionario, el grado a grado, el nepotismo, el contrabando a través de aduanas, la venta a precio de «liquidación» y compra de artículos del Estado con el bendito 10%, la asignación de sumas exorbitantes para gastos, la compra de votos para una ley, pensión, reglamento o dispositivo a senadores, diputados, síndicos y regidores. Y así nace el hombre del maletín.

Al organismo encargado de la prevención de la corrupción se le ha hecho difícil llevar a la justicia a elementos que por el desarrollo de su fortuna han pasado de «desbarataos» a «tutumpotes». El primero de los directores del DEPRECO en el anterior gobierno del PLD renunció y el pasado del PRD se dedicó a la persecución política desacreditando ese organismo. Se les exige declaración de bienes a funcionarios y legisladores, pero a los pocos que lo hacen no hay cómo obligarlos a justificar su fortuna después de pasar por el cargo. Los que deben sancionarlos se hacen de la vista gorda y conviven con ellos no importa que se llamen PRD, PRSC, PLD o cualquier otra sigla de las que abundan.

He observado que algunos dirigentes empresariales se pronuncian contra la corrupción y se les olvida que especular con las mercancías, la venta de éstas a precios con ganancias exorbitantes en perjuicio de las mayorías y la evasión de impuestos a través de dobles contabilidades y subterfugios en las declaraciones aduanales, son formas de corrupción.

Los que violan la ley están seguros ya que siempre habrá algún estamento de poder para defenderlo o algún juez dispuesto (razones de peso por el medio) a dictar una sentencia complaciente. Los expedientes se extravían, los presos se pierden dentro de las cárceles y todo esto ocurre ante la mirada de las autoridades y de un pueblo que obligado a subsistir en el día a día ha perdido la capacidad de reacción.

Esto explica que hombres y mujeres a los que todos les reconocemos su seriedad compartan con los «mercachifles de la vagabundería», como diría el gran amigo ya ido Dato Pagán. Los lideres del gobierno y de la oposición miran para otro lado cuando tienen que juzgarlos o aducen motivaciones de carácter político para aceptarlos. No es necesario mencionar a los corruptos por sus nombres. Cada uno de nosotros tiene sus favoritos. Haga su lista y rechácelos.

Atentamente,

Héctor Báez Tizol

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