CARTAS AL DIRECTOR
De García Fernández

CARTAS AL DIRECTOR <BR>De García Fernández

Señor director:
La lectura hoy, como cada día, de la orientadora columna Coctelera, que hace referencia al reconocimiento que me concedieran los rectores de la Red de Macrouniversidades Públicas de América Latina y el Caribe, me obliga al deber de agradecerle sinceramente el trato que en la misma se me dispensa.

Pero al hacerlo, señor director, me mueve también el deseo de dejar en su ánimo que tanto éste como cualquier otro que se me haya otorgado, o que se me conceda en un futuro, sea aquí que en el extranjero, lo he recibido y lo recibiré siempre como un humilde dominicano, hijo orgulloso y devoto de Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, así como del pueblo dominicano y de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD, merecedores verdaderos, a quienes se los dedico en mi pensamiento y con mi corazón.

Muchas gracias por su deferencia hacia nuestra persona.

Atentamente,
Doctor Porfirio García Fernández

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Manos duras, ¿para qué?

Señor director:

Que no hayamos identificado un liderazgo auténtico no significa que estemos necesitando un hombre de manos duras. Las conclusiones de una encuesta en ese sentido, revelada recientemente, no resiste la más leve ponderación y estudio. El mentís está en la necesidad de una paz alimentada por la justicia, basada exclusivamente en el imperio de la ley.

Con el siglo XX debió haber partido el autoritarismo. ¿No ocurrió así? El amplio y concluyente informe del PNUD sobre desarrollo humano en nuestro país señala el autoritarismo como uno de los obstáculos para logra un desarrollo sostenible e incluyente.

Cuando la fuerza se impone a la razón, la Justicia se va de vacaciones para dar paso a una dictadura. Cuarenta años no pueden borrar de la memoria de los dominicanos el daño provocado por el poder absoluto.

La familia dominicana demanda seguridad y tranquilidad. El crecimiento de la delincuencia y desorden afectan la vida cotidiana, el sano entretenimiento y la actividad productiva. Es una atribución del Estado combatirla. A menos que aceptemos su debilidad o involución como un hecho cierto, Lo cual no significa que debamos aceptar como unica salida improvisar una suerte de «dictador desfasado» o «déspota transitorio» para que haga lo que las leyes establecen.

El autoritarismo es un atajo tan lleno de peligro como la propia violencia que convive con la democracia y la libertad. Peor aún. Para que hayan unas manos fuertes debe haber miles y miles de brazos caídos, bocas cerradas, oídos sordos y ojos vendados. Sería como retroceder, no cuarenta, sino cien años atrás.

El camino seguro demanda esfuerzos. Y los dominicanos ya hemos hecho bastante para estar donde estamos. Por lo menos en término de libertades públicas, libre expresión y derechos ciudadanos.

Esa seguridad se consigue, si no con la persuasión y la educación, aplicando los medios represivos y coercitivos que la ley provee. Códigos actualizados no nos faltan. Antes que nada, los gobernantes deben dar el ejemplo, cumpliendo con el mandato de la ley.

Ahora bien, debemos reconocer que sin la presencia de un auténtico liderazgo, representativo de la sociedad, resulta difícil convocar sentimiento e ideas en torno a un propósito o para trasformarlos en obras necesarias y provechosas para todo el país.

Un liderazgo sereno y vigoroso debe estar tomando cuerpo y la forma que demanda la época. Su fortaleza deberá basarse en la creatividad, el buen sentido y en un genio emprendedor e innovador.

Si contáramos con un Juan el Bautista para anunciar el perfil de ese nuevo liderazgo, estas «buenas nuevas» estarían enfocadas a un individuo tan justo como sensible. Que, sacando de su discurso los lugares comunes, no devuelva el encanto del asombro y la sorpresa. Sin ser tan predecible como inocuo. Su sola presencia irradiaría, por supuesto, el respeto, la pasión y la admiración que no consiguen las manos duras presentadas ahora como una formula infalible y salvadora. «Horacio o que entre el mar». «Trujillo, benefactor y padre de la Patria Nueva».

Atentamente,
Eduardo Alvarez

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