CARTAS AL DIRECTOR
Exitos

CARTAS AL DIRECTOR <BR>Exitos

Señor director:
Los que creen que los emigrantes dominicanos carecen de disciplina, de vocación de estudio y deseos de superación, les convendría leer un artículo calzado con la firma de Samuel G. Freeman, publicado el pasado miércoles 5 de enero en The New York Times, en la sección educativa.

El artículo narra la siguiente historia. «En víspera de Navidad, la profesora Bette Kerr llegó presurosa antes de la hora de su cita para almorzar en un restaurante. Quería asegurarse de que el mesero le entregaría la cuenta a ella. No iba a permitir que una ex alumna, como Mirkeya Capellán, por más exitosa que fuera, pagara el almuerzo.

«Ellas habían estado hablando de ese encuentro durante más de seis años. Justamente desde que la profesora Kerr ser jubilo del Hostos Community College en el Bronx, y Capellán se había transformado desde una silvestre y azorada inmigrante a una consultora de tecnología de la información, con una maestría y Mercedes Benz incluido.

«Minutos después, Capellán llegó, pero de inmediato salió con la excusa de que había olvidado algo afuera. Retornó un momento después acompañada de 17 ex alumnos reunidos secretamente para sorprender y agradecer a la profesora Kerr y a su colega Lewis Levine. Casi todos los miembros del grupo habían llegado a Estados Unidos desde República Dominicana.

«Durante sus días de estudiantes, el profesor Levine les había impartido clases de inglés intensivas y aceleradas en diferentes cursos del programa de Inglés como segunda lengua. Les exigía leer The New York Times y visitar el Museo Metropolitano de Arte. Fingía no entender español, pese a que comprendía cada una de las malas palabras que sus alumnos pronunciaban cuando les devolvía sus trabajos cubiertos con tantas correcciones en tinta roja que ellos lo equiparaban a un arbolito de navidad.

«La profesora Kerr cosecho lo mejor de los alumnos de Levine y desde su puesto de consejera académica los entrenó para que ellos fueran a su vez asesoraran a otros estudiantes universitarios. Imponía reglas de la vieja usanza, desde erradicar la goma de mascar, vestir jeans apretados o faltar a clases. La muerte era la única excusa para ausentarse de la clase de los martes por la tarde. Cuando llegó el tiempo en que los protegidos de la profesora Kerr concluyeron sus estudios en el Hostos Community College, ella se ocupaba de informarles sobre las oportunidades de becas universitarias. Escribió cartas de recomendación tan elogiosas para que pudieran ser admitidos que algunos estudiantes las enmarcaron.

«Aquellos antiguos estudiantes, reunidos un sábado previo a la Navidad, tenían muchas razones para agradecer a la profesora Kerr. Allí sentado estaba Robinson de Jesús, hijo de un barbero que solo llegó al segundo de primaria, y ahora trabaja como el auditor en una corporación. Próxima a el se encontraba Fénix Arias, quien llegó a Nueva York de 17 años, en 1993, sabiendo de inglés solo el estribillo de una canción que sonaba en la radio dominicana. Actualmente, ella es la directora de Exámenes académicos en York College.

«El conmovedor encuentro revela un fenómeno que trasciende los sentimientos particulares de los participantes. Testimonia el impresionante y poco divulgado éxito de los inmigrantes y estudiantes dominicanos en Educación Superior, específicamente en la ciudad de Nueva York, escalera legendaria de movilización social para anteriores olas de recién llegados.

«Casi de manera callada e invisible para la comunidad angloparlante, el porcentaje de dominicanos de 25 años o más con algún tipo de educación superior aumento más del doble desde 1980 al 2000. El porcentaje es de 35% para los dominicanos nacidos en Estados Unidos y 17% para los emigrantes dominicanos, de acuerdo a un estudio realizado por la profesora y socióloga Ramona Hernández, directora del Instituto de Estudios Dominicanos (CUNY). Para la generalidad de los estadounidenses el porcentaje de estudios superiores es de 52%. Estos logros ocurren pese a que entre los inscritos en CUNY son los dominicanos los que provienen de los hogares más pobres y cuentan con padres y madres menos educados.

«Obviamente, sin embargo, son esos padres quienes están invirtiendo en sus hijos impulsados por las clásicas aspiraciones de los inmigrantes. Nosotros vinimos a Estados Unidos para lograrlo, comenta la profesora Hernández, quien llego a Nueva York cuando era una adolescente. «Esto es lo que hay. Una, como inmigrante, tiene un deseo, una energía, un coraje».

«Los padres y madres de esos universitarios ocupan los puestos que los estadounidenses desdenan y reciben sueldos miserables. Identifican sus trabajos como el destino que quieren evitarle a toda costa a sus hijos. Apelan a un conocido aforismo dominicano: «No quiero que sean uno más del montón»…

El artículo de Freedman, titulado «Los dominicanos protagonizan historias de éxito a la americana», es largo y prolífico en detalles. Hemos querido compartirlo porque resulta estimulante y aleccionador descubrir que los y las dominicanas de allá triunfan como muchos de aquí. Tanto unos como otros evidencian la importancia de la perseverancia, el valor del trabajo y el sacrificio para lograr metas duraderas.

Atentamente,

Mario Koening

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