CARTAS AL DIRECTOR
Inversión de valores

CARTAS AL DIRECTOR <BR>Inversión de valores

Señor director:
Salí de educación y si Dios lo permite pienso abrazar la carrera de comunicadora, que siempre me ha gustado, por entender esa labor también educativa. Necesito adquirir conocimientos que me ayuden a ser diestra, principalmente en la escritura. Cada vez es mayor mi convencimiento de que esta actividad genera muchísimas críticas; buenas y destructivas.

Las críticas de los mesiánicos siempre son destructivas, estos “santos” con frecuencia en vez de escribir prefieren hablar, pero su preferencia no es al azar. Es que es muy fácil negar lo que se dice y difícil negar lo que se escribe. Los aludidos cuantas veces quieren pierden el sentido común; pero ellos pueden y nada le pasa, porque como si nada alegan lo siguiente: me mal interpretaron y niegan reiteradamente lo que afirmaron. Ignoran que las críticas aún siendo destructivas pueden ayudarnos a crecer en el aspecto humano y a entender que la perfección no existe.

Actualmente la inversión de valores es horripilante y ningún sector social está exento de culpa. A la gente la divido así: los indiferentes y temerosos no dan la cara por nadie, por no buscarse problemas. Los maledicientes están a sus anchas haciendo maldad, porque aquí las pocas veces que sancionan dizque para poner ejemplo es a los pobres. Los mesiánicos e intolerantes; son adictos a la tapadera, no “pierden” el sentido común y por eso nadie lo oirá jamás excusarse, a pesar de que en parte son responsables de que el país esté al garete y aparentemente sin brújula.

Hace tiempo elegí pertenecer al grupo de ser humano, que en ocasiones se equivocan, piden excusas, no se amilanan por temor, por maldad, por santidad ni por indiferencia. No acostumbro a mentir y asumo con responsabilidad los errores que comento, por eso no me inmutan las amenazas y los chantajes de los mesiánicos y sus acólitos. Cuantas veces pueda escribiré respecto a algunos males, que si no paran de crecer nos arroparan a todos; sin excepción.

La última vez que recibí el periódico Hoy (retiré la subscripción por problemas económicos) leí en la columna de Susana Morillo lo siguiente: estaba en otro país y compraba una boleta para asistir a una obra y le preguntaron su país de origen, respondió soy dominicana y con el tique que le entregaron tuvo que sentarse en un lugar donde casi no veía. Peor le pasó a una amiga mía que vive fuera, estaba en una fila y un señor le preguntó: ¿Cuál es tu nacionalidad? respondió dominicana a mucha honra, otro metió la cuchara y afirmó: usted es del país donde nadie sirve. Reaccionó como una leona y defendió las bondades de muchas gentes de este pueblo, pero no pudo convencer a quien con tono irónicos ripostó, usted no lee las noticias de su país…

Traigo estas anécdotas a colación, porque pueden ayudarnos a entender que la crisis moral nos afecta, sin importar estatus social ni el lugar donde estemos. Cuantas veces nos equivoquemos pidamos excusas y hablemos siempre la verdad, dejemos a un lado las poses y agarremos lo bueno que dice y hace cada quien y aunemos esfuerzos para adecentar esta sociedad. “Sembremos por doquier la semilla de la honestidad” y si algunas no germinan no busquemos flores hermosas para tapar su esterilidad, porque la verdad tarde o temprano resplandece como un sol.

Atentamente,

Lic. Teresa Gómez

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El vulgo

Señor director:

Esta carta tiene un propósito, un objetivo; pero en verdad se quiere vestir en ella con el ropaje de muchas reflexiones. Y serán ellas, unas reflexiones que se harán reiterativas.

Pues bien señor director, todo se debe a los juicios que de manera tosca, ordinariamente emiten las lenguas de doble filo. Sí, ¡qué cosa ésta!, las lenguas de doble filo de modo ordinario, toscamente argumentan y arguyen calificativos y calificaciones propios de el vulgo o (vulgom). Surgiendo así por su culpa la legión de los crucificados.”El vulgo aplaude cuando inventa el odio”. Y en tanto que desgarra sus homéricos laureles, al férvido Aristarco de Samotracia la gloria mancha con su amarga hiel.

El vulgo en sus iras tan solamente anhela ver de la ignominia en la afrentosa cruz, a cuanto no se arrastra, a cuanto vuela, a cuanto no es mentira, a cuatro es luz. El vulgo acusa a Fidias de vender mujeres; al gran Epaminondas de traidor; a Sócrates de darse a los placeres inmundos; al gran Epaminondas de traidor; a Sócrates de darse a los placeres inmundos; a Arístides el justo de impostor; a Catón de arrojar a las arenas a sus míseros esclavos; a Colón que el indio libre le forjó cadenas, cadenas que llevó en el corazón.

El vulgo acusa de avaro a Miguel Angel… al divino entre todos los genios, Rafael, de vender como torpe libertino por impúdicos besos su pincel.

El vulgo acusa de incestuoso o Moliere; de felón al dante; de ateo a Voltaire; de venal al enciclopédico Diderot.

¡Para todos la sátira infamante! ¡Para todos el látigo infernal!

¿A qué mártir, apóstol o profeta, a qué artista, guerrero o libertador, no le ha arrancado del vulgo la mordaz saeta de la calumnia, un grito de dolor?

Del “Vulgum” uno solo se encuentra inmaculado de infamias tantas en el gran festín.

Uno solo no está crucificado por las humanas víboras… ¡Caín!”

Sí… ¡Qué cosa ésta!

Atentamente,

J.A. Núñez Fernández.

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