CARTAS AL DIRECTOR
Legado de Wojtyla

CARTAS AL DIRECTOR <BR>Legado de Wojtyla

Señor director:
El hecho de que la vida y experiencia personal de Juan Pablo II aparece en una coyuntura excepcional de la historia del hombre, su reconocido ejemplo y mensaje de vida hay que verlos como huella indiscutible de cómo actúa la providencia divina y de lo que Dios quiere de nosotros en el futuro.

Lo primero es que Wojtyla desde su juventud profesa unos valores religiosos y culturales. Su fe y fidelidad a esos valores y creencias le permiten enfrentar airosamente los sistemas de fuerzas y opresión que se imponen en su patria, Polonia, en las primeras década de la mitad del siglo XX. Me refiero al fascismo y al socialismo comunista, ambos atropellantes de las potencialidades más nobles que reposan en el espíritu y el corazón humano. Pese a ello y a ese bestial atentado a la cultura de su patria y su religión, su principal legado no es el odio, sino su visión universal y respeto por todas las creencias y manifestaciones del espíritu humano.

Esto quiere decir que si bien el crecimiento del poder del mal, el odio y el error son grandes en la historia, no lograrán imponerse sobre el bien y las fraternidad. De ahí su gran fe y testimonio cuando decía a los polacos «no tengan miedo», frase que también repitió a toda la juventud del mundo, especialmente a los jóvenes y al pueblo cubano cuando entendía, desde la Plaza de la Revolución, que la patria de Martí debía abrirse al mundo con todas sus potencialidades, y, viceversa, el mundo abrirse a Cuba.

La grandeza y personalidad del carisma manifestado por el papa Wojtyla reside, me parece, en que mientras confiesa valientemente la identidad de su fe católica y su doctrina, reconoce los pecados y los errores de la Iglesia Institucional, de los que humildemente se atreve a pedir perdón a la humanidad toda. Lo perfecto es el cristianismo como cuerpo de dogmas y doctrinas que son invariables en el tiempo y el espacio, no los hombres que dirigen la iglesia y mucho menos la naturaleza humana.

De ahí el carisma y la autoridad con los que Juan Pablo II rechazó la llamada teología de la liberación, cuyo principal peligro es pretender temporalizar las enseñanzas y doctrina de Jesucristo para ponerla al servicio de una concepción política e ideológica sobre la sociedad. Es lo contrario, la misión del cristianismo y de las verdades divinas que encierra es inspirar y transformar la cultura, no dejarse asimilar por ésta o por ningún credo social o político como han pretendido algunos teólogos influenciados en América Latina por las teorías del marxismo.

Por supuesto, Wojtyla, muy lejos de crear una nueva teología, su evangelización incansable lo que ha hecho es remar a lo profundo de las aguas descubriéndonos el verdadero rostro y esencia de Dios. Recuerdo perfectamente su homilía en la emplanada del Faro a Colón, y cuyo contenido repitió incansablemente en su recorrido por otras latitudes del continente, en la que nos hizo hincapié en que Dios es una intimidad de familia, no una entidad de soledad, que forman el Padre, El Hijo y el Espíritu Santo. Y es por este misterio de amor que Dios se hace íntimo y presente en nuestros corazones.

Si el mundo se ha estremecido tras la muerte de Karol Wojtyla, cuya vida estuvo marcada desde su juventud hasta la hora de su muerte por el dolor y el sufrimiento, es porque él, verdadero pastor de almas, puede mostrarnos la belleza infinita del rostro ensangrentado de nuestro Dios, encarnado y hecho hombre por amor a todos los hombres. «Amén», como dijo el pastor antes de exhalar su último aliento de vida en este mundo.

Atentamente,

Luis Pantaleón C.

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