CARTAS AL DIRECTOR
¿Su diputado?

CARTAS AL DIRECTOR <BR>¿Su diputado?

Señor director:
La República Dominicana con sus asombrosos niveles de desigualdad y con su mediocre sistema de reparto económico, necesita como anestesia constante un sistema político representativo que sirva como válvula de escape a una población que soporta con hidalguía una suerte que no se merece.

Nuestra democracia es electoral, pero también no es participativa. Hace días que vengo preguntándole a colegas, amigos y compañeros. ¿Si conocen al diputado que los representa? ¿Si conocen cuales son sus posturas frente al TLC, frente al aumento salarial, frente a nuestro medio ambiente etc? La Cámara de Diputados ostenta la representación más fraccionada y por tanto más directa de nuestro Congreso. Y es este Congreso el órgano esencial de nuestra democracia, es para muchos el primer poder del Estado.

Ninguna de las personas que cuestione me supo contestar con información precisa. Esto describe uno de nuestros problemas como democracia. Nuestras decisiones políticas son tomadas sin el concurso de gran parte de nuestra población la cual en una combinación de indiferencia, ignorancia y cansancio simplemente no participa. Esta tendencia tiene sus excepciones en los grupos de presión empresarial, intelectual y sindical. Estos grupos de la sociedad civil hacen una labor crucial para ir logrando la transparencia de la que todavía carecemos. No obstante, estas tímidas muestras no son suficientes, pues son participaciones que no incluyen a los sectores que son indispensables para que nuestro sistema de gobierno rinda el efecto deseado. Debemos lograr que nuestras juntas de vecinos, que nuestros estudiantes y lo más importante que cada ciudadano se sienta en derecho de escribir o llamar a su Diputado con esperanza de influenciarlo. Cada Diputado debe ser un agente de comunicación entre su elector y su gobierno.

Nuestro sistema político asistencial, convierte a muchos de nuestros Diputados en promotores de acciones sociales que son loables y esenciales para que ellos sean electos. Sin embargo, con esos mecanismos de ayudas no se promueve la educación de los electores, no se involucran las habilidades de los electores en el trabajo legislativo, no se enriquece el debate, no se logra que las medidas que adopta el congreso sean fáciles de digerir por una población que sólo las conoce al momento de su aplicación. Cambiar esa realidad del desinterés de nuestra ciudadanía es una tarea ardua que tiene de frente toda una cultura de oscurantismo político, del cual se benefician fuerzas ancladas en un pasado inviable.

Ahora bien, el momento ha llegado para que esa tradición sea vencida. Ha llegado el momento porque nuestros liderazgos políticos saben que sin una efectiva conexión con sus electores podrían llegar a ser irrelevantes. Ha llegado el momento porque nuestros empresarios saben que no podrán competir con sus homólogos extranjeros si ellos no son parte de un órgano social cohesionado en el que los estallidos sociales no sean posibles. ¿Y qué mejor forma de evitar un estallido social, que haciendo partícipes del diseño de nuestras leyes y nuestros tributos a quienes sufren el yugo de su aplicación?

Nuestros diputados no pueden llevar a cabo estas transformaciones solos. Y lo primero para lograrlas es averiguar quien nos representa en el congreso, que piensa y como actúa. Luego deberemos decidir si necesitamos llevar a ese órgano gente nueva y gente que vean en nuestro horizonte un congreso que se ocupe de educar e informar sobre sus decisiones. Decisiones estas que serán tomadas con un concurso amplio que de por sí motivará la participación de sectores cruciales que hoy están ausentes.

Atentamente,
Eduardo Sanz Lovatón

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