CARTAS AL DIRECTOR
González Tamayo

CARTAS AL DIRECTOR<BR>González Tamayo

Señor director:
Luego de su sentido fallecimiento, muchos dominicanos empiezan a descubrir el ser excepcional que fuera el ex vicepresidente constitucional, doctor Segundo Armando González Tamayo. Aparentemente desconocido para muchos, incluso para parte del liderazgo contemporáneo de los partidos políticos, de él puede decirse que predicó con el ejemplo, no solo en su breve, pero honesta vida política, sino también en el ejercicio de lo que fuera su pasión: la medicina, la cual ejerció cumpliendo el juramento hipocrático.

Pero no solo fue honesto como político, sino también como vicepresidente, en una época de golpes y conspiraciones que aceptaron una estocada mortal a la naciente democracia. Su respeto al juramento hecho el 27 de Febrero del 1963, nunca menguó, ni se presentó para traicionar a su Presidente, más por el contrario, en los escasos siete meses de ejercicio en el cargo, dio muestras de madurez política. Basta revisar los periódicos de la época. Ni en el ejercicio vicepresidencial, ni en el exilio, ni después, cuando muchos acuñaron fortunas tratando de denostar la honra del escritor y político; González Tamayo, aunque retirado de la policía, dejó de ser leal a su Presidente, como gustaba llamarle a Bosch.

Una tarde de Septiembre del año 1999, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, dirigida en ese entonces por el Licenciado Juan Martínez, convocó par el acto de puesta en circulación de un video como parte del 35 aniversario de la conmemoración del golpe de estado contra el gobierno constitucional de 1963. En un rincón del salón, acompañado de su amada esposa, atento estaba el ex vicepresidente, testigo excepcional de todo cuando vivió el país desde la elección, hasta el derrocamiento del Presidente Juan Bosch. Pidió la palabra para confirmar una revelación que momentos antes había hecho el comentarista de televisión Dr. Salvador Pittaluga Nivar, la cual ha vuelto a recordar en una reciente artículo de prensa: El Golpe de Estado contra el profesor Juan Bosch, estaba decidido desde el mismo instante en que se dieron a conocer los resultados incuestionables de su elección presidencial.

Bosch, consciente de la situación, trató de ganar el mayor tiempo posible para que el pueblo dominicano probara las bondades de la democracia plena, la amara y por consecuencia la defendiera. Por eso, al llegar al Palacio Nacional, sus primeras palabras al Vicepresidente González Tamayo, fueron: «vicepresidente, recuerde que estamos tumbados…». Ya antes le había confiado a Pittaluga Nivar que ese tiempo que quería ganar, era para «sembrar la Democracia en el país».

Cuando González Tamayo tomó la palabra Avelino García, uno de los más acuciosos periodistas de esta generación, logró una declaración en exclusiva para el canal televisivo en que laboraba. Desde esa noche nació en él una admiración especial hacia el ex vicepresidente. Fue de las pocas dadas por González Tamayo. Ahora que se ha ido a descansar y cuando el Dr. Pittaluga Nivar vuelve a recordar momentos históricos del proceso de transición y toma de posesión de Don Juan Bosch., conviene recordar aquella tarde, la que de seguro Avelino García jamás ha olvidado. Descanse en paz el ex vicepresidente Segundo Armando González Tamayo.

Atentamente,
Juan Nadal Nolasco

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Mapa

Señor director:
Walt Whitman, tan justo como exagerado en sus versos y prosas, describe maravillosamente, ya en 1882, el amplio y agitado panorama de Nueva York. «A la izquierda, está la orilla norte, con su hermosa vista; (…) la costa de Jersey, las orillas de Weehawken, Palisades y el azul que retrocede gradualmente hasta permanecer en la lejanía; a la derecha, al East River, las plazas cubiertas de mástiles, las grandes torres con obeliscos del puente, una a cada lado, entre las brumas, pero perfectamente definidas cual gigantes gemelos». Hasta aquí la visionaria o estimulante imagen de Whitman en torno a la humana y heroica isla de Maniatan. Y, dando vuelta hacia el público, en un escenario universal, sin tiempo ni espacio, el Gran Poeta Americano postula sobre lo que él llama «el hábitat físico mas grande que puede brindar el universo»: «Quiero expresar hoy – enfrentándome a los cínicos y a los pesimistas, con pleno conocimiento de todas excepciones- una observación apreciativa y perceptiva de Nueva York que proporciona la más directa prueba de la triunfante democracia y de la solución a una paradoja: la elegibilidad de los individuos libre y plenamente desarrollados en esta aglomeración excepcional». El mapa descrito estaría incompleto si dejáramos de recordar los últimos años de Thomas Pain. En ninguna parte encontró Pain tanta paz, amor y solidaridad como en Nueva York. Es bien sabido que el filósofo y político anglo-americano, cuyo ensayo titulado El sentido común, ejerció una gran influencia sobre la opinión pública durante la guerra de la Independencia estadounidense, vivió tranquilamente sus últimos años en esta acogedora ciudad.

La realidad descrita nos sugiere la presentación topográfica y alegórica que hace del país del Amor Madeleine de Scudery en su novela Clelia. Parte de la ciudad llamada Nueva Amistad, cruzada por tres grandes ríos llamados Estima, Reconocimiento e inclinación, que definen la conformación de otras tantas ciudades cuyos nombres se derivan de estos ríos. Cercana a estas ciudades están los pueblos más pequeños, con nombres favorables y no a los sentimientos, como Bellos Versos, Generosidad, Corazón Grande, Dulce Carta, Sensibilidad, Negligencia, Olvido, Perfidia, Orgullo, y así por estilo. Podría decirse que esta multitud de pueblos y sentimientos, está concentrada en Nueva York, entre los que sobresalen los Bellos Versos y la Generosidad, sentimientos expresados a través de su historia, como cada cuna de toda la grandeza humana y de la esperanza de hombre y mujeres que buscan en ella la dicha perdida entre las pequeñeces del olvido, la perfidia y el orgullo. Pain, a pesar de sus extraordinarios aportes a la democracia a su país y todo el mundo, fue victima de sentimientos desfavorables y solo en Nueva York encontró la solidaridad, tranquilidad y paz que preconizó y buscó sin éxito en las nacientes democracias británicas y francesa.

Ningún acto de terror puede arrebatarle a Nueva York su bien ganador prestigio como bastión y base de la  libertad y ser, irrefutablemente, la más grande plaza del ejercicio democrático, y ser hacedora de dueños y realidades utópicas. El terror ha matado a miles de sus hijos, pero la libertad y la esperanza que en ella viven son inmortales. Cual ave fénix se levantara de las cenizas para seguir triunfante, esta gran urbe universal: La Ciudad del Amor.

Atentamente,
Eduardo Suárez

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