CARTAS AL DIRECTOR
Jacinto Peynado

CARTAS AL DIRECTOR<BR>Jacinto Peynado

Señor director:
El 22 de octubre del 1991 recibí de mi padre un mensaje que, a decir verdad, de entrada no entendí: «El futuro Presidente de la República quiere verte». Era un mensaje de Jacinto Peynado, que me citaba para una conversación que cambió el curso de mi historia profesional y, ¿por qué no?, de mi vida personal.

Llegué y me acogió como si me hubiera conocido de toda la vida. Me dio la oportunidad y la tomé. Me dio su confianza y espero no haberle fallado. Hoy, cuando la parca, inexorable ejecutora de la sentencia eterna, tomó de la mano a Don Jacinto para llevarlo a descansar, se me rompe el pecho con la pena de pensar que de mi parte quedó una conversación pendiente.

Hoy, prefiero rendirle tributo a estas líneas nerviosas y recordar al personaje al que no le cabía el corazón en el pecho, al hombre recio en quien pude temprano identificar la gran virtud de reconocer sus propios errores; virtud difícil en un político de su talla y en un empresario de su nivel.

Prefiero recordar a quien, a pesar de todas las cortapisas, las trapisondas y las maldades que contra él se crearon en las altas esferas de nuestra baja política, nunca claudicó en sus principios.

Prefiero recordar al hombre sensible que habitaba debajo del traje que le exigía su posición de hombre de hierro de los negocios y la política. Prefiero recordar al hijo que lloró a sus padres, al padre que lloró a su hijo. Prefiero recordar a quien me abrió las puertas en sus empresas y a quien dediqué mi tesis de grado.

Quiero recordar a quien me abrió las puertas a la vida profesional y quien me dio la libertad para crecer.

Muchos recuerdos fluyeron en mi interior al ver el cortejo fúnebre recorrer calles de nuestra ciudad con la bandera sobre el féretro y, dentro del féretro, los restos de un ejemplo como  pocos en nuestra historia.

Ejemplo de una franqueza que rompió la norma de nuestra hipócrita clase política. Y ejemplo de honestidad, probada en el mar de deshonestidades que le tocó navegar y en el que nunca se «mojó».

Quiero pensar que en este punto de la historia no comience un proceso de disolución del legado que Don Jacinto entregó a este país al que, me consta, amó.

Aún cuando el protocolo le asigna, por su investidura de ex Vicepresidente de la República, en cada estación del cortejo fúnebre una salva de 19 cañonazos y no de 21, correspondiente a los ex-Presidentes, sé que, como muchos otros, asignamos en el corazón una salva de veintiuna descargas para sumar 63 y conmemorar, aún en su funeral, por cada año de su fructífera y buena vida, porque hoy mejor que nunca entiendo lo que me quiso decir mi padre en octubre del `91: ¡Don Jacinto debió haber sido Presidente, de este país!.

Creo que con su última voluntad hizo gala del adagio que reza: «Genio y figura hasta la sepultura», eligió dignificar sus honras fúnebres bajo el mandato de un Presidente de sus mismas cualidades morales y profesionales. ¡Excelente Don Jacinto! Su talla quedaba grande bajo otras circunstancias.

A partir de ahora, solo nos queda el recuerdo, lejano para algunos, reciente para otros y la responsabilidad de no dejar que se pierda en el olvido la buena semilla que con tanta convicción y con tanto compromiso de futuro sembrara Don Jacinto por la fe que tuvo en esta tierra y en este pueblo. A partir de hoy, solo me quedarán los recuerdos de un tiempo compartido en el que, a su sombra, pude dar mis primeros pasos profesionales con los que hilvané mis sueños de un mejor porvenir.

Descanse en paz Don Jacinto. Que los ángeles guíen su ruta al  lugar del reencuentro para retomar esa conversación que le quedó a usted pendiente con Daniel aquel diciembre.

Atentamente,
Karel Suazo Rancier

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