CARTAS AL DIRECTOR
Policías municipales

CARTAS AL DIRECTOR<BR>Policías municipales

Señor director:
Los 134 municipios que componen el territorio dominicano son verdaderas unidades políticas y geográficas con autonomía administrativas. Representan el poder municipal. Cualquier proyecto nacional debe tomar en cuenta  la fuerza popular concentrada en ellos.  De ahí la necesidad e interés por la suerte de los ayuntamientos municipales.

Sin perder de vista, por supuesto, que la suerte de cada municipio no está relacionada, necesariamente, a la de los cabildos.  No podemos apostar a la policía municipal si la creación de este órgano represivo y de seguridad no forma parte de otros programas y tareas  que benefician directamente a sus  habitantes, tales como educación ciudadana, entretenimiento, urbanidad, limpieza, salud y ornato.  La policía municipal y los equipos pesados que reclaman los ayuntamientos apenas son un componente de estos programas comunitarios, sin los cuales se dificulta su implementación. 

Las autoridades municipales  están en el  derecho a reivindicar la autonomía que la Ley les otorga. Pero sólo si sus demandas están  comprometidas con el bienestar de sus respectivas comunidades. Ahora bien, si esos equipos y guardianes locales responden a un plan político con miras a las elecciones municipales y congresuales del 2006, no vale la pena insistir en los movimientos o acciones de  protesta dirigidas por la Federación de Municipios. Preferimos no mencionar la Liga Municipal. Hemos insistido en la inutilidad de ese organismo por razones que todos los síndicos conocen y que la comunidad percibe. 

En este orden, los asuntos fundamentales han sido descuidados frecuentemente. Se ha impuesto el interés partidista por encima del bien común. De manera que es oportuno el momento para que toda la sociedad exija de los partidos cumplir con la responsabilidad de ser un instrumento para escoger  administradores eficaces para los gobiernos municipales.  Esa federación hoy enfrentada a funcionarios del Poder Ejecutivo,  hubiese recibido un espaldarazo de toda la nación si utilizara su poder para enfrentar la delincuencia, analizando sus orígenes, que no son los mismos en cada municipio.   La violencia afecta y divide a la familia dominicana.

Es necesario que los ayuntamientos jueguen un rol más activo en las tareas de prevención y corrección. Para lo cual será necesario que recate valores y tradiciones  sepultadas en el pasado. Nos referimos, entre otros,  a los conciertos dominicales de las bandas municipales. Los mismos que disfrutamos cuando niños. Los de nuestra generación guardamos con nostalgia  los recuerdos de las interpretaciones de la banda de música en la glorieta del parque. Corríamos con entusiasmos, saltando, marchando, imitando los pasos de los músicos  que partían de la Academia de Música hasta el parque. Antes que nada, la debida atención y reverencia a nuestro Himno Nacional. Niños, adolescentes y adultos nos confundíamos en el saludo, el beso y el abrazo, caminando en torno a la glorieta,  tarareando o moviéndonos al compás del Compadre Pedro Juan, Salón México, Almendra, la Marcha del Puente sobre el Río Kuwait, España Coñac o Caña Brava.

Lo menos que podemos brindarle a  una juventud llena de energía y esperanzas es entretenimiento y sana diversión. No se le puede apartar del vicio sin una propuesta  que  lo sustraiga del juego, la vida fácil  y de la droga. La iglesia Católica y Romana jugó un papel fundamental en la reunifación de la familia dominicana tras la caída de Trujillo. Llevó los deportes y se unió a  grupos de exploradores y de estudios para guiar a una juventud que necesitaba una orientación para formarse y educarse. Los ayuntamientos que, a partir de enero van a manejar el 10% del prepuesto nacional deberían ocuparse de esas tareas con la misma seriedad, energía y empeño que ahora ponen para reclamar la administración que equipos para mantener las calles asfaltadas y limpias. La comunidad reconocerá y premiará ese esfuerzo. Y nadie quita que los munícipes conscientes de su responsabilidad sean reelectos o ascendidos  en la jornada electoral del 2006. Me permito citar el ejemplo de un síndico a quien  ni siquiera conozco. Se trata de Francisco Peña (creo que así se llama),   al frente del  ayuntamiento de Santo Domingo Oeste.  Ha creado grupo de voluntarios para limpiar las calles. Me he enterado que todo el mundo ha respondido con amor y entusiasmo.  Tanto él como otras autoridades con similares inquietudes deben aprovechar este entusiasmo para convocar esas voluntades a tareas comunitarias de salud,  educación, urbanidad y sano entretenimiento. De manera que la Federación de Municipios está en el derecho de reclamar lo que le pertenece. Pero también en el deber de cumplir con su responsabilidad frente a la población que los elige cada cuatro años.  (Si tengo que escoger entre la policía municipal y las bandas de música, me quedo con esta última, aunque lo ideal sería que aquellos marcharan  todos los jueves y domingos al compás del «Compadre Pedro Juan baila el jaleo/ compadre Pedro Juan que está sabroso…»).

Atentamente,

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