Cartas
Eduardo Brito

Cartas <BR><STRONG>Eduardo Brito</STRONG>

Señor director:
El pasado 23 de junio tuve el honor de leer las declaraciones del señor secretario de Estado de Cultura, José Rafael Lantigua, donde decía que el decreto según el cual se nombraba al Teatro Nacional con el nombre de Eduardo Brito fue una idea surgida en el propio Congreso. Es lamentable que el señor Ministro, sin tener los suficientes elementos de juicio, haya hecho tal afirmación. Creo necesario para el bien de las futuras generaciones de investigadores hacer las aclaraciones de lugar.

Recuerdo muy bien que en el archivo de metal número 3 del desaparecido Archivo Nacional de Música había una gaveta donde se encontraba un expediente que contenía las actividades artísticas del señor Fausto Cepeda. Guardé en el citado expediente dos artículos. El primero, escrito por el culto periodista Alvaro Arvelo hijo, donde solicitaba que se nombrara al Teatro Nacional con el nombre del gran barítono nacional Eduardo Brito. (En otras ocasiones también lo escuché insistiendo sobre el asunto).

El segundo artículo es una respuesta del señor Fausto Cepeda, quien siendo Brito su tío político, debido a que el gran cantante estaba casado con su tía Rosa Elena, se oponía a la solicitud desinteresada del señor Arvelo hijo, alegando que ningún Teatro del mundo, llevaba el nombre de un artista.

Este planteamiento le fue rebatido personalmente por quien esto escribe, al aclararle que la mayoría de los teatros del mundo tienen nombres de artistas destacados, como son los casos del Teatro García Lorca y el Cervantes, en España; el Teresa Carreño, en Venezuela, el Colón, en Argentina, el Amadeo Roldán, en Cuba, entre otros.

Aprovechando el canal que usted puede brindarme para enderezar este entuerto, quisiera solicitar al señor Alvaro Arvelo que interponga sus buenos oficios a fin de que la Sala que llevaba el nombre de Eduardo Brito, en el Teatro Nacional, sea nombrada, vía Congreso Nacional, con el nombre de nuestro Monumento Viviente de la Canción Lírica, profesora Ivonne Haza.

Atentamente,
Julio César Paulino

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