Cartas
No son ficción

Cartas <BR><STRONG>No son ficción</STRONG>

Señor director:
Cuando éramos niños, nuestra imaginación vivía atrapada en un mundo de fabulaciones muy propio de la edad. Un mundo cuyo contenido era alimentado por las historietas de los comics y por el cine de terror holliwoodense.

En las noches, seres espeluznantes y malignos, de siete cabezas, intranquilizaban nuestros sueños y la oscuridad era sinónimo de pavor. Nuestros pensamientos infantiles estaban poblados de héroes y villanos que protagonizaban la eterna lucha del bien contra el mal o viceversa.

Lo bueno de todas esas historias era que siempre tenían un final feliz. Ahora me pregunto si acaso todo aquello tenía como mensaje subliminal la aceptación y legitimación de las realidades amargas de nuestra arquitectura social, donde para llegar a lo dulce había que pasar necesariamente por lo amargo. Que los males y los malos eran cosas necesarias en el tortuoso tránsito de la humanidad hacia la recuperación del paraíso perdido. El Edén que sobrevendría con el exterminio de las fuerzas malévolas.

En ese escenario de fantasías, la maldad y las horrorosas criaturas que la encarnaban, al fin y al cabo eran derrotadas. Sólo por la certeza de este resultado que epilogaban momentos de zozobra, suspenso, tensión y temor, valía la pena aguantar hasta el final ese masoquismo morboso de nuestra mente y voluntad.

La satisfacción de su derrota estaba asegurada como compensación sicológica. En ese tiempo no teníamos edad para discernir que todo se trataba de cine y literatura de evasión y entretenimiento, incluso, con un sello ideológico impreso.

No sólo nuestra imaginación era generosa creando fantasmagoría, sino que el sistema también inventaba las suyas para asustarnos. Encontraron el “cuco” en el comunismo. Ya antes Maquiavelo lo había aconsejado sobre esto cuando

dijo que el Príncipe siempre tenía que confrontarse con un “malvado” y que si éste no existía había que inventarlo para echarle la culpa de todo lo malo del reino.

Ya adulto vi asombrado cómo todos aquellos dragones se escaparon de mis fantasías y del celuloide para ser parte de nuestra cotidianidad. Ahora los monstruos están en las calles y en todas partes, después de haberse salido de nuestras pesadillas. Son la zozobra de todos los días. Están en cada delincuente que se prevale de la densidad de las noches para darnos sus dentelladas. Están en las lenguas de fuego de las agresiones verbales. Están en nuestros feroces egoísmos que devoran todo vestigio de solidaridad, confraternidad y sensibilidad.

Cualquiera puede ser ese monstruo creado por el doctor Frankenstein. al no encontrar en el mundo la calma y la placidez espiritual que da el amor. La maldad que se engendra en el monstruo que casi todos llevamos dentro se deriva del individualismo de los hombres. “Yoísmo” que como una sombra aterradora se va expandiendo ante la falta de utopías y conciencia social.

El cine y los comics, con las extremadas fealdades de sus creaciones, se han quedado corto frente a seres como Hitler, Trujillo, Pinochet y Amín Dada. ¿Qué maldad demoníaca puede ser comparada con el lanzamiento de las dos bombas atómicas?

En el relato de Frankenstein, cuando Víctor  rompe el pacto con su engendro demoníaco, se desencadena en el monstruo un odio total a su creador que lo lleva a asesinar al mejor amigo de éste: Henry Clerval. Al igual que en esta historia, cuando la sociedad incumple la promesa de felicidad que nos dan al nacer, tendemos a volvernos contra nuestro progenitor: el ambiente que nos creó.

La historia reciente de la humanidad tiene una analogía con la referida narración. Ahora jugamos a ser dioses, hurgando en los secretos del mapa genético para producir seres programados y modificados en un camino que no sabemos a dónde nos llevará.

¿Ouién es realmente el monstruo? ¿Son los seres de la ficción o son los seres formados en la más cruel deshumanización? ¿Son acaso, los desperdicios humanos que hemos excluidos del bienestar y que terminan devorándonos?. Los monstruos están todavía tenebrosamente vivos entre nosotros mismos; Prohijados por el cruel realismo de las lacras del sistema.

Atentamente,

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