Cartas
Reflexiones

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Señor director:
Aclaro, de entrada, que no me referiré al atacante suicida que con su inmolación paga su viaje hacia el encuentro de las “12 mil vírgenes celestiales”. Ni tampoco a aquél que sucumbe al arrebato de las pasiones en un acto de ciego repentismo. El objeto de estas reflexiones es el suicidio que se fragua en los golpes de la vida.

Los que amamos la vida con pasión, encontramos que “el solo hecho de vivir es un motivo para sonreír”. Pero para el suicida su vida no es precisamente una poesía ni rima tan bonito como esa versificación.

Los que encontramos en la solidaridad, en el amor a nuestros semejantes, a la familia, a la madre, a un ser querido y en servicio al prójimo razones para vivir, nos comprendemos las fuerzas misteriosas que conducen a un ser humano a obliterar su propio instinto de conservación.

¿Qué ocurre realmente en las reconditeces mentales de quien se autodespide de la vida? Estas ponderaciones son un intento de aproximación a las perspectivas distorsionadas donde se gesta el suicidio. Allí, en esas oscuridades interiores, surgen preguntas como éstas: ¿a qué aferrarse a la vida si ella no está aferrada a ti, por qué cometer la “terquedad” de seguir viviendo cuando la vida parece “que no te quiere”… que no te quiere vivo?

Si el vivir es un tormento, por qué no encontrar la paz infinita del descanso eterno?

Si la vida al fin y al cabo es un lento trayecto hacia el fin, por qué no apresurarlo y reclamar la soberanía ante las ataduras del ciclo biológico?

Si todo el espíritu está hecho jirones por los zarpazos sufridos, si los brazos y manos ya se cayeron cansados de tanto estar extendidos pidiéndole a la vida lo que ella no le dio, para qué seguir mendigando la felicidad negada? Si son tan frágiles los vínculos que lo conectan a la existencia, por qué no cortarlos para siempre.

Pero antes de arribar a estos planteamientos, el suicida se va “cociendo” en las obnuvilaciones sentimentales, en los rompimientos familiares, en la frustración y el fracaso, los cuales tienden a producir “un cansancio de vida” que se apodera de él cuando ve que a pesar de su esfuerzo nada parece “resultar o todo le sale mal.” Es entonces cuando siente que “la vida lo ha tratado injustamente”. Así empieza a mirar las cosas a través de cristales borrosos que ocultan la belleza de la vida, y todo lo que antes lo alegraba se vuelve gris e indiferente.

En ese contexto, el ánimo del suicida latente es ganado por un aburrimiento feroz que liquida toda alegría de vivir.

Cuando alguien pierde reiteradas veces sus “proyectos de vida”, las ganas de vivir se les van yendo en esfuerzos que parecen vanos.

El suicida es alguien que no ha podido salvarse de sus demonios interiores; sin dioses de brazos largos que lo rescaten de sus profundos abismos existenciales. Un ser acosado por la impotencia de resolver los conflictos de su existencia. Es alguien a quien no le quedaban estrellas que elegir dentro del firmamento de la vida. Su cuerpo y su mente son una fuente seca, sin las chorreantes humedades del agua que antes subía a presión por su espíritu. El exterminador de sí mismo, es alguien que antes de la hora fatal, ha visto desfilar el cortejo fúnebre de sus ilusiones; es una persona que vive muerta, desfalleciente en la agonía espiritual. Su muerte por dentro antecede a su muerte física.

Un suicida es sólo un cuerpo que se mantenía latiendo por inercia, porque por dentro ya no había hálito de vida. Está muerto y él lo sabe. Y para que la muerte sea completa, recurre al acto final.

Quizá el suicida no busca matarse a sí. Busca en el fondo matar en su cuerpo una vida de sinsabores y penas. Acabar en su ser el habitáculo del infierno. Buscar en la nada todo lo que no encontraron en la vida. Abrir una puerta por donde se escapen juntos el aliento vital y el sufrimiento.

Hay que ver cuánto desea la muerte un torturado para poner fin a sus aflicciones. En este caso, todos aceptamos que es natural que así sea en ese contexto inescapable de dolor. Por eso, por qué asombrarse cuando el sucida desea la muerte para poner fin a sus torturas existenciales?

El suicidio, aunque parece un acto irracional, tiene un lógica que lo produce, tiene causas muy racionales. Quizá sea un momento de arranque y de locura, pero de una locura liberadora de situaciones indeseadas.

Cuándo se produce el suicidio? Cuando el automatador siente que se le han acabado las alternativas, que los motivos para vivir son menores que estar muerto. Cuando la angustia le comprime el pecho, cuando ve que ya ha muerto en él todo el sentido de la vida, cuando se le han cerrado todas las ventanas de la esperanza. Cuando siente que ya no queda fuerza para levantarse, la muerte se convierte en una celebración para el suicida.

Cuando la vida es asfixiante, cuando se ha quemado a su alrededor todo el oxígeno que antes lo animaba, el suicidio está a un paso. Para el potencial suicida, el suicidio es una posibilidad cuando la suma y la resta de la existencia arroja un balance de dolor, amarguras y sueños truncos.  El sistema en que vivimos, lamentablemente desarrolla todas las propensiones al suicidio. Porque observa indiferente la soledad del ser humano. Porque nos empuja a encerronas sin escapes. Porque se muestra insolidario ante los desamparos materiales y del alma.

El sistema nos muestra los caramelos del consumo hedonista “que se burlan de nosotros tras los cristales”, creándonos apetitos materiales y emocionales y haciendo de nosotros un cúmulo de ansias insatisfechas donde crecen toda suerte de inconformidades y depresiones ante las imposibilidades económicas de participar en el festín.

Mucha gente no está hecha para lidiar diariamente con el desate de las fealdades humanas que se anudan en la búsqueda del lucro como medio y fin último de la vida. La deprimen la atmósfera de falsedades, hipocresía, trapisondas y traiciones que se derivan de ese ambiente. Pero a pesar de todo, podemos oxigenarnos en la contemplación de la naturaleza y los amaneceres donde el sol surge como una gigantesca ampolla de oro. Y en el amor que brota de una sonrisa sincera, podemos celebrar la vida!

Atentamente,

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