Cartas
Defiende a Joaquín Balaguer

<p><strong>Cartas<br/></strong>Defiende a Joaquín Balaguer</p>

Señor director:
He leído, como es mi costumbre, en la edición correspondiente al día 28 de febrero próximo pasado, del diario Hoy, la sección “Qué se dice”. En la misma, bajo el epígrafe de Añoranza, se hace una síntesis de los pronunciamientos proferidos por el correligionario don Luis Toral, relacionados con los anhelos del pueblo dominicano de encontrar una persona que emule la forma de gobierno plasmada por el doctor Balaguer en los diferentes períodos constitucionales en que ejerció el poder – pulcritud, honestidad y transparencia en el manejo del Presupuesto Nacional, así como la realización de múltiples obras de infraestructura mediante el ahorro interno, con una política de cero endeudamiento externo, el mismo que hoy mediatiza nuestra soberanía, y el privilegio de los gastos de inversión por encima del gasto corriente en la ejecución presupuestaria.

Al resaltar estos aspectos de las declaraciones del aspirante a la nominación presidencial por el Partido Reformista, el innominado columnista desliza lo siguiente: “que la mano dura que hoy tanto se añora está manchada de la sangre de Orlando Martínez y Amín Abel, entre muchos otros mártires -que se cuentan por miles- de la intolerancia que prohijó de manera abierta o embozada”. Fin de la cita.

Resulta curiosa y falsa, señor director, esta aseveración. Las manos del presidente Balaguer nunca estuvieron “manchadas de sangre”.

Lamentablemente, esa afirmación no se puede formular para otras personas, pues la sangre vertida salpica a muchos. Es curioso que sólo se enjuicie la sangre derramada desde los pliegues del poder y no se mencione la gran culpabilidad de aquellos que hoy prefieren convenientemente olvidar las consecuencias de esa época, fielmente retratadas en el nombre que se le asigna: el de “La Guerra Fría”, designación que comprende la fiera lucha librada por el Capitalismo Occidental y el Comunismo, con su muy particular designación de “Dictadura del Proletariado”, por espacio de casi seis décadas.

El tiempo se ha encargado de airear las muy escasas diferencias existentes entre los resultados prácticos de ambas corrientes. Y, dolorosamente, la inmolación de muchos al parecer, resultó ser en vano. Igual dosis de culpa y responsabilidad tienen los que, a sabiendas de que las condiciones eran adversas, se dedicaron a promover hasta la saciedad el sacrificio inútil de estos jóvenes, mientras ellos descansaban en la tranquila comodidad de su hogar. Lo más estremecedor de estos casos es que, en ambas oportunidades, unos y otros cosecharon los beneficios políticos y económicos de estas muertes.

Hoy esas personas disfrutan de los beneficios materiales del dinero, sin reconocer que en la génesis de su fortuna se puede escuchar el llanto doloroso que produjo la pérdida de sus compañeros y la misma está impregnada de las indelebles manchas que deja la traición.

En lo que concierne a la lamentable muerte del periodista Orlando Martínez, sin relegar el hecho de que se enfrentaba a poderosos intereses transnacionales, no debemos olvidar que el informe por el cual fueron sometidos a la acción de la justicia los imputados, data de unos meses después de este penoso suceso. 22 años después, no ha concluido el juicio.

El manejo que le han dado a este expediente sus antiguos camaradas de sueños ideológicos no ha llenado las expectativas de aquellos que esperan justicia.

Por otro lado, en lo referente a la muerte del ingeniero Amín Abel, hay señales de que estamentos de poder ajenos al país estuvieron involucrados en su deceso. Su participación en el secuestro de aquel Agregado Militar se convirtió en una sentencia irrevocable.

Tenemos la absoluta certeza, señor director, de que aquellas personas que han tenido el honor de dirigir la República no les salpican los penosos sucesos que terminan en pérdidas desgarradoras de vidas humanas. Me resisto a creer que las muertes de Marcelino Vega, Tony Sevál o la de Elvis Amable Rodríguez, este último ejecutado en Navarrete el 25 de septiembre del pasado año, así como los dominicanos que fueron aniquilados en abril de 1984, para citar sólo algunos casos, puedan ser atribuidas a las personas que en ese momento desempeñaban la primera magistratura del Estado.

Finalmente, señor director, al doctor Balaguer le correspondió dirigir al país en un tiempo en extremo difícil. Las aguas ideológicas estaban desbordadas y el odio destructor había hecho nido en la conciencia nacional. Tomó decisiones y mantuvo las riendas tensas hasta lograr la reconciliación nacional. Esperamos pacientemente el juicio sereno de la posteridad, que hará las inevitables comparaciones con los gobiernos posteriores. Aguardamos con serenidad ese veredicto, con la plena seguridad de que el saldo será ampliamente favorable para el fenecido estadista y hombre público.

Mientras, sólo pedimos equidad al emitir una opinión acerca del doctor Balaguer y sus acciones como estadista sin parangón en los fastos nacionales.

Al solicitar al señor director la publicación de la presente, hago provecho de la oportunidad para reiterarle los sentimientos de nuestra más alta consideración.

Le saluda, muy atentamente,
 Joaquín Ricardo

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