Cartas
El valor del agua

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Señor director:
Cuántas veces nos ha pasado a todos y a todas, el hecho de que casi “morimos” de sed, y alguien nos ofrece un vaso de jugo natural, una soda refrescante, una malta o una cerveza bien fría, y sin pensarlo dos veces y de manera tajante y convincente le decimos a ese alguien tan amable: ¡No! ¡Es agua lo que quiero! ¡Sólo el agua calma mi sed! ¡Dame agua!

No hay que ir a la escuela, al instituto o a la universidad para saber y sentir la necesidad que tiene la humanidad, los animales y las plantas de este preciado líquido vital. Y toda esta necesidad se resume en un enunciado – postulado infinitamente demostrado: Sin agua no hay vida.

Por falta de agua muere el ser humano.

Por falta de agua mueren las plantas.

Por falta de agua mueren los animales.

El agua es el componente natural más abundante en el planeta tierra. Y sin embrago, hay regiones del planeta en donde mueren millones de seres humanos por la falta de agua y/o por la contaminación de ésta.

Hoy no nos interesa ofrecer cifras alarmantes sobre la permanente reducción del volumen de agua dulce y potable en el planeta; ni sobre la contaminación del agua que usamos, ni sobre los inadecuados sistemas de distribución de la misma y la pérdida que esto genera.

No nos interesa llamar la atención sobre los cientos de ríos, arroyos, manantiales, lagunas y humedales que cada año desaparecen de la faz de la tierra, sin que hagamos algo para detener este irracional proceso de autodestrucción que exitosamente lleva a cabo la humanidad.

Hoy nos interesa llamar a la reflexión necesaria y obligada, sobre el agua que cada uno de nosotros ha pensado reservar para sus hijos (as), sus nietos (as) y su descendencia futura en general.

¿Pensamos en ellos (as) cada vez que gastamos cien galones de agua en lavar un piso, que bien podríamos lavar con tan sólo diez galones de agua?

¿Pensamos en ellos (as) cada vez que nos pasamos tres horas echándole agua a nuestro auto, dizque lavándolo?

¿Pensamos en ellos (as) cuando lavamos los platos, calderos y demás utensilios de cocina bajo el chorro de agua que se pierde ante nuestra inmutable e irresponsable mirada?

¿Pensamos en ellos (as) cuando al bañarnos derrochamos más de una docena de galones de agua, pudiendo hacerlo tan solo con dos o tres galones?.

Podemos ser limpios sin ser irracionales y derrochadores de un recurso que se agota.

Cuando nos ocupamos en aprovechar y usar racionalmente el agua, nos estamos ocupando de las futuras generaciones, que son en definitiva, nuestros descendientes directos y nuestro prójimo por amar.

Atentamente,
José E. Báez Ureña

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