Cartas 
Elecciones y traumas

Cartas <BR><STRONG>Elecciones y traumas</STRONG>

Señor director:
No, es mi fuerte, ni me anima en grande escribir sobre temas referentes a la política, sin embargo, creo que en cierta forma algo me toca, o me corresponde aludir el tema, por razones entendibles: soy dominicano y como tal me afecta o me benefician las cosas que en dicho orden acontecen en nuestro país.

Hemos pasado por varios ensayos electorales en nuestra constante, permanente e “incipiente” democracia, que aún sigue manteniendo el calificativo de “incipiente”, aún siendo mucho más adulta que la de otras naciones del globo, pero que por un fenómeno que nunca terminamos de entender, siempre decimos que nos falta mucho para esto, o nos falta muchísimo más para lo otro. Creo simplemente que nuestra democracia es rebejida.

Soy de los que no se conforman o aceptan comparaciones conformistas, cuando alguien nos dice: “Ah, pero aquí estamos mejor que en tal o cual país, porque aquí no hay guerrillas, terrorismo, raptos, secuestros, etc”. Quién ha dicho que el “premio” de no tener o contar con dichos actos o estados de cosas constituye un motivo para que tengamos que “dar gracias”, porque aquí no se producen o se están produciendo dichas acciones, aunque tenemos sus “equivalentes.

Mis deseos, al igual que el de la mayoría, es que no se produzcan en ninguna parte del mundo situaciones negativas, pero también mis deseos son que se nos compare con las mayorías de los países que están en mejores condiciones, que son la mayoría.

Los procesos electorales poco han aportado al país en contribución a la educación ciudadana, pues basta señalar que en cada proceso que se inicia y termina, nuestra población se siente desamparada, descalificada, desconcertada, desinformada, desfasada, desequilibrada, desmoralizada, pero sobre todo y más que nada DEFRAUDADA, con lo que se conduce a un estado cada vez mayor de desequilibrio y algo de mayor cobertura, la desestabilización.

Podemos sin embargo señalar que el ciudadano nuestro ha dado nuestras fehacientes, en más de una o varias ocasiones, de que apoya y comparte el proceso civilista, pues en cada proceso que se avecina, el dominicano “borra” su promesa pasada de “no volver a votar”,… y cumple con su deber enteramente civilista”.

Los partidos políticos, la Junta Central Electoral, sus dirigentes, con todos sus representantes, se convierten en verdaderos dolores de cabeza en cada proceso, para la ciudadanía civilista que sólo desea resultados que eleven nuestra cima a la regularidad, prosperidad y paz que permita la realización en pro de nuestras familias y por ende en pro-de nuestro país.

Es verdaderamente alarmante el clima traumático que se desprende luego de transcurrir un proceso electoral en donde la DESCALIFICACION MORAL, (así en alta mayúscula) y ciudadana se hacen dueña de cada sujeto que posea, aunque sea una mínima cuota de criterio de vergüenza, o que sin más, tenga vergüenza.

Nuestro país tiene otros problemas distintos a los de otras naciones, o parecidos, a las de esas naciones, pero no es para que se nos compare con nuestras situaciones por demás calamitosas, que nos hacen vivir la cara del drama humano de nuestro tiempo: la falta de energía, la insalubridad calamitosa que calcome nuestras calles, penetrando por nuestras puertas, y lo peor es el estado de corrupción tocando todas las esferas sociales, tanto a ritmo de bachata, como al controlado y cadencioso ritmo de sinfonía.

No hay que decir de la mayoría de los servicios por los que se pagan impuestos, cuyo “Vía Crusis” se inicia con la apatía amurallada de los empleados que deben dar dichos servicios y brindar con elevado respeto informaciones de lugar y necesarias. Estas y más cosas que llenarían cientos de miles de cuartillas, son de las que no ocurren de ordinario en otros países, pero ya que no se producen, deseamos que no se incuben en nuestro suelo, y sobre todo que no encuentren tantos “padres adoptivos” como hasta el presente ocurre.

Muchas de esas situaciones son de las que esperamos superar en cada oferta eleccionaria, dentro de las que se albergan esperanzas en los diferentes candidatos que los partidos nos proponen y que nuestra Junta Central acepta como bueno, válido y aptos para los fines de lugar, para luego una vez se efectúe el proceso, tengamos que presenciar un verdadero caos teñido de todo lo peor, en el que tanto la Junta Central Electoral, como los partidos, no piensan en el daño que causan al país y, lo peor, a nuestros hijos que son los futuros electores y que necesitan crecer con fe en nuestras instituciones.

Señalemos estos aspectos, porque en más de una ocasión hemos oído decir: “¿y para qué son las elecciones…? ¿para eso que hemos visto?”. “No, ombe, no”.

Atentamente,

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