Cartas
Falta rigor

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 Señor director:
En el Segundo Congreso sobre el Son y la Salsa que tuvo lugar en el país, me dijo un investigador puertorriqueño, el cual tuve el honor de conocer en tan magno evento, que salvo raras excepciones, los estudios musicológicos sobre la música dominicana adolecen de rigurosidad científica.

Evidentemente que el colega puertorriqueño tiene toda la razón en su apreciación. Esto se debe, le contesté, a que en el campo de nuestra investigación musicográfica prima la improvisación. Nuestros investigadores son pianistas clásicos, con formación en conservatorios extranjeros, que en lugar de estar dando conciertos y recitales lo que están es escribiendo sobre sones y merenguitos, en cuyos trabajos manifiestan un desconocimiento total sobre el método científico empleado en la etnomusicología.

En la misma línea aparecen cantantes, guitarristas y tresistas, ágrafos musicales, teorizando sobre la música dominicana, sin ni siquiera haber leído el Panorama de la Música Dominicana de don Pancho García. Asimismo, podemos leer a folclorístas (excepto Dagoberto Tejada y el recientemente fallecido José Castillo) y bailarines, hablando de acordeones, güiras y tamboras, sin conocer el ABC de la organología musical o el término folclore.

Sr. Director, quiero aclarar para que no haya ningún tipo de duda, que la etnomusicología o antropología musical como disciplina, tiene su punto de partida en la República Dominicana, según mis investigaciones, a partir del año de 1927, cuando aparecen publicados los libros «Del folklore musical», de Julio Arzeno, y Música tradicional dominicana, de Julio Alberto Hernández. Si revisamos las publicaciones que se han hecho a partir de estos trabajos encontramos una repetición sistemática, sin excepción, de todos nuestros investigadores.

Para comprobar lo que he dicho, basta revisar la bibliografía publicada y encontraremos una ausencia absoluta sobre los análisis géneros y estilos, formatos instrumentales, los planos sonoros, el proceso de binarización de los ritmos ternarios africanos, las escalas y entonación, estudios sobre el metro-ritmo, las familias o complejos genéricos, etc., etc.

Para concluir, quiero aclarar que el 98 por ciento de todos los investigadores en el área de la música en el país, o fueron mis alumnos, o fueron con una libreta o una grabadora a entrevistarme sobre la música dominicana. No estoy “sacaliñando”, pero la mayoría han sido muy mal agradecidos.

Atentamente
Julio César Paulino

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