Cartas
Los declamadores

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Según parece, es muy fácil confundir un arte con el otro. Sobre todo hoy cuando parece que los declamadores se han muerto todos. A veces, recordando a los que yo conocí, me dan ganas de llorar.

La primera fue la argentina Bertha Síngerman, a quien disfruté una noche del año 1950 en el desaparecido Teatro Independencia, en Santo Domingo. Aquella noche, que yo recuerde, recitó ella «La Marcha Triunfal», de Rubén Darío, y «El Retablo de Maese Pedro» de «El Quijote», que en el famoso libro de Cervantes abarca varias de sus páginas.

Diré que el declamador es persona de mucha memoria. Claro que además, como en el caso de La Síngerman contaba también la gran voz y la mímica apropiada. Se me ocurre pensar que los reclamadores fueron antes actores del teatro clásico, que además tenían una gran memoria.

Otra cosa son los lectores. Llegué a ver en las calles de Santo Domingo un hombre a caballo, deteniéndose en algunas esquinas para leer, papel en mano, «Un Bando Municipal». En Cuba, las tabaquerías usaban, antes del auge de la radio, lectores. José Martí fue lector de tabaquería. Y algunos de los viejos locutores que yo conocí en La Habana, fueron, según me contaron ellos, lectores de tabaquería.

Lectores de poemas, por la radio, puedo citar algunos sin que me obliguen a decir cuál de ellos era el mejor.

En Santo Domingo, Héctor J. Díaz decía con una hermosa voz sus propios poemas. Poemas que hasta hace poco fueron muy populares allí. Lo mismo hacían, aunque estos no eran poetas, Héctor A. Mena, Freddy Amado Gómez y Juan Llibre. De Llibre habría que decir que también fue declamador, al menos en algunos programas de TV. De joven fue buenmoso y elegante.

En La Habana conocí dos muy buenos actores que también leían versos por la radio: Alberto González Rubio y Eduardo Casado.

Volviendo a los declamadores, tengo que mencionar al cubano Luis Carbonell, un verdadero maestro en su género. Y en Santo Domingo a Carlos Lebrón Saviñón, que también cultivaba ese «acuarelismo afroantillano». Y entre los declamadores cubanos ninguno mejor que Jorge Raúl Guerrero, voz y mímica insuperables.

En Santo Domingo conocí, a principios de los ochenta, a José Véliz Domingo. Español que había enseñado en Bellas Artes y que residía, entonces, en Puerto Rico. No mucha voz, pero nadie dirá mejor los versos que Véliz Domingo.

Finalmente mencionaré al más conocido de los declamadores dominicanos. No el mejor, ni mucho menos, pero sí el más conocido de todos: Angel Torres Solares.

Tenía, Ángel, una gran voz y una gran memoria. Me dijo que recordaba mil poemas. De que tenía una gran memoria, hizo galas en una ocasión en que Pedro Gil Iturbides organizó, en La Biblioteca Nacional, casi de improviso, un homenaje a Domingo Moreno Jiménez. Angel se aprendió a la carrera un montón de poemas.

¿Creen ustedes que se puede hablar de declamadores sin mencionar al Indio Duarte, ese argentino conocido en toda América?.

Y yo quiero mencionar también, como declamador, al cantante español Miguel Herrero, que vive aquí en Miami. Recuerdan aquello de «Toito te lo consiento  menos faltarle a mi madre…».

Y bien, el viernes 27 de este mes yo leeré unos poemas, entre una y otra canción por Máximo Caminero y entre una y otra copa de vino. Será a las 7:30 de la noche, en Casa Grande Towers, 104 S.W. 9 street. Primer Nivel.

Un abrazo

Tiberio Castellanos 

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