Casa de acogidas para infantes

Casa de acogidas para infantes

JOSÉ ALFREDO RIZEK BILLINI
Una de las mayores tragedias de la humanidad ha sido el aborto criminal. Unos defendiendo esta práctica por razones quirúrgicas, otros que no tienen la suficiente fe cristiana, cuando procrean hijos con deficiencias físicas y otros motivados por una saña criminal.

Pero lo que no tiene sentido en estos tiempos de modernidad, es que una criatura formada biológica y físicamente, hasta con un cordón umbilical cortado, sea arrojada a un zafacón de un supermercado, monte o solar baldío o un basurero público.

Nuestra generación recuerda cuando nos tocó leer “Cosas Añejas”, de don César Nicolás Penson, el capítulo “Crimen Horrendo”, que recomendaría leyesen las mujeres dominicanas en estado de gestación, con ideas de abortar.

Lo cierto es que con todas las argumentaciones médicas, clínicas sicológicas, sociológicas, jurídicas, no podrán invalidar que el “aborto” es privar de la vida a un ser viviente, que tiene todo el derecho divino y natural de existir.

La modernidad tan festinada como la globalización, la observamos con cierto desdén, cuando 500 años atrás existieron los lugares de acogida (casas o conventos) donde las madres que por algún motivo no querían aceptar la responsabilidad de criar, dejaban sus criaturas en las manos de monjas y sacerdotes que los cuidaban, criándolos, o los cedían en adopción a parejas que los educaban y formaban en hombres y mujeres útiles para la sociedad.

En el Convento de Santa Clara, ubicado en la Isabel la Católica esq. Padre Billini, hacia los años 1600 y 1700, existió un portal de madera con una rueda horizontal giratoria, donde las madres dejaban envueltos en arapos y en otras ocasiones en canastillas de paja, a los infantes abandonados. Algunas monjas piadosas, entre las que se destacaron Sor Rosario y Sor Piedad, hijas de personajes de la colonia que desaprobaban las inclinaciones amorosas de sus hijas, las habían confinado a reclusorio conventual.

Conocido es de esa época lo que el decir de la gente “las hijas de Don Rodrigo”, refiriéndose al personaje de don Rodrigo Pimentel, cuyas vinculaciones con el convento de Santa Clara fueron motivos  de las mayores especulaciones e historietas.

Pero lo cierto es que nada hay más bello como el nacimiento de un ser humano, no importa pobreza y riqueza, la vida de una criatura hay que preservarla, cuidarla y fortalecerla, porque la riqueza mayor de un país son sus seres vivientes.

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