Casi lo mismo

Casi lo mismo

ÁNGELA PEÑA
Políticos inactivos que pasaban los años de su marginalidad criticando al que estaba arriba se convierten, cuando vuelven a engancharse al tren del progreso oficial, en repetidores de todos los actos que censuraban en su prángana. A muchos funcionarios del pasado gobierno el poder los enloqueció al grado de encontrarse tan superiores, superdotados, grandes, que descubrieron insignificantes y deslucidas a compañeras de años a las que dieron un puntapié para exhibirse orondos con chicas que encontraron más «new age», «in», a la medida de su opulencia ganada sin escrúpulos, tan arrebatadas como ellos por figurar en público con gente de influencia, aunque se tratara de añejos ejemplares más candidatos a terapia física y psicológica que a los elevados cargos que ocuparon.

Un ejército de adulones los escoltaba y resguardaba. No respondían llamadas telefónicas porque suponían que cualquier interlocutor era un potencial candidato a solicitarles empleos o dádivas. Muchos eran infelices sin más fortuna que sus sueños de riqueza, que al verse tan esplendorosamente pagados y servidos se deslumbraron incurriendo en locuras increíbles.

Algunos recién nombrados incumbentes van por el mismo camino y ojalá den con allegados que les adviertan de su mal proceder para que no pasen estos años que pueden ser fructíferos para el país y provechosos para su imagen pública, recorriendo una lamentable carrera de desacatos que los demás observan y comienzan a comentar por lo bajo.

Muchachones escritores que se paseaban  despreocupados por las calles parece que de repente están combatiendo el poderoso narcotráfico, juzgando a los chicos traviesos del Plan Renove o se han vuelto tan millonarios y temen un ajuste de cuentas, un atentado, un secuestro, por los celosos militares que los protegen. No manejan ni cargan sus abultados maletines en los que antes guardaban sus producciones inéditas, impedidas de ir a la imprenta por la olla que los embargaba. Hoy sólo usan sus manos delicadas para alisarse el flux que estrenan porque a los acólitos que les sostienen todo sólo les falta convertirse en estribos humanos para que suban a las yipetas sobre sus lomos arqueados.

No responden llamadas ni a subalternos con más preparación, renombre y reputación, aunque fuera a ellos a los que la buena suerte o la astucia premió con el puesto más alto. Están celebrando su poder de decisión, de convocatoria, de quitar y poner, de reducir presupuestos y despojar de personal, de crear funciones y de desesperar negando hasta el material gastable. No están trabajando. Aún saborean el nombramiento y no acaban de salir del asombro de cuanto han conseguido sin más esfuerzo que la incondicionalidad política. Muchos, en su alocada alucinación por el carguito que ostentan están contradiciendo en la práctica el discurso de toma de posesión del Presidente de que no habría creaciones y en varias instituciones hay dos o tres innecesarios ejecutivos, unos por compromisos con el Partido, otros para complacer amigos.  Mientras tanto se vuelve a lo mismo que se censuraba, al punto de que posiciones antes refundidas por inútiles, ahora volvieron a reactivarse para compartir ínfulas y camaraderías con canchanchanes del mismo club de la lisonja. El Presidente debió anunciar una creación: la de inspector general de todos los estamentos del Estado, para impedir el abusivo incremento de una nómina que, apenas empezando y con una demanda de compañeritos desesperados por el desempleo, ya debe estar abultada. Temprano, a muchos funcionarios ya hay que irles diciendo que se bajen, que el poder es efímero. ¿O será que precisamente pensando en lo fugaz y pasajero que es el mando empezaron temprano el goce de todos los disfrutes que devienen de ejercerlo? No son todos, pero hay unos que antes de los cien días ya mostraron todas las miserias de su pobre condición humana.

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