Casi todos los impuestos son nocivos

Casi todos los impuestos son nocivos

El debate sobre la reforma fiscal que se ha producido últimamente en el país ha generado diversas opiniones sobre los beneficios y perjuicios de los impuestos propuestos por diferentes grupos políticos y económicos para aumentar las recaudaciones del gobierno, y así poder enfrentar la gran deuda externa e interna que se ha acumulado en los últimos cuatro años.

Aunque se quiera decir o pedir lo contrario, debe quedar claro que la reforma fiscal está enfocada en aumentar las recaudaciones. Así lo exigen el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros organismos y gobiernos extranjeros, que buscan asegurarse de que el gobierno dominicano le pague sus deudas.

Es cierto que se puede reducir la nómina pública y mejorar las recaudaciones con los impuestos ya existentes, pero los negociadores internacionales saben que en estos países latinoamericanos no hay mucho por donde recortar los empleos públicos, reducir los gastos del gobierno, o perseguir a los evasores de impuestos en cantidades suficientes para recaudar tanto dinero adeudado.

Por esta razón, aunque se hable de recortes públicos y de aumentar la eficiencia en las recaudaciones, los representantes de organismos internacionales saben que de ahí no saldrá la mayor parte del dinero necesario para que el gobierno pague las deudas.

Por eso los impuestos a la población vendrán bajo la supuesta promesa de que cuando se recaude el dinero, se paguen algunas deudas, y se mejoren las finanzas públicas, el gobierno accederá a más crédito internacional y el progreso volverá.

Pero valdría la pena que antes de hacer credo de este planteamiento, los que propugnan por esta solución, no importa si son del gobierno saliente, del entrante, o de alguno futuro, indiquen en cuántos países latinoamericanos se confirma que este ciclo de compra y pago de deuda ha llevado al progreso.

El progreso económico sólo se ha alcanzado en dos tipos de sociedades modernas, todas las cuales han alcanzado altos niveles de competitividad real: 1) en las que las cargas impositivas son moderadas y otorgan un amplio margen de compra a los consumidores (el caso de Estados Unidos), y 2) en las que los recursos provenientes de altas tasas impositivas se invierten fundamentalmente en el bienestar social de la población, no en el pago de deudas externas o internas (el caso de Europa Occidental).

Y es que casi todos los impuestos son nocivos porque inhiben por lo menos una de tres funciones importantes de la economía: reducen la capacidad de consumo, desincentivan las inversiones, o desincentivan el ahorro. Por esta razón, los impuestos son sólo deseables cuando encarecen un vicio (cigarrillos o bebidas alcohólicas por ejemplo, pero esas compañías son generalmente muy poderosas para castigarlas con muchos impuestos), o cuando el sacrificio en el consumo, las inversiones o el ahorro se compensa porque los impuestos se utilizan para mejorar los servicios públicos y producir mayor igualdad social.

En países como República Dominicana, sometidos a los azotes de gobiernos irresponsables e ineficientes, con economías de baja competitividad (con excepción de la competitividad en bajos salarios, mar y sol), y con ciclos recurrentes de deudas externas, las reformas fiscales son simplemente estrategias de aumento de impuestos para servir a los intereses del capital internacional, y a la sed y hambre de recursos que tienen los gobiernos para malgastar.

Este es un problema estructural y repetitivo del capitalismo latinoamericano, donde las fiestas de bonanza económica duran poco, aturden, sacuden y finalmente empobrecen más a la mayoría de la población.

Por eso, a pesar de todas las discusiones sobre el tema de la reforma fiscal de las últimas semanas, a pesar de las distintas propuestas en discusión (unas más castigadoras que otras), e independientemente de la reforma que se adopte, al final de la jornada, la reforma fiscal (digamos impositiva) tendrá probablemente el siguiente ciclo de vida: acceso a más crédito internacional, estabilización eventual de la economía, sensación de prosperidad temporal, y nueva crisis financiera.

Las posibilidades de que este lamentable pronóstico varíe son escasas. En los últimos 20 años la República Dominicana ha vivido tres de estas crisis: en el 1983 85, en el 1988 90, y en el 2003 04. Las dos primeras ocurrieron muy seguidamente y no se llegó a tener sensación de relativa prosperidad, entre la segunda y la tercera se saboreó un poco la sensación de bienestar.

Para aliviar estas crisis recurrentes pueden tomarse algunas medidas heroicas: 1) no tomar mucho dinero prestado en el exterior, 2) establecer controles de vigilancia adecuada sobre el sector financiero público y privado, 3) hacer más eficiente la administración pública en sus recaudaciones y gastos, y 4) invertir en la gente para que algún día la economía sea realmente competitiva en áreas punteras.

De no establecerse estas condiciones de cautela, eficiencia y equidad, la República Dominicana seguirá siendo un país empobrecido, desigual, y cada día más desesperanzador para su propia gente.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas