Fue una de las caras visibles del Movimiento 15-M que acompañó a Pablo Iglesias en el partido político Podemos, una formación de la que apenas quedan los cimientos. Hasta hace poco Íñigo Errejón era un joven con muchas luces y una figura clave para el partido Sumar del que era portavoz hasta su dimisión el pasado jueves cuando se vio obligado a renunciar a todos sus cargos tras verse envuelto en varias acusaciones de violencia machista, sumado la denuncia por abuso sexual de la actriz Elisa Mouliaá.
El testimonio de esta actriz y presentadora se conoció pocas horas después de que Errejón anunciara su dimisión de todos sus cargos públicos y políticos. En el comunicado difundido en su cuenta de la red social X, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, expresó que su decisión fue tomada hace bastante tiempo y que alcanzó «el límite de la contradicción entre el personaje y la persona» y que «lleva tiempo trabajando en un proceso personal y de acompañamiento psicológico».
Es lamentable, pero esta situación la verdad no me sorprende, no es la primera vez que entero o he visto en primer plano este tipo de manifestaciones machistas precisamente en hombres que se supone defienden su erradicación, en principio me pareció tan contradictorio, pero luego con el tiempo te vas dando cuenta de que puede estar bastante normalizado sumando a otras situaciones que enfrentan las mujeres políticas a lo interno de los partidos.
La teoría feminista sostiene que el machismo es estructural y no necesariamente obedece a ideologías o discursos, sino que atraviesa todo el sistema, y este tipo de situaciones lo confirma.
Lo sucedido con el exdiputado llama a una profunda reflexión a los sectores que se dicen de izquierdas o que defienden los valores e ideas progresistas para formar a sus compañeros y robustecer los filtros de quienes se integran a sus filas, de lo contrario el precio a pagar es muy caro, sobre todo para las víctimas.
Soy consciente de que al final todos estamos en un proceso de desconstrucción, pero la respuesta a este tipo de conductas no debe ser el silencio. Es preocupante la cantidad de denuncias que han salido a la luz los últimos días y que los partidos alrededor de Errejón digan no saber nada de lo que estaba sucediendo. A veces las catarsis son buenas para corregir lo que no está bien en casa.
Este desafortunado episodio saca nuevamente a la luz la contradicción de cómo debe abordarse entonces la violencia de género cuando la figura señalada es alguien que, en teoría, defiende las reivindicaciones del feminismo. No hay una respuesta sencilla, pero sí se plantea una serie de reflexiones sobre la coherencia entre el discurso y la acción, de manera muy especial en aquellas personas, sea hombre o mujer, que tienen el rol de la representación política, pues a medida que la sociedad se vuelve más crítica frente a los asuntos públicos, abusos de poder, la necesidad de coherencia entre el discurso público y las acciones personales o lo que se dice y lo que se hace, se hace cada vez más evidente.
También es una oportunidad para replantearnos la forma en la que el ejercicio político y la constante exposición afectan la vida de quienes son parte del espectro político partidario y el desgaste mental y emocional de estar constantemente en el foco público.
Ojalá todos los casos como el de Íñigo reciban la atención oportuna y las consecuencias de lugar, sin importar partidos ni niveles de jerarquía. Es una pena que el trabajo de tanta gente que trabaja sin descanso para un mundo menos hostil y equitativo se vea afectado.
Finalmente, gracias a las mujeres que comparten su testimonio de forma anónima o no y en el tiempo que sea. Su valentía es admirable y es lo que hace posible la lucha para erradicar la violencia en todas sus manifestaciones.