Catalino Ravelo “Puedo mirar el sol de frente”

Catalino Ravelo “Puedo mirar el sol de frente”

En el humilde hogar paterno donde nació Catalino Ravelo, sin energía eléctrica, ni agua potable, sin carreteras o caminos vecinales de acceso al lugar, se respiraba un ambiente de pobreza extrema, de adversidades, pero igual que sus nueve hermanos, aprendió las destrezas de montar a caballo, a buscar agua en el arroyo más cercano, ir a los predios agrícolas a buscar víveres, recoger guandules, habas, habichuelas, extraer con una coa ñame, yautía y otros víveres de las entrañas de la tierra y a trabajar extensas jornadas bajo el sol abrasador y torrenciales aguaceros.

En realidad, el joven Catalino y sus hermanos sobrevivieron “arrastrando los pies en el campo”, pues en la localidad Tío Lorenzo no había nada más que pobreza extrema. A él lo bautizaron a los 12 años en el río Nizao, en una ceremonia religiosa sencilla y emotiva.

La vida era dura, áspera. Concomitantemente con el trabajo agrícola, en el que desarrolló destreza y habilidades con las herramientas agrícolas de esa época: Azada, machete, coa, el joven Catalino, o Julián, como todos lo llamaban, mostró interés por estudiar para superarse, y así lo manifestó a sus padres, profesor Antonio Ravelo, quien actualmente tiene 92 años, y su fallecida madre, Marcela Rosa.

“En la escuelita de mi campo solo se impartía el tercer grado, de modo cuando agoté ese proceso, me trasladé a La Suiza, en la Hacienda Fundación, donde había un internado. Tenía muchas habilidades para las matemáticas y una memoria envidiable, lo que me permitió sacar excelentes notas. De modo que cuando me hicieron la prueba escolar, me volaron del tercero al sexto grado”.

Sus habilidades le permitieron ser alumno y profesor empírico en el Colegio, donde conquistó la admiración y el respeto de compañeros y profesores. Inició los estudios secundarios en el liceo comercial Francisco J. Peynado. recibió educación en el Colegio Américo Lugo. “Cada minuto, cada segundo de mi vida, tenía fija la idea de trabajar duro, de progresar, para ayudar a mis padres, a mis hermanos, a salir de las precarias condiciones en que vivían. El Señor me ofreció la oportunidad de ayudar a mi familia en la medida de las posibilidades. No me quejo. Por eso me siento un hombre realizado, afortunado”.

Como otros jóvenes que padecieron el terror político de los 12 años del extinto presidente Joaquín Balaguer, el educador se involucró en asuntos políticos, militando durante mucho tiempo en la Juventud Revolucionaria Dominicana (JRD).

Ritmo de vida Maestro empírico, educador por formación, el joven Catalino desempeñó varios oficios en su incesante búsqueda de cambios en su vida, tales como funcionario del Centro Agropecuario que operaba en San Cristóbal, dependencia de la subsecretaría de Agricultura en esa época; director provincial de la Defensa Civil, ejecutivo de una empresa privada, vendedor, y representante de una marca de neumáticos, entre otras

En 1986 retomó la docencia, impartiendo tandas vespertina y nocturna en la comunidad de Yaguate, San Cristóbal. A medida que incursiona en negocios, mejoraba el nivel de vida y las finanzas. En el 2001, junto a un amigo que conoció cuando era vendedor, y tres de sus hermanos, Catalino viajó a Pedernales, a evaluar el proceso de ganancias y desempeño de una empresa de zona franca que se tambaleaba, al borde la quiebra.

Con experiencia y visión en los negocios y en los cambiantes procesos de producción, distribución y venta de servicios, Catalino Ravelo realizó el trabajo de evaluación y, con números a mano, le comunicó al resto del grupo que, ciertamente, podía asumir el reto empresarial de administrar el negocio de zona franca de Pedernales, con perspectivas de rescatarlo y convertirlo en una empresa rentable. No se equivocó.

“Adquirimos el local, liquidamos a los 14 empleados y, en medio de dificultades y contratiempos jurídicos, empezamos a trabajar. Para el año 2010 teníamos seis naves, adquirimos dos propiedades agrícolas donde criábamos ganado y ovejas, teníamos 536 trabajadores y una empresa próspera, sin deudas. Parte de la producción la exportábamos hacia Haití”.

Sin embargo, diferencias de criterio empresarial con la esposa de su amigo generó conflictos en el próspero negocio, de modo que Catalino abandonó la administración de la empresa y, en buena lid, recibió una considerable liquidación por sus años de trabajo. Para esa época tenía un pequeño supermercado que administraban (y aún administran) sus hijos.

“Para conseguir lo que tengo, para superar años de pobreza, precariedades y económicas he trabajado muy duro. He sido trabajador, honesto y transparente, sin necesidad de mentir, ni de inventar falsedades. Soy un hombre que puede mirar el sol de frente”.

Catalino, a quien en su comunidad lo apodan Julián, dice estar agradecido de Dios “por todo lo que me ha dado, pues en este mundo nadie regala nada gratis a nadie. Si alguien te regala algo, ten cuidado, abre el ojo”.

Con 62 años, se radicó en Pedernales, donde opera un supermercado de su propiedad. No descuida a su padre, a que visita con frecuencia, ni a sus hermanos, sobrinos y familiares.

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