Durante siglos los hombres han sido clasificados por sus virtudes o sus defectos. Desde la antigüedad más remota los líderes y maestros han relacionado los caracteres físicos de los hombres con sus particularidades psíquicas fundamentales. La famosa biotipología de Kretschmer divide los seres humanos en cuatro “temperamentos” básicos: sanguíneos, coléricos, flemáticos y melancólicos. Médicos y psicólogos admiten estas diferencias –físicas y de conducta- que vinculan a las secreciones tiroideas, al equilibrio hormonal, a asuntos fisiológicos como la presión arterial o “los niveles” de tales o cuales vitaminas. Se habla de hombres “resistentes y duros” y de “sujetos blandengues y frágiles”.
Todos los días oímos hablar de gordos y flacos, de hermosos y feos, torpes y listos, sinvergüenzas y serios, valientes y cobardes, inteligentes y brutos. Son clasificaciones de la gente que no pretenden el rigor científico del neurólogo bávaro Ernest Kretschmer, fallecido en 1964. Los psiquiatras de hoy, antes de “desnudar” las mentes de los enajenados, los despojan de sus ropas para observar mejor los huesos de las piernas, la altura de los hombros, la amplitud del vientre o el pecho. Así como nuestras huellas digitales nos distinguen de las demás personas, el formato corporal permite anticipar de cuáles “desarreglos” psíquicos padeceremos.
En la República Dominicana se dice habitualmente: fulano de tal es “un hombrote de pelo en pecho”; en cambio, perencejo es “un hombrecillo totico”. Sin embargo, todas estas clasificaciones apuntan al talante, al temperamento, a los rasgos de carácter que diferencian los individuos. Por eso llaman caracterologías a estos esfuerzos intelectuales por describir “los tipos humanos”. ¿Pero qué ocurre con las ideas que proclaman o sostienen gordos y flacos, flemáticos y coléricos? Nos han hecho creer que las ideas, por ser abstractas, no tienen nada que ver con quienes las formulan y defienden.
Suponemos, ingenuamente, que las ideas pueden ser verdaderas o falsas, objetivas y exactas o imprecisas y sin rigurosidad metódica. Pero nunca pensamos en que las ideas –las nuestras y las de Platón- puedan catalogarse como sanguíneas, coléricas, melancólicas o flemáticas. Mi experiencia personal es que cada sujeto tiñe las ideas que expresa con el color de su carácter, “matiza’’ con recuerdos infantiles –dolorosos o amables- y las expulsa como proyectiles.