Causas de la pobreza de la nación

Causas de la pobreza de la nación

Parodiar con habilidad el título que Adam Smith dió a su estudio sobre la riqueza de las naciones, es recurso abusado entre quienes tratan de explicar los orígenes del efecto distributivo del desarrollo. Uno de los últimos ejemplos lo presenta el profesor emérito de Harvard, David Landes: La Riqueza y la Pobreza de las Naciones. Con razón, porque como escribió Malthus, «las causas de la riqueza y de la pobreza de las naciones es el gran objetivo de la Economía Política».

La pobreza dominicana, tan antigua y tan actual, movió a José Ramón López a buscar su explicación en el hambre, la desnutrición y mala dieta se diría hoy. Américo Lugo

recorrió la senda racial, esa mezcla de «sangres» efectos del maltrato del negro por el blanco, en pos de una causa más profunda de la miseria dominicana. Si siguiéramos a Hungtinton en la simplista versión danesa de Peter Beier, apuntaríamos al clima bochornoso como su principal responsable.

Hoy en día, en parte con el Banco Mundial, el BID y ONAPLAN, y en parte contra ellos, nos llaman la atención la falta de inversiones productivas factor básico del desempleo, la demografía, la ausencia de acuerdo social de élites y gobierno, la centralización y la más sistémica globalización.

Como siempre, ese es el acuerdo sobre el desacuerdo de un rico Taller de la Mesa de Reducción de la Pobreza del Diálogo Nacional.

En realidad todos aceptamos que el nivel de pobreza subió al pasar de una sociedad montonera a una sociedad global, mientras crecía rápidamente la población y no el terreno ni la tecnología. Todos sabemos también que la reducción de la tasa de fecundidad frena ya el aumento de la población y que el problema demográfico es más de salud y de educación y práctica sexuales con valores en conflicto.

Ciertamente, el tan extendido embarazo de adolescentes (23 % de las jóvenes entre 15 y 19 años, según ENDESA 2002) causa deserción escolar y familia con vocación a la pobreza de un hogar con la mujer como jefe de familia.

Trataré pues de lo que es más propio del economista en la discutible división disciplinar de las ciencias sociales: la falta de inversiones, el acuerdo social sobre el modelo de

[b]crecimiento económico y, si hay espacio, la globalización o la centralización.

1. Falta de inversiones.[/b]

Decir que el desempleo es causa de la pobreza es decir demasiado poco. Decir que el desempleo se debe a la falta de inversiones es movernos en terreno causal. La pregunta entonces es la de saber por qué hay tan pocas inversiones sobre todo en una amplia zona fronteriza y en el nordeste de la provincia de Santo Domingo.

Una respuesta inmediata es atribuirlas a elementos geográficos: falta de lluvia, calidad de los suelos, etc. Pueden también deberse a falta de mercado (Lösch teorizó espacialmente la pérdida ocasionada por las fronteras) o de infraestructura física de carreteras y de vías de acceso al exterior. Es posible incluso pensar con Schumpeter en la falta de potenciales empresarios o creadores de nuevas combinaciones de factores. Todo muy lógico y con dosis de innegable realismo. La cruz de todos estos argumentos es la simple existencia desde hace tiempo de núcleos poblacionales de importancia (Barahona, Neyba, San Juan de la Maguana). Luego antes existieron inversiones que dieron vida y trabajo a miles de personas. Reconozcamos, con todo, que es muy verosímil que en el tiempo estas regiones hayan perdido rentabilidad relativa frente al núcleo de ciudades de Santiago (desde Mao hasta Licey y Tamboril) o de la capital (Boca Chica Haina San Cristóbal) con mucho mayor capital humano educación y centros de enseñanza superior y social conexiones con el Gobierno o con el exterior. Perdieron también terreno hoy haitiano.

Otra explicación alterna se desprende del análisis de la inversión en dos elementos muy distintos, aunque con el importante factor común del uso de un capital financiero para lograr beneficios: las inversiones productivas y las especulativas.

Las inversiones especulativas, o de»rent seeking», no producen ni muchos bienes ni mucho empleo. Su esencia consiste en negociar bienes ya existentes utilizando incentivos discriminatorios como préstamos sectoriales y regionales a mucho más bajos intereses que aquellos a los que lo prestan prestamistas informales o usureros en el lenguaje popular, para represtarlos a intereses «de mercado».

Casos del Bagrícola y del antiguo Fondo FIDE que engordaron a dueños de Bancos de Desarrollo y Comerciales y a empresas vinculadas. En la misma categoría especulativa entran cambiantes y exportadores de dólares cuando reina incertidumbre inflacionaria o devaluatoria, y hasta importadores y comerciantes que logran evitar impuestos a base de conexiones institucionales o de simples sobornos.

En la lista no figuran quienes comercian sin quebrantar reglas y ofrecen verdaderos servicios a los consumidores y trabajo a quienes los buscan.

No afirmo que no existan riesgos en estas inversiones, que siempre tengan éxito o que pequen contra las reglas de un mercado sobre el que se tiene cierto poder. También las «inversiones»de políticos son especulativas. Inversiones que, contra Marx, no son sólo propias del período de la acumulación originaria. Estos inversionistas especulan con la probabilidad a veces pequeña de ser sorprendidos y castigados por el mal uso de reglas aunque muchas veces son los inspectores los que pagan la imprudente osadía de descubrirlos y someterlos.

Inversiones productivas son los que emplean el capital elaborando o comerciando bienes que satisfacen necesidades sin buscar ni practicar tratamientos discriminatorios delictivos de tipo fiscal, financiero, cambiario, monopólico o ambiental. Aunque es difícil definir criterios éticos en este campo digamos que bastan los mencionados y las prácticas «generalmente aceptadas» de una sociedad de los «mejores»que dijera Aristóteles.

La hipótesis alterna para explicar la pobreza sería exceso de inversiones especulativas que por razones evidentes tienen que centrarse en la capital y en los nudos de la red de poder económico y político del país. Por eso es tan funesto que los inversionistas sean sobre todo «señores» que se mudaban a la Corte (Francia, España hasta el siglo XVIII) y no artesanos y maestros de oficio, o que se encubren en leyes y prácticas proteccionistas y desconocedoras de la propiedad de los llamados «hombres nuevos».

La quintaesencia del mensaje es sencilla; el capital propio o prestado puede ser usado para producir bienes y servicios aumentando así el patrimonio de los inversionistas o sencillamente para aumentar beneficios socialmente ilusorios. El valor agregado de la inversión está más en el incremento de bienes y servicios, entre ellos el empleo, que en la ganancia monetaria.

[b]2. Acuerdo social sobre el modelo de crecimiento.[/b]

No existen acuerdos sociales perfectos. Sin llegar al extremo de afirmar que todo acuerdo social satisfactorio es un juego de suma cero en que ningún autor gana sustancialmente a costa de pérdidas netas notables de otros, sería excesivo optimismo postular una utilidad equimarginal idéntica. El acuerdo refleja no sólo utilidades actuales sino futuras, grado de poder, preferencias de actores privados dominantes, de los partidos,

de gobiernos extranjeros y del gobierno nacional. Lógicamente, ningún acuerdo satisface íntegramente a cada actor ni la utilidad o satisfacción resultante es la misma para todos. Importante es más bien que todos puedan aceptar un relativo «consenso», aunque sea por temor a otros potenciales acuerdos. En este sentido se habla de un acuerdo social. Sin adentrarme en el pantanoso terreno de metodologías para lograrlo, quiero fijarme en

resultados posibles.

Concretamente debe la política económica estar orientada a largo plazo por la demanda, por la inversión, por las exportaciones, por la apertura externa de los mercados? 2.1 Crecimiento dirigido por la demanda o por la oferta?

Muchos en el país creen que debe otorgarse prioridad a la oferta, en este contexto a la inversión, sobre la demanda, que significa normalmente empleo e ingresos. La razón principal es que el desarrollo del capital garantiza una mayor producción potencial en el futuro, mientras que el influjo de la demanda sobre la inversión es pasajero.

Esta prioridad favorece incentivos a las ganancias del capital (menores impuestos e intereses) y a inversiones públicas que son externalidades aprovechadas sin costo adicional para las empresas (carreteras, puertos, facilidades públicas de educación e investigación y claros derechos de propiedad unidos a mecanismos rápidos de decisión de conflictos).

Sin embargo, hay muy fuertes razones para dar preferencia a la demanda de los consumidores. Las expectativas de esa demanda, la por Keynes llamada demanda efectiva, es el determinante de la creación de capital, del uso de la capacidad instalada y,

cuando el mercado es competitivo, de la misma tasa de crecimiento tecnológico o de la importación de nuevas tecnologías. Hace rato que en República Dominicana optamos por los hechos en favor del uso de ideas sobre la creación de ideas.

Si la política económica es guiada por la demanda hay que fomentar altas retribuciones, exigentes normas de trabajo, seguros y pensiones a los empleados públicos (no incremento de empleos con bajos salarios, poco trabajo y nula seguridad) para aumentar la competencia con el sector privado en el mercado laboral y fomentar la productividad, la educación y la seguridad social.

Nadie duda que a largo plazo demanda y oferta crecen conjuntamente, pero me parece con Setterfield que la intensidad de la demanda es el factor regente del producto potencial.

2.2 Crecimiento dirigido por las exportaciones o por la apertura externa (globalización)?

El mismo tamaño del mercado compele a todo país pequeño a abrirse al exterior. La pregunta importante es la de saber si debe incentivar directamente la exportación o fomentar la competencia de un libre comercio administrado en muchas áreas por países mayores.

República Dominicana decidió orientar su política económica en favor de la exportación en áreas donde tiene ventajas comparativas naturales permanentes (turismo) o pasajeras (mano de obra abundante: zonas francas). De hecho esta orientación de política económica favorece a zonas tradicionalmente pobres y poco pobladas (Este, Samaná, Costa Norte) y a otras con abundante mano de obra (Mao Santiago La Vega; Santo Domingo, Haina, San Cristóbal).

Es discutible si la inversión directa extranjera en turismo y zonas francas ofrece una base institucional segura en la actual organización del comercio internacional. Pero en cualquier caso conviene recordar que en la capital de las zonas francas, Santiago, el ingreso promedio de la población ocupada en 1998 era superior al del Distrito Nacional RD$ 5281 pesos mensuales versus 5007. En favor de la actual orientación pueden esgrimirse dos argumentos: se trata de una etapa de «aprender haciendo» que posibilita una de mayor competitividad futura; el uso de las ganancias por los empresarios nacionales exhibe una proporción alta de consumo conspícuo en detrimento de la inversión. Argumentos en contra son la precariedad de nuestros arreglos institucionales en zonas francas y la creciente competencia de Honduras y China, ambos países con costos laborales más bajos y China con mucha mayor capacidad tecnológica.

Me hubiera gustado tratar de modo igualmente rápido la importancia de la supercentralización administrativa en la Capital en detrimento del interior. Será otra vez.

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