Causas y azares

Causas y azares

KARYNA FONT-BERNARD
La lectura, ese placer vital para algunos, que aporta creatividad mental y fluidez espiritual, ha sido mi compañera desde la infancia. Sin duda, fue un hábito inducido y motivado por mis padres, quienes me obsequiaban en las ocasiones especiales libros, envueltos cuidadosamente en papel llamativo y lazo impecable, en ves de regalarme esa muñeca de moda, brillante y deseada por todas mis amiguitas. Hay escritores, que sin lugar a dudas, me han marcado profundamente, ¿cómo no? Gustave Flaubert, Eca de Queiro, Margherite Yourcenar, Alejandro Dumas, un poco más para acá, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez y Paulo Coelho.

Pero hoy, me voy a referir a uno de los mejores escritores españoles contemporáneos, Fernando Díaz-Plaja, autor de una joya literaria, “La Biblia Contada a los Mayores”. Es una obra controvertida, fascinante y original, salpicada de picardía e ironía. El lector, debe abrir su mente, porque esos asuntos bíblicos, son abordados con objetividad pero no por eso, dejan de herir la susceptibilidad de muchos religiosos. La Biblia, obra maestra, repleta de simbologías y analogías, de historias apegadas a la realidad y otras tantas, a la fantasía. “La Biblia Contada a los Mayores”, escoge algunos episodios del Antiguo Testamento y le hace un análisis apegado a la objetividad. Como bien comenta Díaz-Plaja, “intento poner cierta lógica y razonamiento en el confuso deambular de los hechos y espero que nadie se ofenda con estas páginas”.

En la estampa primera de su libro, Díaz-Plague, inquiere sobre el aspecto que tendría la serpiente ante de que Dios la condenara: “Por haber hecho esto maldita serás entre todas las bestias del campo; te arrastrarás sobre tu pecho y comerás el polvo todo el tiempo de tu vida”. Por lo tanto, se supone que antes de esto, era un animal hermoso y seductor y solo así pudo entonces convencer a Eva, de que probara el “fruto prohibido”. Díaz-Plague asocia la serpiente con una gacela parlanchina, “sería más lógico y facilitaría el diálogo con Eva, porque ¿quién se va a agachar para escuchar lo que dice una serpiente, que con su forma de reptar ya muestra su perfidia?”. Y a propósito, ¿será válido el empeño histórico de que haya sido una manzana, dicho fruto? Bien hubiese podido ser en dado caso un higo, puesto que “abriéronse los ojos de ambos y, viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores”. Génesis 3. Resulta asombroso, que un hombre y una mujer, los primeros del mundo, tuvieran idea de cómo se hacía el ceñidor. Además, en efecto, como sostiene el autor, las hojas de higuera eran las más aptas para confeccionar un ropaje. Y el hecho , -continúa explicando- de que encontraran inmediatamente ese árbol, pudiese darnos la pista de que el fruto prohibido era un higo. Luego de esto, sostiene la Biblia, “hízole Dios al hombre y a la mujer túnicas de pieles y los vistió”. Aquí encontramos, por primera vez en el Libro Sagrado, la referencia sobre la muerte de un animal de los creados por Dios y de los que tan orgulloso estaba.

Otra estampa del citado libro, se refiere a la longevidad de los hombres del Antiguo Testamento. Adán murió a los novecientos treinta años. Mucho antes de esto, a los ciento treinta años, tuvo a Set, hermano de Caín y Abel. Set, a los ciento cinco años, tuvo a Enos y este a su vez, a los noventa años tuvo a Cainán. Matusalén es el ejemplo exacto de lo que significa longevidad, ya que murió de novecientos setenta años. Fue padre a los ciento ochenta años nada más y nada menos de Noé, quien murió a los novecientos cincuenta años, casi igualando la marca de Matusalén.

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