Causas y consecuencias de las despoblaciones de principios del siglo XVII

Causas y consecuencias de las despoblaciones de principios del siglo XVII

Las causas de las despoblaciones ordenadas por el rey Felipe III, y ejecutadas al pie de la letra por el capitán general y presidente de la Real Audiencia, Antonio de Osorio, aparecen en el relato histórico configurado por Antonio Sánchez Valverde. Estas son tan reiteradas que el historiador fray Cipriano de Utrera, en el prólogo a la tercera edición dominicana de 1947, señala: “No hay sino que ver cómo se entretiene [Sánchez Valverde] en la enumeración de las causas históricas de la decadencia de la Española, y cómo salta como brasas sobre las causas político-económicas, envolviendo éstas con aquéllas, sin detenerse a filosofar…” (Sánchez Valverde, 1988, 42-43).

La causalidad en la historia es una noción muy antigua. Topolsky encuentra su origen en la antigüedad en el pragmatismo de Polibio (II a. C.) y en la obra de Tucídides (V a. C.).  Los historiadores pragmatistas buscaban las causas de los sucesos históricos, estas se han constituido, desde entonces, en parte de la narración histórica (1982).

Luego aborda Topolsky el principio de causalidad como base del principio de regularidad de los hechos en el que se planea una visión nomológica del universo.  Y aclara: “Esto no implica que la aceptación de las regularidades en sentido gnoseológico suponga para todos los investigadores la aceptación de todas las conclusiones ontológicas que se derivan” (190). Y establece una relación entre el hecho, la consecuencia y un factor adicional llamado condicionamiento o nexo causal.

Por otra parte, Ricoeur al comentar la obra de William Dray, “Laws and Explanation in History” (1957): dice que nos encontramos en una crisis del modelo nomológico. Presenta varias perspectivas: una crítica negativa que termina por separar la idea de explicación por la de ley; el autor que lucha por un tipo de análisis causal irreductible a la subsunción por leyes. Finalmente, aquel explora un tipo de explicación por razones, que no abarca más que una parte del campo liberado por la crítica a la explicación regida por leyes empíricas (“Temps et récit”, I, 218). Finalmente, Ricoeur señala que esa dispersión de la lógica de la explicación da paso a la vía de reevaluar la comprensión narrativa.

Para no entrar en temas teóricos escabrosos, me permito presentar la posición del eminente historiador del mundo clásico francés Paul Veyne, profesor del Collège de France, en “Commentonécrit l’ histoire” (1971): “Le problème de la causalité en histoireest une survivance de l’ èrepaléo-épistémologique”. Continuamos suponiendo “que el historiador enuncia las causas de la guerra entre Antonio y Octavio como un físico habló de la caída de un cuerpo” (1978, 128).  Todo relato es una trama, afirma.

Regresemos a los textos historiográficos. El historiador José Gabriel García, en “Compendio de la historia de Santo Domingo”, es uno de los primeros en citar a Sánchez Valverde. En “Compendio de la historia de Santo Domingo” para escolares dice que la isla se encontraba abandonada a finales del siglo XVI. Lo que trajo como consecuencia el negocio del contrabando y, debido a esto, el rey tomó la decisión de despoblar las ciudades del norte de la isla y trasladar a sus habitantes a un área más cercana a la ciudad de Santo Domingo (García, 1867).

Al preguntarse: “¿Qué resultados se alcanzaron con las demoliciones de las ciudades del litoral?”, se responde: “Que no fueran tan frecuentes y numerosas las emigraciones de los colonos a las islas vecinas y al continente; pero como la miseria aumentaba escandalosamente con la dificultad del comercio, las transmigraciones no cesaron del todo e insensiblemente siguieron saliendo de la isla familias enteras.” (García, vol. 4, 2016, p. 72).

La posición de García parece más cercana a la de Del Monte y Tejada, a la vez se aleja de las derivaciones que se hacen en el siglo XX, en especial en el discurso de Manuel Arturo Peña Batlle. Según García, la gente no se fue debido a las despoblaciones, sino al estado de miseria, abandono y a la poca posibilidad de desarrollar el comercio.

Como dice Del Monte, las familias originales no emigraron, los hijos de los fundadores de la colonia se quedaron y, alejados de la política, se dedicaron a sus haciendas y se conformaron en la medianía que el suelo les permitía. Esa visión clasista de Del Monte y Tejada, muestra que las familias rancias se afianzaron a la tierra. Es por esta razón que les hace un homenaje inscribiendo sus nombres en la memoria histórica.

Sobre la presencia de los bucaneros en La Tortuga, dice García que comenzó para 1640 a pesar de los esfuerzos que hicieron las autoridades para impedirlo. Luego estos se ubicaron en ciudades que habían sido devastadas, como Fort de Paix (Bayajá) y Leogane (La Yaguana). Tampoco se desprende de las despoblaciones una situación que se da en el futuro como lo hacen Lugo y Peña Batlle. La postura de García coincide más con Juan Bosch al insistir en el abandono de la Isla y la falta de una fuerza que pudiera cuidar su territorio, como causas de las devastaciones y de la ocupación de La Tortuga y, luego, de las antiguas ciudades (Ibid., 75).

En 1938 Manuel Arturo Peña Batlle publicó “Las devastaciones de 1605 y 1606. (Contribución al estudio de la realidad dominicana)”, que luego fuera publicado en 1946, como introducción a “Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana” (1946).  En este ensayo histórico que muestra el uso de los materiales de archivo y una teoría a la usanza de la historiografía francesa sobre el medio y la cultura (Lucien Febvre).

El discurso de Peña Batlle toca a los primeros fundadores de la Escuela de los Anales.  En este aspecto, su visión del espacio le lleva a abogar por una salida atlántica de nuestra cultura, lo que usa para criticar las despoblaciones.

Dentro de una cultura documentalista naciente, el abogado e historiador echa mano de la Colección Lugo, de los Documentos antiguos de Emiliano Tejera (a quien sustituyó como coordinador de la comisión que trata los asuntos fronterizos en la década del 1920), las investigaciones de fray Cipriano de Utrera, las noveles investigaciones de Despradel Batista y refuta las opiniones de Pedro Henríquez Ureña sobre las causas de las despoblaciones. Se apoya en Sánchez Valverde para revisar ese espacio de la memoria.

Lo primero es convertirlo en un teatro dramático donde el pasado habla por el presente. Aunque el historiador en mímesis II proyecta su texto a sus semejantes y, como dijo Collingwood, toda historia es historia contemporánea, Peña Balle hace derivar del acontecimiento elementos fundamentales de la forja de la nación dominicana. En su discurso opera, mediante las causas, una nomología, sin que se pueda ver un razonamiento basado en leyes históricas.

En suma, su discurso tiene muchas aristas porque crea un cierto maniqueísmo. El bueno era el obispo Padilla que intentaba detener las despoblaciones y el malo era Antonio de Osorio. En su escenario trágico la Iglesia representa lo bueno y Osorio la dictadura, mientras que el autor se coloca en el lugar del defensor del liberalismo.

Nunca el discurso de Peña Batlle había exhibido una mayor empatía por las revueltas y las clases subalternas. Todo esto mientras olvida el papel del Príncipe en el escenario de los hechos (continuará).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas