Cautivos de sus banqueros

Cautivos de sus banqueros

No es que hayamos desmontado el Estado del bienestar, es que asistimos impotentes a la desarticulación social. Los que no logran realizar sus sueños suelen decirles a los demás que tampoco alcanzarán los suyos.

Ojalá nunca perdamos nuestra capacidad de rebelarnos contra la injusticia, ese instinto libre y salvaje que nos distingue como personas permitiendo acentuar nuestra identidad como individuos independientes y, sin embargo, pertenecientes a una colectividad e integrados en un sistema social.

 Los pueblos progresan cuando son impulsados por sus líderes. Es posible que la indignación vaya creciendo día a día hasta convertirse en un movimiento identificable en sí mismo, más allá de la conciencia de rebeldía que se instala en nuestras almas cada vez que alguien pisotea nuestra dignidad que, por lo demás, no es más que la dignidad del pueblo, la conciencia colectiva de los seres humanos. Nos prometieron que podíamos ser como dioses y vivir por encima de nuestras  posibilidades, instalados en el lujo y la codicia y asistimos ahora impotentes al desmantelamiento de un sistema que elevó la avaricia y la corrupción a la categoría de modelo. No es que hayamos desmontado el Estado del bienestar, en cuya ruina nos vemos atrapados por mor del capital, es que asistimos impasibles a una completa desarticulación social que dio la cara con la recesión económica, que impuso el pensamiento único frente al espíritu crítico, que acabó con cualquier atisbo de ideología y que amenaza con enseñarnos su peor rostro cuando destruya derechos y libertades que creímos inalienables y que ceden terreno ante el totalitarismo de la insolidaridad, la desigualdad, la intolerancia y la xenofobia. Lo auténticamente insostenible es la dictadura de los mercados. Nada nuevo bajo las estrellas. Siempre ha sido así porque somos víctimas de la condición humana y arrastraremos este estigma hasta el fin de los días. “ Carlos I y Felipe II, reyes de España, también eran prisioneros de sus banqueros en sus delirios bélicos y expansionistas, la globalización de un imperio “donde no se ponía el sol”.

 La caída de esos muros, el desmoronamiento de ese sistema, no difiere mucho en el fondo, claro está, de lo que hoy ocurre en el mundo. No sé a ciencia cierta si esta crisis que (sobre) vivimos es una recesión propiamente dicha o no. Nuestra gran depresión es en verdad nuestra propia vida, sometida a la voluntad de unos pocos que han usurpado el poder y dicen actuar en nuestro nombre cuando nos destruyen. Hemos admitido muy a nuestro pesar que el gobierno del pueblo para el pueblo es un puro formulismo, una definición nominal que etiqueta una democracia de baja intensidad incapaz de plantar cara a los especuladores y castigar a los corruptos. Joseph Stiglitz ha definido la democracia en América como el gobierno del 1% de la población, para el 1% de la población y por el 1% de la población. El 40% de toda la riqueza del país está en manos del 1%. De ahí precisamente surge el movimiento Ocupa Wall Street, la versión norteamericana del DRY,15-M y el 15-O. Aplaudimos desde nuestros domesticados medios de comunicación una primavera árabe en la que rodaron las cabezas de unos cuantos tiranos que tenían las manos manchadas de sangre, pero cuando ese amanecer de las ideas exige la regeneración de nuestro modelo y clama para que se escuche la voz del pueblo, mandamos a los antidisturbios a la calle para garantizar el orden social, que no es otra cosa que asegurar nuestro porcentaje en el beneficio. Es curioso, la gente que no logra conseguir nunca sus sueños suele decirles a los demás que tampoco realizarán los suyos. Desde luego, hay momentos en los que un hombre tiene que luchar y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que solo un iluso seguiría insistiendo. En ese sentido, yo siempre fui un iluso.

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