Cavilación sobre el Impreso

Cavilación sobre el Impreso

Bieito Rubido llegó al país precedido de la calificación de “experto español en asuntos de comunicación social”. Bieito fue presentado en un auditorio al cual fueron invitados oficiantes del buen arte de la comunicación de alcance colectivo. Experto al fin y al cabo, reiteró lo de sobra conocido. “La gran amenaza para la prensa escrita está en los progresos de la era digital”, explicó. Asentimos aún quienes nos aferramos a la letra reproducida en papel bajo el procedimiento de Tsai Lun o Johannes Gutenberg.

En las sociedades dominicanas y de otros países deben vivir otros individuos como yo, reacios a las pretensas bondades de los sistemas digitales. Pese a nuestra existencia, la prensa tradicional pierde la batalla. En países de menor desarrollo relativo tanto la circulación como los avisos pagados tienen en contra la incuria educativa y la incapacidad económica de las personas. En los países de mayor desarrollo relativo los medios impresos se enfrentan a las tensiones de vida.

En estas últimas naciones la gente batalla contra el tiempo. No hay tiempo para la familia sino para el trabajo. No hay tiempo para educar apropiadamente a los hijos sino para codearse con el patrón. No hay tiempo para el cultivo de la mente sino para el mensaje cursi y banal. Ni siquiera hay tiempo para ganarle tiempo al tiempo. De ahí el éxito logrado por las publicaciones mostradas en páginas electrónicas. Se consultan mediante ordenadores conectados a una red informática que no impide que se complazcan las peticiones del patrón.

Lee con asiduidad la letra impresa sobre papel, quien hereda la tendencia. La fruición derivada de la lectura tradicional es hábito que se cultivó en los hogares y en las escuelas del ayer. Se inclina a la lectura en publicaciones periódicas y en libros, quien contempló a sus padres haciéndolo. También encuentra placer en la lectura tradicional aquél a quien ayudaron a asentar esa costumbre en el aula.

Por ello sostengo que no todos acuden a la lectura digital. Queda un resto de elevados niveles de formación académica o autodidacta que todavía consulta los papeles de Lun o de Gutenberg. Quienes constituyen ese resto son una elite del pensamiento dentro de cada comunidad. Son concitados, lo admito, por la electrónica. ¡Quién no! Ciego ya, Joaquín Balaguer me interrogó sobre los mecanismos que estábamos utilizando para escribir. Respondí -en ese instante-, que no acabo de desprenderme de la maquinilla, pero que incursionaba ya –en ese instante-, en los ordenadores.

Y entonces ponderé versatilidad y rapidez de estos equipos, las cuales propiedades reconozco y exalto. Tras breve referencia a su potencial y facilidades, comentó: ¡Cuánto más habría escrito si en aquella época hubiera contado con esos aparatos! La exhalación contenía un hálito de perdidas añoranzas. ¡Cómo habría disfrutado de estas novedades engatusadoras! Supo de ellas cuando se agotaba su longeva existencia, y de haber escuchado la disertación de Bieito tal vez, y sólo tal vez, se habría encariñado con estas excreciones del pensamiento humano.

No leo en pantalla. Con terquedad digna de mejor causa me niego a ello. Mas, admito, aprovecho las facilidades de la informática. Quizá por ello Bieito vino a decir cuanto dijo. Mas por encima de cuanto explicó, sigo aferrado al escrito sobre papel que sigue los procedimientos de Tsai Lun y de Johannes Gutenberg.

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