Cavilaciones sobre la reelección

<p>Cavilaciones sobre la reelección</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
Propiciaba una modificación al texto constitucional el general Ulises Heureaux, de manera que pudiera repostularse. El general Teodoro Henneken, inglés que participó en la guerra restauradora dominicana, era contrario a esa reforma. Por inspiración del general Gregorio Luperón, el partido azul estableció un esquema por el que los mandatarios durarían dos años en su gestión. Sin derecho a repostularse de manera inmediata. Lilís deseaba romper esa restricción y abrirse paso hacia una Presidencia sin término.

Era amigo del bravo soldado inglés, y le guardaba respeto. Mas no estaba en su ánimo conservar fidelidad a la franca relación que los unía, si ello obstaculizaba su ansia de poder. Impulsado por el desasosiego que lo consumía, mandó por Henneken al hotel francés. Era miembro del Congreso, y allí se hospedaba al viajar a Santo Domingo para asistir a las sesiones. Conversaron de todo y de nada, como los probados amigos que eran. Entre un tema y otro, el Presidente le habló de la reforma y de su interés particular. Al despedirse, Lilís le preguntó si era numismático.

Henneken le dijo que no. Lilís, no obstante su respuesta, le sugirió que comenzara una colección de monedas extranjeras, con una que le iba a donar. Buscó en sus bolsillos una moneda de Chile, y se la puso en las manos.

-¡Comienza tu colección con ésa!, le dijo. Y afectuosos, como probados camaradas, se despidieron.

Pero en su habitación del hotel, Henneken daba vueltas a su cabeza. Sabía que Lilís no gastaba palabras. Ducho, hábil, astuto, ya los amigos de Luperón comenzaban a sospechar de sus intenciones. Henneken sabía de su actitud en Puerto Plata, en la reunión sostenida en casa de Luperón, con motivo de los comicios del 84. De manera que, en tanto cavilaba sobre la conversación sostenida con el Presidente, daba vueltas a la moneda. Buscó una lupa, porque tenía la seguridad de que algo se escondía en aquella moneda. Al fin la descubrió. La divisa nacional de Chile es “por la razón o la fuerza”.

En la siguiente vez, al presentarse el anteproyecto de reforma, Henneken “se enfermó”. Por tanto, no pudo asistir a la sesión del Congreso. Lilís impuso su objetivo, y se reeligió en tantas ocasiones como le cupo en suerte, hasta el magnicidio de Moca.

A lo largo de años, el tema de la sucesión presidencial ha suscitado apasionados debates. Hemos de suponer que la propuesta de los dos años de gestión era una modalidad primitiva de la famosa frase de “entren tó”. Sin el san Antonio, pues tal vez aquellos abuelos nuestros distaban, en los graves asuntos de carácter público, de nuestra congénita procacidad. Por tanto, la ordenada sucesión presidencial pareció marchar viento en popa del triunvirato iniciador al Presbítero Fernando Arturo de Meriño. Y siguió sin trabas de Meriño a Lilís. Pero ya aquí comenzaron las dudas, conforme podemos leer en algunas cartas de Pedro Francisco Bonó a Luperón. Aún así, Lilís debió plegarse al proyecto de la alternabilidad y al adecuado orden sucesoral.

Lo único que, apuntando hacia sus propósitos, organizó Lilís unos comicios para restar poderes a Luperón, e imponer él, en lo adelante, sus puntos de vista. Electo Francisco Gregorio Billini, una serie de acontecimientos determinaron su renuncia antes de que concluyese el período. Y es, a continuación, con el retorno de Lilís, cuando se rompe el esquema recomendado por Luperón. Y se gesta, y lleva a cabo, la reforma para la que Lilís determinó necesario quebrantar la opinión de Henneken.

La cuestión, por tanto, no está en la reelección, del mismo modo en que la fiebre no está en la sábana. El problema radica en la forma en que, en algún instante, determinadas gestiones del Poder Público, pretenden dar continuidad a una administración. Es en las presiones que se ejercen, con recursos diversos -económicos, propagandísticos, políticos- en donde se halla la raíz de los males. Porque con ellos, una determinada propensión de la opinión pública es vulnerada por estas presiones, en procura de una reelección. Y esto es, en realidad, lo censurable.

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