Cazador de sí mismo

Cazador de sí mismo

POR ONEIDE BOBSIN
Entre los mitos traídos por los africanos a América, uno de ellos está relacionado a una cacería. El cazador acecha a su presa. Al aproximarse un poco más a la gran ave que vislumbra entre las hojas estira al máximo su arco y suelta la flecha, hiriéndose gravemente. Se había olvidado que el arco apuntaba a su propio pecho. Así el cazador se convirtió en la presa.

Con el avance de las investigaciones sobre los modos de ser y de vivir de otros pueblos distintos y distantes, se descubrió que mito no es sinónimo de mentira. Es un relato repetido, contado, que revela aspectos significativos de un pueblo. Todos los pueblos tienen sus propios mitos. Por tanto, uno habla de otro tipo de verdad, que no se confunde con la ciencia.

En el  paraíso bíblico, por ejemplo, había  un árbol cuyo fruto era prohibido comer. Era una orden divina. Pero la serpiente sedujo a la mujer. Esta, a su vez, convenció al hombre. Este, al ser interrogado por la voz divina, le echó la culpa a la mujer. Sin titubear, ésta acusó a la serpiente. Como la serpiente formaba parte de la creación divina, se puede concluir que, al final  de la conversación, la responsabilidad recayó sobre el propio Creador.

Hombres y mujeres son creativos en el arte del auto-engaño.

Pensando en las corrupciones que se generalizan en todas las dimensiones de nuestras vidas y de la vida social, política, económica y eclesial religiosa, podemos correr el riesgo de repetir el juego de Adán y Eva; corruptos siempre son los otros.

Y, cuando  alguien de los baluartes de la ética tropieza, los corruptos y corruptores no se hacen problemas y sostienen: Todos somos iguales. Como Adán y Eva, están desnudos delante de todos.

Es saludable, pues, que políticos y personas de referencias comunitarias, así como las cuentas de sus instituciones, estén delante de nosotros. Ni las institruciones ni las personas son infalibles. En la Carta a los Romanos, capítulo 3, el apóstol Pablo habla de la democracia del pecado: No hay justo, ni aun uno …todos se desviaron…

La percepción del apóstol Pablo no nos lleva conformarnos con la corrupción y el pecado. Preconiza, eso sí, el control público y comunitario de nuestras vidas y de las cuentas públicas  y comunitarias.  Cuando nos “acusamos” mutuamente de pecadores, garantizamos las condiciones para la democracia en la política, en las iglesias y otras instituciones. Nada hay de privado  y privatizante delante de Dios. .

La reivindicación de una administración  pública de los recursos eclesiásticos, políticos y de otro orden es plausible. La búsqueda, sin embargo, de la infalibilidad ética en personas e instituciones es altamente peligrosa. Lo que necesitamos ejercitar, entonces, es el control comunitario y público de nuestros recursos y vidas personales.

En las primeras páginas de la Biblia, la caída es la condición para tener conciencia de la desnudez a fin de evitar que seamos nuestra propia presa. La desnudez de la vida personal y de los recursos públicos y eclesiales indica el camino de la vida plena y de la democracia. Quien se cubre, encubre.

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