Cecilia, junto a su hermano, su madre y su pequeña hija.

Cecilia, junto a su hermano, su madre y su pequeña hija.

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Dicen que los hijos son el reflejo de sus padres. Son el resultado del esfuerzo de muchos años. Y es que los progenitores son los encargados de encaminar y proteger a sus vástagos hasta que puedan echarse a volar con sus propias alas.

Llevar su vida y al mismo tiempo ser los responsables de la de otro u otros no es tarea una fácil para los padres, y se hace aún más complejo cuando esta labor es asumida solo por uno de ellos.

En esta edición especial de madres solteras, compartimos las experiencias de mujeres “fajadoras”, que hicieron malabares para criar a sus hijos. Pero esta vez, la historia es contada desde la óptica de estos últimos.

Su madre lo dejó todo para ser únicamente “mamá”. Luego de que “el destino” se encargara de separar a sus padres, la vida de Cecilia de Jesús dio un giro de 180 grados.

“La carrera de mi madre como ‘madre soltera’ inicio hace 22 años con el fallecimiento de mi padre, cuando apenas mi hermano tenía 5 años y yo 11. Lamentablemente, nuestro padre atravesó por una situación de salud que no pudo superar, y ante esto nuestra madre, a pesar de su dolor y sufrimiento por la pérdida, se vistió de valor y gallardía para poder echarnos hacia adelante”, cuenta la joven.

Ella recuerda que fueron tiempos en los cuales la pobreza “les abrazó”.

“Las precariedades y el hambre nos visitaron sin marcar un tiempo determinado de salida; sin embargo, mi madre hizo honestamente todo lo que estaba a su alcance para que las situaciones económicas no nos afectaran tanto y para marcar un tiempo de salida a estos visitantes tan desagradables”.

“Cecy”, como le dicen sus seres queridos, explica que el primer trabajo de su mamá fue en una zona franca, en donde laboró por siete años continuos. “Ahí no solo cumplía su horario regular, también trabajaba horas extras. Y a este trabajo se suma que también vendía artículos de cocina y abría sanes para ayudarse con los gastos del hogar”.

Otras actividades que su madre tuvo que hacer para que pudieran salir adelante fue vender empanadas, jugos… también trabajó como doméstica en casas de familia… todo con el objetivo de ofrecer a sus hijos, por lo menos lo más básico y necesario.

Cuenta que siempre soñó con estudiar y superarse solo para ver a su madre descansar un poco y que su carga fuera menos pesada. Pero aún así, trataban de ser un equipo.

“Yo le ayudaba como podía con mi hermano, ocupándome de que vaya a la escuela, de hacer nuestras tareas y colaborar con la limpieza de la casa. No fue fácil abandonar las muñecas por una escoba, sin embargo fue el motor que nos ayudó a seguir adelante”.

“Admiro de mi madre su tolerancia frente a las vicisitudes, el que se haya sacrificado como mujer para ser únicamente “mamá”, porque tuvo la oportunidad de rehacer su familia, de casarse nuevamente, mas no lo hizo, se dedicó en cuerpo y alma a formarnos”.

Hoy su hermano tiene 27 años y además de estudiar Ingeniería Electromecánica, se dedica desde hace más de 15 años a la mecánica de vehículos diesel.

“Yo, aparte de desempeñarme como coordinadora administrativa en una empresa, me dedico en ocasiones a la coordinación de eventos, a la maestría de ceremonias, asesoría de trabajos universitarios, entre otros, para poder sacar a mi familia hacia adelante”.

A Cecilia le ha tocado la misma situación que su mamá: luego de que su matrimonio no funcionara, se convirtió en madre soltera. Debe trabajar arduamente, no solo para tratar de devolverle a su madre parte de lo que le dio, sino también para criar a su niña de 9 años, quien se ha convertido, junto a su madre, en la fuerza que le motiva a levantarse todas las mañanas y conquistar el mundo.

“Mi mamá renunció a sus sueños de hacerse profesional”. La periodista Yarilis Calcaño dice que según le contaron, su mamá estaba estudiando en la universidad cuando se separó de su papá. Esa separación, y el hecho de que debía trabajar por y para sus hijos, fue la razón por la cual tuvo que dejar los estudios.

En ese entonces Yarilis tenía unos cinco años. Y en su memoria siempre ha visto a su progenitora trabajar para ella y su hermano, quien es un año mayor.

“Ella no tenía un empleo formal, sino que lavaba ropa de algunas personas y trabajaba en quehaceres domésticos”.

Su trabajo fijo llegó luego. “Empezó a trabajar en un colmado. Era un trabajo bastante esclavizante, únicamente tenía dos horas libres y era para almorzar”, dice la comunicadora.

“Ella también vendía quinielas los fines de semana. Porque el pago del colmado no era mensual, sino cuando se pasaba balance”.

Cuando Yarilis terminó la secundaria, su madre sentía preocupación, pues debía sacar el dinero para sus estudios y los ingresos con que contaba eran escasos.

“Como somos de Sánchez, Samaná, la universidad de Nagua era la más cercana, pero yo quería venir a la capital a estudiar. Aquí tenía unas tías, y así fue como vine”.

Cuando entró a la universidad estatal, y aunque vivía con parientes, su madre le enviaba todo lo que necesitaba: pasaje, libros, comida y hasta la pasta de dientes que utilizaba.

“Acordamos que yo no trabajara para terminar la carrera más rápido, y así lo hicimos. Terminé mi carrera de periodismo en cuatro años”, dice Calcaño.

“Mi hermano decidió quedarse en Samaná. No quiso ir a la universidad porque iba a ser muy forzado para mi mamá tener a dos hijos estudiando. Lo que él hizo fue que aprendió un oficio técnico: peluquería y a eso se dedica todavía. Tiene su propio negocio”.

A pesar de que su madre nunca se negó a darle lo que necesitara para sus estudios, la joven periodista dice que sentía apuro cada vez que debía decirle que ya no tenía dinero para su pasaje, “porque yo sabía que ella hacía muchos sacrificios para enviarme ese dinerito todos los meses”.

Yarilis cuenta que hoy día su madre se siente contenta, porque sus hijos pueden valerse por su propia cuenta y son personas productivas para la sociedad.

“Ella está tranquila allá en el campo y se siente muy orgullosa cuando me ve dando las noticias en la televisión. Pero lo logré gracias a su esfuerzo. Hoy soy la mujer que siempre quise ser”, asegura la comunicadora, quien al preguntarle por su papá, dice que con él solo le une saber que es su progenitor.

“No tenemos una mala relación. Cuando voy al campo, paso y lo saludo”.

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Una falsa creencia

La antropóloga social y cultural Tahira Vargas señala que todavía existe la creencia de que los principales problemas que hay en la sociedad (embarazos en la adolescencia, delincuencias…) provienen de las familias dirigidas por mujeres solteras. “Eso es falso, porque en los estudios que nosotros hemos hecho vinculados a las redes delictivas, hemos podido ver que no tiene que ver con un tipo específico de familia, y menos aún con familias dirigidas por madres solteras, ni monoparentales, sino que son responsabilidad de toda la sociedad, de todos los organismos que intervienen en la niñez, adolescencia y juventud”, indica.

Prejuicio machista

La experta señala que el prejuicio hacia las madres solteras no solo es por que lo son, sino porque se entiende que una mujer no tiene capacidad para asumir la jefatura familiar, por eso se disminuye el valor que pueda tener la familia que ellas dirigen.

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