Celdas con todo incluido

Celdas con todo incluido

JUAN D. COTES MORALES
Para el régimen de Trujillo, el preso nunca fue gente, mucho menos sus enemigos. Después del 30 de mayo, cuando se dispuso de la vida de Trujillo, sus adversarios, desafectos y familiares salieron de las cárceles y se supo que fueron agradecidos con los militares y los reclusos que les dieron un trato respetuoso. A partir de ahí, la gente comenzó a expresar sentimientos afectivos por muchos reclusos porque «cualquiera cae preso y sabemos de hoy y no de mañana; en cualquier momento se voltea la tortilla y por un quítame esta paja meten a uno tras las rejas o en la chirola».

Pienso que por ahí mismo fue por donde comenzó la corrupción en las cárceles, muy especialmente para ser permisivos, tolerantes, hacerse de la vista gorda y darle un trato distinguido a algunos reclusos y, a otros, según la medida de su boca o el traje del monje.

Por otra parte, las cárceles y penitenciarias disponen de una apreciable cantidad de terreno, pero la construcción física es muy reducida y, con mucha frecuencia, como siempre se ha denunciado, la cantidad de reclusos es mayor que su capacidad.

De alguna manera los jefes militares se las ingeniaron para obtener permisos y concedérselos a su vez a los reclusos a fin de que pudieran construir con sus propios recursos una y otra celda y hasta pabellones, según las disponibilidades económicas y la organización y solidaridad de los reclusos, quienes se vieron en la necesidad de establecer su propio código de honor o reglamento interno, no sólo para esa actividad, sino también para tener protección, servicios de limpieza, medicinas, electrodomésticos, comunicación, alimentación, mandrias para la servidumbre, recreación, distracción en el sentido más amplio de la palabra y, finalmente, sexo dentro y fuera del penal.

En honor a la verdad, debo expresar que en el caso específico de la cárcel modelo de Najayo, los reclusos recolectaron fondos para comprar los transformadores y las redes a fin de que hubiese energía eléctrica en el penal mediante la instalación de una línea directa que garantizara un servicio permanente. Eso era indispensable para que algunos reclusos compraran abanicos, aires, televisores, videos, estufas, neveras, radios y todo cuanto necesitaban.

Es así como comienza el negocio de vender celdas, pues cuando alguien salía en libertad bajo fianza, hábeas corpus, no ha lugar, absuelto, indultado o mediante libertad condicional, no se llevaba nada y ponía en venta su hábitat con todos sus enseres según las reglas del mercado establecido en el recinto, las necesidades del nuevo inquilino (recluso) o de lo contrario, se dejaba a cargo de uno de los co-dueños, quien se encargaría de negociarlo, siempre obteniendo beneficios. En esta actividad no participan los jefes militares. Ellos cobraron por anticipado cuando se construyó la celda, y se permitió hacerla confortable.

En cada penal existen dos regímenes, dos administraciones, dos reglamentos y dos comunidades que por ósmosis se aceptan y comparten la plenitud de todo y, en ocasiones, cuando alguien trata de salirse con la suya, se repelen y rechazan como verdaderos adversarios: la comunidad uniformada y la comunidad de reos civiles y ex militares.

Algunos funcionarios judiciales y personas que nunca han sido privados de su libertad, califican a Najayo como un «resort». Sin embargo, la verdad es bien distinta. Y lo deseable es que todos los recintos carcelarios y penitenciarios sean habitables y seguros como destino de seres humanos que, por una u otra razón, han sido imputados de alguna violación a la ley y se ha dictado en su contra medida de coerción preventiva o se encuentran cumpliendo condena.

Preciso es recordar que la igualdad social y ante la ley es una ficción, y ante los hombres encargados de ser los custodios de la convivencia pacífica y de la aplicación de las leyes, en la mayoría de los casos, es una injusticia.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas