Cena criolla en Nueva York

Cena criolla en Nueva York

PEDRO GIL ITURBIDES
El siguiente es un relato de carácter personal. De manera que, si lo desean, pueden mudarse a una columna de la página siguiente. O a la columna de arriba. Pero tengo que hablar de una cena que me ofrecieron Enriquillo Durán y Roberto Arriaga en Nueva York. El primero de ambos me preguntó sobre mis gustos, y fue el instante en que surgió la posibilidad de una cena al estilo dominicano.

Pero le precisé que habría de escoger del repertorio culinario criollo, aquello que satisficiese mis deseos. Por supuesto, salvo opinión contraria de sus esposas. Ellas, sin embargo, estuvieron de acuerdo con mi pedido. De manera que aquella noche cenamos locrio de carne magra y molida de cerdo, ensalada con aguacates, plátanos maduros al caldero y güandules guisados.

Arroz y cerdos provinieron de Texas. Plátanos de Honduras. Todos los vegetales hortícolas de la Florida, con la excepción del aguacate pues la caja de donde fue tomado hacía referencia a Israel. De todos los insumos de la cena, únicamente los güandules eran dominicanos, enlatados por una empresa del ramo con asiento en Santo Domingo. Por cierto que encontramos salchichas, salsas de tomates, granos de leguminosas y otros, envasados por empresas dominicanas. La variedad de marcas y productos era amplia en la estantería, y ello nos satisfizo.

¿Por qué no hemos conquistado con productos hortícolas frescos, ése y otros mercados, no solamente al norte del continente, sino en el archipiélago de las Antillas? Porque nos ha faltado imaginación, persistencia para adentrarnos en tales mercados, y, sobre todo, apoyo público. Porque nuestros esfuerzos de trasponer las fronteras con la producción primaria o transformada de bienes de consumo, no puede estar sola. Basta observar el papel del Banco de Importación y Exportación de los Estados Unidos de Norteamérica, para darnos cuenta de que estos esfuerzos necesitan apoyo.

Hay una producción hortícola que no vemos en el país, o que vemos poco, pues se ha destinado a exportación. Este es el caso de las colesitas de Bruselas, la col, algunas variedades de calabacitas y el cocombro chinos, y otros «vegetales chinos». Extensas porciones de la zona oriental de las ubérrimas tierras del valle de La Vega Real, que antes se dedicaban a la siembra de tubérculos o solanáceas, son destinadas a estos cultivos. Esos vegetales se han abierto mercado porque son una especie de «inconfesa producción de zona franca».

En efecto, son cultivos con formas mediatizadas de colocación. ¿Alguno de ustedes ha visitado esa subregión del valle citado, que abarca desde Ranchito a Las Cabuyas, desde Bacuí a Barranca? Camiones refrigerados situados en las carreteras secundarias y los caminos que unen estas comunidades, se hallan al lado de los grandes almacenes en los que se selecciona el producto exportable. Estos negocios, de capital local, están vinculados a los compradores externos, mediante acuerdos del tipo de colonato. Este mismo régimen ata a los cosecheros con los propietarios del sistema de selección.

 

Esta atadura le faltó a don Tito Mella cuando, casi finalizando el decenio de 1960, fundó una planta procesadora de aceite de coco en Arroyo Barril. El esfuerzo, iniciado con el ímpetu y la dedicación que caracterizaron a don Tito, perdió empuje. Un cierto rechazo por parte de los consumidores nacionales obligó a buscarle mercado externo a esta grasa vegetal. En 1971 se vendieron 1,200 toneladas del aceite a Jamaica. Pero no la vendieron ni don Tito ni los Vitienes que eran los principales productores de la misma. Fue colocada vía una empresa estadounidense, en una isla que nos queda a pocas millas, al suroeste de la isla de Santo Domingo.

Previamente, sobre todo la planta de la península de Samaná, había pignorado su producción al Instituto Nacional de Estabilización de Precios para evitar el descalabro. En ese mismo año se colocaron en Holanda otras 2,000 toneladas que carecían de mercado en el país, a través de un intermediario de Nueva York. La planta de Samaná fue finalmente cerrada en el curso de los años siguientes, pese a las inversiones hechas por los fabricantes locales para alcanzar un alto nivel de refinamiento del producto.

Pues bien, acabemos la cena ofrecida por estos reporteros gráficos, poco conocidos por las actuales generaciones.

En otras oportunidades les he contado de las experiencias de empresarios como el fenecido don Antonio Lama, fundador de Bonanza Dominicana. ¿Creen ustedes que la Mitsubishi probaba suerte en Santo Domingo sin contar con un respaldo, para el caso de que la operación fuese un fiasco? De Japón, y del apoyo financiero que el Ministerio de Comercio Exterior ofreció a sus empresarios para impulsar las exportaciones, se tienen hoy muchas informaciones. De China Nacionalista, la China de Taiwán, se conoce menos. Pero podemos estar seguros de que también sus ventas a consignación no eran intentos solitarios de sus empresarios.

El pedido del Presidente Leonel Fernández a bodegueros de Nueva York me trajo a la memoria aquella cena dominicana sin ingredientes dominicanos. Porque ningún mercado externo será conquistable por nosotros, si dejamos solos a productores y exportadores. Sueltos en una selva inmisericorde, pronto serán víctimas del neomercantilismo. Que siempre busca los mejores disfraces para comerse a las ingenuas ovejas.

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