Cenicienta radio

Cenicienta radio

CHIQUI VICIOSO
Bondadoso, risueño (de la bondad del corazón siempre habla la risa), José Ignacio López Vigil es el autor de un libro fundamental que se llama «Ciudadana Radio, el poder del periodismo de intermediación».

Si a esos ojos diáfanos y esa risa se añade el que dirigiera durante varios años la programación de Radio Santa María y Radio Enriquillo (donde introdujo por primera vez las manifestaciones culturales de la región sur de nuestro país), se comprende la inmediata amistad que surgió cuando nos encontramos en Bolivia, en el Encuentro de intelectuales por la defensa de la humanidad.

Ex sacerdote, nacido en Cuba y hoy residente en Lima, con su esposa e hijo, José Ignacio se define como un «radialista apasionado» que hace y enseña a hacer radio, con tanto profesionalismo como buen humor.

De todos y todas los que participaban en el encuentro de intelectuales, era José Ignacio el único que provocaba ovaciones de pie, y no era para menos, ya que su trabajo como coordinador del área de capacitación de la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER); la capacitación de la Corporación de Radio fusión del Pueblo de Nicaragua (CORADEP), y la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC), le ha permitido trabajar con comunidades indígenas, trabajadores/as, cristianos/as de base, y o profesionales de la radio de toda América Latina y el Caribe.

Consultor de la UNESCO, y coordinador de Radialistas Apasionadas y Apasionados», José Ignacio es un tenaz creyente en que es la radio, y no la televisión, el canal principal de acceso a las multitudes del continente, porque el Internet (no lo olvidemos) apenas alcanza a un 5% de nuestras poblaciones, esas que disponen de electricidad, planta, cultura mediática y el dinero para suscribirse.

Su posición se basa en un conocimiento profundo de la evolución de la radio en la región: «Con Sutatenza se estrenó el concepto de radio «educativa». Luego, al calor de las ideas de Paulo Freire, se posicionó el de radio «popular». En Bolivia, se habían desarrollado las radios sindicales, sostenidas por los trabajadores mineros. Corrieron los años y nacieron, en una matriz laica y gracias a la baratura de los equipos FM, otras radios en el paisaje latinoamericano. En Brasil, se llamaron radios «libres»; en Centroamérica, después de ser rebeldes y enmontañadas, prefirieron denominarse «participativas»; en el Cono Sur, comenzaron a conocerse como radios «comunitarias»; y un teórico listo trató de sintetizar estos conceptos en uno solo: radios «alternativas».

Educativa, popular, comunitaria y libre son, según él, denominaciones adecuadas para la radio, porque bajo diferentes acentos aparece el mismo compromiso de poner las ondas de radio al servicio de la gente, el desafío de democratizar la palabra para democratizar la sociedad, empero es cierto que estas nobles palabras se han ido desgastando.

Y pregunta: ¿Qué suena en su oreja si se menciona un programa «educativo», seguramente se piensa en el aburrimiento. ¿Y radio popular? ¿Qué pensaría usted si se le invita a un restaurante «popular», o le regalan unos zapatos «populares»? Lo popular, desgraciadamente, se ha ido equiparando con lo de segunda clase, lo de mala calidad. ¿Y lo comunitario? En muchos de nuestros países se piensa que lo comunitario se limita a lo campesino o rural, pero de cada diez latinoamericanos siete viven hoy en ciudades. Comunitario, especialmente en las cabezas de empresarios con hambre monopólica, sugiere lo pequeño y marginal, por eso las leyes de telecomunicaciones ofrecen potencias mínimas a las emisoras sin fines de lucro. ¿Y qué pasa con lo de radios libres?  para muchas gentes significa anarquía y libertinaje en el dial, aunque lo que propone el término es romper la rutina de tantas radios convertidas en simples repetidoras de las cadenas informativas o de las casas disqueras.

¿Con qué apellido quedarse entonces? Con todos, porque todos son complementarios, aunque habría que añadirle un adjetivo que aparece cada vez con más fuerza en nuestro horizonte: Radios «ciudadanas».

Y, algo más: los/as pobres no son sordos/as, ni brutos/as. Tienen una dignidad intrínseca. No hay pues que gritarles, o gritarse, en los programas, con palabras altisonantes o de mal gusto. Ni hay que exacerbar las pasiones más primarias, o manipularlos con el sensacionalismo.

Al pueblo se le habla con palabras suaves, dulces, verdaderas, tiernas, como a una novia, o novio, sobretodo en una sociedad donde todo los días se le arremete.

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