Por desconocimiento, incomprensión o falta de orientación en la cátedra universitaria, en las nuevas generaciones de periodistas se producen situaciones que los llevan a incurrir en el error de asumir o interpretar como censura lo que profesionalmente es facultad de los editores de determinar el despliegue y formato de las informaciones que se van a publicar.
Este tipo de ideas equivocadas suelen producirse en ocasiones en el ejercicio del periodismo televisivo, cuando reporteros asignan un rol desproporcionado a su proyección personal y descuidan contenidos y elementos esenciales como la regla de oro de comprobar y sustentar los datos que se ofrecen y representar las diferentes posiciones y opiniones, sobre todo en trabajos en que hay choques de ideas o conflictos de intereses.
A veces es tal el grado de susceptibilidad o desenfoque que, en lugar de reparar en fallas y detenerse a ponderar las observaciones recibidas, se molestan y califican de censura cuando uno de sus trabajos ha tenido que ser modificado en su formato o estructura.
Cambios de esta naturaleza son potestad de los productores del noticiero y en última instancia del director de Noticias cuando se advierte que una información ha sido presentada de forma inadecuada y requiere una reformulación, por ejemplo en el ángulo de enfoque principal.
Aunque se les explique de forma precisa y detallada la razón de estos cambios, no siempre son entendidos en su justa medida, especialmente en los casos en que los reporteros están demasiado persuadidos de que su pieza periodística tiene, además de una bien elaborada presentación, una importancia que amerita un despliegue mayor.
Según reputados tratadistas y la posición que sobre ese tema tiene la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), «la censura, por lo general, está asociada a la intención de un gobierno de impedir la difusión de información contraria a sus intereses» y a la hora de calibrar una información los directores de noticias que actúan con independencia y guiados por sus pautas y principios, están ajenos a la influencia proveniente de instancias oficiales y de poder.
Recientemente le explicaba a un corresponsal que por requerimiento ético y profesional como figura en los manuales de estilo de los más acreditados periódicos del mundo, siempre hay que buscar la contraparte, o sea los diferentes ángulos y versiones.
Es un aspecto fundamental en el cual deben esmerarse todos los reporteros cuando abordan cualquier hecho noticioso sin necesidad de que un ejecutivo tenga que decírselo. El asunto no puede limitarse a hacer una llamada y decir simplemente que no hubo comunicación o respuesta. El periodista debe ser persistente y agotar todas las posibilidades y esfuerzos de lugar. Por la agitada forma del periodismo televisivo se suelen invocar justificaciones para no satisfacer este vital punto, pero los que han trabajado en prensa escrita, donde se asume con verdadero rigor, tanto en la prosa periodística como en las normas citadas, esto constituye un requisito indispensable, sin importar que se trate de una cuestión relativa a algún partido, entidad empresarial o una agencia del Estado.
Los periodistas respetables pueden invocar lo que se denomina «cláusula de conciencia» (protestando o negándose incluso a seguir una dirección trazada en un momento dado) cuando el medio donde laboran quiere deliberadamente que distorsionen una información para presentarla de forma sesgada o con una intencionalidad ulterior, contraria a la objetividad y la búsqueda de la verdad, un imperativo imprescindible para un buen periodismo.
Pero tienen que tener bien en claro la diferencia entre censura y edición para que puedan crecer profesionalmente a lo largo de la carrera y de esta forma fortalecer la visión profesional con amplitud y sentido comprensivo y edificante.