Censura sí… censura no…

Censura sí… censura no…

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Ultimamente están sucediendo cosas que deben llamarnos a todos la atención. Hace unos días se estuvo debatiendo el tema de la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía. Si es funcional o inoperante. Si debe permanecer o desaparecer. Una serie de personas participaron en un foro. Se publicó incluso un decreto modificando el alcance de sus atribuciones, luego se derogó. Todo un movimiento ciudadano tomando decisiones. Como debe ser.

Ese organismo tiene su origen en el Reglamento creado durante la Era bajo el alegato de velar por las buenas costumbres de la sociedad. Por debajo, estaba la censura. Se quiso controlar, disfrazado por un manto de inocente y sana preocupación, toda idea o expresión que potencialmente pudiera perjudicar al régimen de aquellos días. La censura es control. Control de la expresión. De las ideas. Este se relaciona inmediatamente con las dictaduras, políticas o religiosas, que han existido y existen alrededor del mundo desde que nos hicimos «civilizados». Y a nadie le gusta que lo controlen. No somos niños. El control lo usamos algunos con nuestros niños hasta que hayan aprendido lo suficiente como para poder actuar por su cuenta de manera responsable.

Se dice que todo en el universo tiene un lado bueno y un lado malo. Y la censura forma parte de ese todo. Su lado malo es que es una prohibición de hacer o decir cosas que pensamos que podemos hacer o decir porque el ser humano tiene ciertos derechos consignados en la famosa Declaración. Pero la libertad implica responsabilidad. Porque el hecho de que haya libertad, no quiere decir que cada uno haga lo que le viene en gana así porque así sin pensar en las repercusiones de sus actos. ¿Dónde están entonces los derechos de los demás? Libertad para unos sí y para otros no, no es libertad. Es abuso.

La característica incómoda de ciertos controles es que muchas veces hay una línea delgadísima entre lo que es bueno y válido moral o legalmente y lo que no lo es. Y hay cosas que dependen del que juzga. Lo vemos diariamente en la forma en que se interpretan las leyes y hasta la Constitución de la República. Lo cual nos presenta otro punto. ¿Tienen los que dictan las normas o velan por ellas la preparación, la capacidad y la conciencia para hacerlo como deben hacerlo? ¿Siempre? En determinados casos, ¿favorecerían a unos en desmedro de otros por intereses personales o de grupo?

En estos tiempos están sucediendo cosas que, a juicio de muchos, se pasan de la raya. No es solamente el hecho de que a alguien en especial, como persona, le desagraden profundamente alguna de las nuevas corrientes de ciertos sonidos que se insiste en llamar música, la presentación de espectáculos o la conducción sui generis de programas de radio y televisión. Vemos que no son hechos aislados. Parece como si nos estuviéramos enfrentando a un movimiento mundial para establecer esas cosas como la norma. Una norma que no todos estamos dispuestos a aceptar. Tenemos familias por las que debemos velar, cuyos valores éticos y morales tenemos que defender por el bien de la comunidad. Y a muchos no nos gustaría que cayéramos todos en lo que aparentemente estamos abocados a caer de seguir ciertas cosas como van.

La libertad de religión, la libertad de orientación o preferencia sexual, la libertad de hablar utilizando el lenguaje que cada quien elija, son cosas que hay que respetar. Allá cada uno con lo suyo. Pero no se debe tratar de obligar a todos a aceptar corrientes y modas a como dé lugar, como aparentemente está sucediendo. Y no solamente eso. Prácticamente, como sienten muchos, se nos está queriendo imponer el estilo de vida, la forma de ser y de pensar de grupos que, a pesar del respeto que puedan merecerse, son, por lo menos todavía, minoritarios. Parecería como que en ciertos aspectos nos estamos extralimitando en cuanto a eso de ejercer el libre albedrío.

Definitivamente, el problema no está del todo en quien emite un juicio o actúa públicamente de una determinada manera. Aunque con esto no se exime de responsabilidad a quienes presentan espectáculos de una calidad humana muy relativa. Los que hacen esos espectáculos, lo hacen, entre otras, por dos razones. O por ignorancia, que podría decirse que son los menos, o por aprovechar para su propio beneficio la bajísima capacidad discriminatoria de mayorías poco cultivadas intelectualmente. Precisamente por eso, por la falta de preparación de sus audiencias. Audiencias que son el «target market» como se dice en el argot de la mercadotecnia. Un mercado que produce jugosos beneficios económicos. Porque la historia nos muestra que siempre ha habido gente muy viva que gusta de obtener dinero de la ignorancia de los demás. El problema está también, en gran medida, en la capacidad de discernimiento del público que disfruta ver u oír presentaciones de dudoso gusto y cuestionable ética. Porque quizás para algunos resultan hasta simpáticas.

A mayor conocimiento, a mayor cultura, mayor disponibilidad de elementos para juzgar lo que es bueno y lo que es malo. Tanto para uno y los suyos, como para la sociedad. Debemos tener herramientas, por no decir armas, con las cuales podamos enfrentar todo aquello que pueda hacernos daño. Caemos de nuevo, por tanto, en lo que desde hace mucho tiempo muchos pedimos a voz en cuello: se necesita educación. Las armas del conocimiento. Cultura para todos.

Definitivamente, no podemos hacer ciertas cosas nosotros solos, por nosotros mismos. Necesitamos, como individuos, la ayuda de las autoridades, que para eso están. Pero quizás de otra manera que nadie ha estado nunca dispuesto a enfrentar. No con una censura extremadamente mojigata y asombrosamente ridícula en algunas circunstancias y excesivamente permisiva en otras, si no con la conciencia de la inmensa responsabilidad que tienen sobre sus hombros todos los gobiernos. Hónrenla o no.

Somos una sociedad que goza de ciertas libertades que costó mucho conseguir. Costó angustia, desesperación. Costó sangre. Y no creo que sea apropiado coartar esas libertades tan caramente alcanzadas. De ninguna manera. Bajo ningún concepto. Pero todo debe hacerse con medida. Ese justo medio del que siempre nos hablaron. Por lo menos a algunos. Nadie es perfecto. La convivencia humana necesita de normas. Mesura, comedimiento, moderación.

El tema nuestro de estos días no debe ser: censura sí o censura no. No le demos más vueltas. El reto es: educación sí. Pronto. Mucha. Para todos. Que cada uno, de acuerdo a la cultura adquirida y a su conciencia, sea su propio censor. Rotundamente no a la ignorancia. No podemos caer en el libertinaje.

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