Centenario de un ser singular

Centenario de un ser singular

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Mañana domingo 2 de marzo mi padre hubiese arribado a los 100 años de vida. La esperanza que teníamos sus familiares y amigos, por el buen estado de salud que exhibía, era que viera llegar tan significativa fecha en el uso de sus facultades, pero Dios tenía otros planes y hace tres años que lo llevó a su lado para, como dijera mi hija Ruth en su esquinita de El Caribe, lo sentara a su lado en una mecedora para que le contara sus siempre atractivas historias y anécdotas tan abundantes que nos deleitaba a todos durante toda su vida.

Desde que papá era un ferretero en Baní antes de dedicarse al servicio público, su pasión por la conversación era famosa, y a la esquina de su negocio se dirigían sus amigos cada tarde, en las décadas del 40 y del 50, a disfrutar de historias e informaciones que solo él conocía por ser el poseedor del único radio de onda corta que había en el pueblo para escuchar las noticias de la Segunda Guerra Mundial.

Papá nos dejó sorpresivamente aun cuando preveíamos su final cercano, debido a que había sufrido dos caídas y se le habían formado coágulos cerebrales que poco a poco hicieron su efecto mortal, con un infarto en la mañana del 10 de abril del 2005, días después de la muerte del papa Juan Pablo II a quien el día antes de su muerte le dedicó su póstumo artículo que fuera publicado en estas páginas.

Qué puede decir un hijo de su padre que no sea para destacar sus sacrificios, que junto a mi madre desplegaron para educarme junto a mi hermana en un medio tan precario y limitado económicamente, cuando mi padre soñaba y no era tan realista como otros hermanos que prosperaron en el comercio. Pero papá se mantuvo en la línea de sus dos hermanos mayores César y Rafael, que con sus intelectos aportaron grandemente a la Nación desde las posiciones que el destino les deparó. Uno, César, como historiador de fuste y gran investigador, y el otro Rafael como periodista estelar y editorialista sin igual, cuyo recuerdo perdura por la calidad de sus editoriales en el Listín Diario.

Mi padre no entró a la carrera civil del tren gubernamental desde temprana edad, no fue sino hasta 1958 que emergió como una figura para el futuro, cuando con su actitud responsable hizo desistir a Trujillo de las devastaciones de los campos de Baní como Sombrero y Matanzas, que los quiso convertir en cañaverales. Como diplomático en la década del 60 desempeñó brillantes jornadas para el país, dejando en todos el recuerdo de que supo conciliar y enseñar. Bajo su influencia, supo enmendar y evitar errores serios al país, como la vez que Estados Unidos quería imponernos campamentos de refugiados haitianos en 1990.

El recuerdo de un ser humano tan singular permanece vivo en mi corazón recordando sus sacrificios como padre y amigo y su perenne optimismo para enfrentar cada situación que le deparaba la vida, sin dejar de contribuir con un consejo al amigo o al hijo.

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