Las atalayas eran torres de vigilancia. En lo alto de las atalayas, los centinelas podían divisar al enemigo y dar la alarma.
En Ezequiel 33,7-9, Dios conmina así al profeta: “A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte”. Este texto permite comprender por qué nuestros obispos en sus Mensajes nos alertan sobre los peligros que afectan a la nación. Ante los graves males nacionales, los ciudadanos con mejor formación hemos de ser centinelas.
En el Evangelio de hoy, Mateo 18,15-20, Jesús nos instruye sobre tres tipos de confrontación con los que fallan: a solas, ante dos miembros de la comunidad y ante la comunidad.
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Entre nosotros, las denuncias más dramáticas llenan los medios de comunicación. Centinelas públicos y privados llamados a corregir estos males, no lo hacen mientras entretienen a la población con bellas palabras y los males continúan. Ya en el 2011, los Obispos dominicanos nos exhortaban en su Mensaje del 27 febrero: “Superemos la gran brecha que separa el discurso de la realidad, la teoría de la práctica”.
¿Hasta cuándo nuestras carreteras semejarán cortejos fúnebres encabezados por un vehículo lento empecinado en circular por el carril izquierdo? ¿Cómo remediar la desidia de nuestros centinelas, autoridades y poderosos? Jesús propone denunciarlos ante la comunidad. Los sectores dominantes, sólo cambiarán cuando el tolerar los males les signifique perder el poder, sancionados por la sociedad. Pero ¿existe esa unidad en nuestra sociedad, capaz de castigar la ilegalidad tolerada alegremente. Nuestros obispos siempre reclaman la unidad.
Sin unidad, las denuncias de centinelas responsable serán aplaudidas para ignorarlas. Trabajemos por unir, formar y organizar las familias e instituciones, a todos los que desean una patria sana. Entonces, entre todos la podremos construir.