Cercanía en la distancia

Cercanía en la distancia

ROSARIO ESPINAL
Plátano, Mangú, Sancocho, Concón, Arroz con Pollo, Arroz con Leche, Pan Caliente, Caña de Azúcar, Agua de Coco, Conexión Dominicana, La Cibaeña, Perico Ripiao, Mi Bandera, La República Dominicana; Te Amo, Quisqueya.

N, Kukita, Bla Bla, Ta Buena, Ta Pegá, Ta Mejor, La Vaina, La Jefa, Loca Loca; Qué Pasó, Bochinche, Fiesta Latina, Hermandad Latina, El Inmigrante, Todo Hispano, Mi Tierra Bella, Sin fronteras. México Lindo, Jalapeña, Tequila, El Paisano, Cielito Lindo, Enchilada, Mamacita, Mi Cuate, Mi Padre, Viva México, Sólo El Salvador, Ole Guatemala, Nicaragua Especial, Perico Panameño, La Arepa, Pepe Colombia. Hola Corazón, Yo amo a NY.

No es menú de comida rápida ni un listado de palabras del léxico latinoamericano. No son nombres de negocios ni los principales reggeatones del año. Son las populares tarjetas telefónicas prepagadas que abundan en todos los enclaves latinos de Estados Unidos, una población de inmigrantes estimada en 40 millones.

Por eso hay tantas. Se especializan en países, regiones y las hay globales. Ofrecen largo tiempo de conversación por bajo precio a través de las ondas infinitas del espacio: 120 minutos a República Dominicana, 180 a México, 115 a El Salvador, 110 a Guatemala, 100 a Colombia. Se escuchan las ofertas hasta en canciones.

Hable usted todo el tiempo que desee, cuesta poco, y aún menos si sabe escoge el lugar para comprarlas. Las hay de 2, 5 y 10 dólares. Aparecen también en descuento como si el precio inicial no bastara para satisfacer las exigencias de tantos consumidores conversadores.

Se exhiben en kioscos, colmados, supermercados, farmacias y centros de llamadas. Han sustituido las cajetillas de cigarrillos en su atractivo visual. Parecen ropa colorida en tendederos de antaño. Llaman la atención por sus nombres y diseños folklóricos.

Con tantas opciones, predomina la confusión al querer escoger la mejor. Los compradores indagan. Los rumores y las experiencias pasadas pesan en las decisiones. Es tema de conversación entre amigos y familiares; cada cual tiene su preferida y discute sus cualidades.

Contienen ingredientes naturales que la psiquiatría moderna desearía para curar algunos trastornos emocionales.

Sirven para entretener, calmar la ansiedad y manejar la depresión. Ayudan a recuperar energías y darle sentido al esfuerzo cotidiano que impone el éxodo y el desarraigo.

Se utilizan para hacer visitas a distancia en días feriados largos y nublados; para saborear con la imaginación la comida de la madre en algún lugar lejano; para saber de los enfermos, dar pésames y consolar a los afligidos; para escuchar problemas o pedidos de familiares y amigos; y muy importante, para avisar del envío de dólares y luego averiguar en qué se gastaron tan rápido.

Sirven para cantarle una canción a la pequeña que se quedó con la abuela y prometerles regalos a los hijos si se portan bien y pasan de curso. Ayudan a mantener una relación amorosa y hacer arreglos de matrimonio. Se usan en fiestas de cumpleaños, bautizo o aniversario, para felicitar en navidad y año nuevo.

En los festejos, los teléfonos se pasan de mano en mano para producir la sensación de acercamiento colectivo al lugar nativo que marca irremediablemente la vida de los inmigrantes.

Son fuente de felicidad e insatisfacción. Unen en la desunión y alivian en la espera. Alegran con las buenas noticias y entristecen con las malas. Son fuente de liberación pero también de control. Pueden ser impertinentes cuando las llamadas son imprudentes.

Las tarjetas compiten entre sí con una sencilla estrategia de mercado: lanzan nuevos nombres con frecuencia. Por eso hay tantas. Para mantener la gente enganchada, hablando y hablando, cada tarjeta nueva promete más tiempo de conversación. Ni Adam Smith hubiese imaginado competencia tan perfecta.

Pero hay distorsiones y errores. Los usuarios avispados captan que los números y las voces automatizadas que conectan pueden ser iguales. Así se devela el posible monopolio que organiza la supuesta competencia.

También hay engaños. No siempre se obtienen los minutos prometidos; o después de utilizarla por primera vez, si no se agota el tiempo prepagado, los minutos se evaporan antes de completar la próxima llamada. Por eso, para no sentirse engañada mucha gente habla hasta lo innecesario para agotar el tiempo pagado. En ocasiones sucede que la conexión no es clara.

A pesar de estos ganchos, los usuarios no parecen desanimarse ni escatimar esfuerzos por satisfacer la necesidad de comunicarse que sienten en la distancia, aumentada en estos tiempos especiales de navidad y fin de año.

Las tarjetas son accesibles a muchas personas no importa su nivel educativo o de ingresos. Con ellas, los inmigrantes logran una conexión rápida y directa, el contacto oral que ayuda a nutrir los lazos humanos, y la sensación de cercanía que permite intensificar el placer de una risa y un beso o la magia de decir y escuchar te quiero.

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