Cerebro, música, su día

Cerebro, música, su día

El próximo miércoles 22 se celebrará el “Día Internacional de la Música”. La música es uno de mis pasatiempos preferidos, razón de porqué un neurólogo esté escribiendo sobre música, máxime si no tiene ningún conocimiento formal sobre ella.

Así que en mi defensa –o quizás en mi favor- debo aclarar que carezco de formación musical. Los miércoles de 8 a 10 p.m. por la 97.7, junto a Doña Norín García Hatton “conversamos” sobre temas diversos, pero con exquisita música, por esta deleitante afición particular (melomanía), y la afinidad de ambos para lo que hemos llamado música “inteligente”.

Hicimos en una ocasión un programa por televisión, que producíamos junto al Dr. Rafael Guillén, sobre el efecto Mozart. En la oportunidad, viajamos a Viena y en particular a Salzburgo a  la casa-museo del inmenso maestro, donde tuvimos que hacer malabares para poder grabar con nuestra cámara de vídeo dentro de la casa de Mozart, pues tenían restricciones, cuando habíamos hecho un aparte en el Congreso de derrames cerebrales que se celebraba en Viena.

La música es sin quizás el medio de expresión universal que está presente en todos los pueblos. Se cree que los orígenes de la música se relacionan con la propia voz del hombre y donde tal vez nuestro semejante de las cavernas, para manejar las noches, la iniciara con silbidos o frotando huesos. La música, creemos, va apareada a la primera revolución cognitiva, que advino con la aparición de los primeros humanos (los primeros Homos) hace unos dos millones de años.

La música se define en resumen, como el arte  de bien coordinar los sonidos  de la voz humana, de los instrumentos o de unos y otros a la vez, bajo los aspectos de la melodía, la armonía y el ritmo. La música, como el lenguaje, es una forma de comunicación basada en la acústica, con una serie de reglas para combinar un número limitado de sonidos en una infinita cifra de formas. En ambas habilidades existe una predisposición genética, que permite a los sujetos adquirir el lenguaje y reconocer variaciones musicales desde etapas muy tempranas. No sin razón se dan los casos de genios y virtuosos, como el caso del autor de las bodas de Fígaro o su famoso Réquiem.

La música es innata al cerebro humano. No hay una sola cultura sin música, y nuestros cerebros están diseñados para captar su magia y conmoverse con ella. Hay casos muy especiales que se llaman el “oído absoluto”, y se dan en una de cada 10,000 personas, quienes pueden identificar un mi bemol o un sol sostenido sin ningún esfuerzo. Mozart y Beethoven tenían esa habilidad.

 Una vez más se establece la relación entre el lenguaje y la música y se ha demostrado que entre los orientales es más común. Reconocemos que el cerebro humano, con adecuado ambiente y estímulos apropiados habrá de desarrollarse plenamente, siendo la genética lo vital. ¿Es la naturaleza o la crianza, la que hace a los genios? Independientemente de lo que sea, debemos reconocer que hay talentos excepcionales y que por sobre todo existen las inteligencias múltiples.

Pero volvamos al efecto Mozart; en el 1993, cuando Reuscher y colaboradores de la Universidad de California publicaron los trabajos realizados en estudiantes divididos en tres grupos: un primer grupo que escuchaba una sonata de Mozart, otro grupo con música variada y un tercer grupo en silencio, concluyeron que los estudiantes que escuchaban a Mozart tuvieron aprobación en las pruebas de habilidades visuo-espaciales y otras habilidades relacionadas con el coeficiente intelectual, con mayor puntuación que los otros grupos.

Habilidades que, claro, no permanecen en el tiempo, se le llamó el efecto Mozart.

La música tiene demostrados grandiosos beneficios emocionales; no sin razón el buen amigo licenciado José del Castillo, ratifica en sus “Lecturas” sabatinas, algo arraigado en lo popular, que los dominicanos “tenemos la música por dentro”. Sigamos disfrutando sus encantos.

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