Cerebro y conciencia

Cerebro y conciencia

JOSÉ A. SILIÉ RUIZ
Felizmente han pasado las elecciones, el pueblo ha demostrado una vez más su madurez y soberanía. Es decir que una gran parte de la población de la República Dominicana ejerció de manera activa acciones de “conciencia y decisión” en la elección de su candidato, ganando el mejor. La razón y motivo principal de este “conversatorio”, es hacer una revisión a la luz de la modernidad, de cómo el cerebro actúa con conciencia y cómo toma las decisiones de importancia, similares a las tomadas el pasado viernes.

La naturaleza del fenómeno de la conciencia es posiblemente el principal desafío neurocientífico de nuestros tiempos. A pesar de un esfuerzo verdaderamente multidisciplinario de alrededor de dos décadas, ha habido muy poco avance en sus aspectos neurobiológicos.

No es menos cierto que el tema de la conciencia ha sido abordado con profusión por la filosofía y la psicología humanistas, pero casi nunca se ha logrado pasar de la decisión estética, basado más en el sentido común descriptivo. Es decir, no se ha logrado anclar la conciencia en el funcionamiento cerebral y muchos han considerado que eso de “la conciencia” es tan sublime que no puede estar regido por un “simple” patrón de actividad neural.

Abordaremos el estudio de la conciencia, definida para efectos de nuestro “conversatorio” como la capacidad del ser humano de reconocerse a sí mismo y al mundo que lo rodea. La conciencia ha evolucionado paralelamente con el desarrollo del Homo sapiens y con la evolución; en ese orden hay que destacar que el cerebro humano en particular se ha transformado dramáticamente. Hace seis millones de años que nos separamos del “chimpancé”.

Los conceptos de vigilia, sensación, percepción, atención, memoria, conocimiento, motivación, emoción o las funciones ejecutivas cerebrales, entretejen los hilos para dar lugar a ese maravilloso tamiz que es la conciencia. Demasiados conceptos para una única realidad; por ello, tal vez resulte adecuado preguntarnos si es procedente hablar de conciencia como un sistema unitario, o bien, si es más apropiado hablar de “las conciencias”. La conciencia, ¿para qué sirve? Es una simple búsqueda de lo que necesitamos. Para ello debemos saber qué necesitamos y conocer lo que los otros desean, ese es el origen adaptativo de la conciencia.

Estar conciente, implica estar despierto, ser conciente es la capacidad de percibirse “uno mismo”. Lo que nos obliga a aceptar que por definición la conciencia y las funciones cerebrales superiores implican una integración de cognición y emoción. Sería tarea temeraria nuestra tratar de resumir un tema que abarca muchas de las especialidades del saber humano. Pero con un deber como neurólogo, resumimos las áreas principales que tienen que ver con la conciencia: en primer lugar, la corteza cerebral en particular la asociativa, la formación reticular, el tálamo y el sistema límbico. La conciencia consiste en la comparación de unas posibilidades con otras, la selección de algunas y la supresión de las demás, mediante las funciones inhibidoras y reforzadoras de la atención. Cada conciencia nuestra es una sola, única entre los miles de millones de seres humanos, modelada en esas nubes de átomos en movimiento en el infinito neuronal de nuestros cerebros.

El pueblo tomó su sabia y muy consciente decisión. Veamos el porqué hacemos nuestras las palabras de Mario Bunge, neurocientista canadiense; él señala: “El hombre moderno y, en primerísimo lugar, el científico sabe que no puede colocarse más allá del bien y del mal, porque el bien y el mal son de factura humana. Y que no podemos encanallarnos o embrutecernos lo suficiente para poner la verdad, que es un bien, al servicio de individuos o grupos cuyos desideratas son incompatibles con el bienestar, la cultura, la paz, la libertad, el buen gobierno y el progreso del mayor numero”. Creemos que ahora debemos abocarnos “todos” a hacer aportes para continuar con el indetenible progreso de la nación dominicana, que es obligación indivisa y por igual, de vencidos y vencedores.

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