Ceroles soñaba escribir una novela

Ceroles soñaba escribir una novela

Pancracio Ceroles – les he hablado antes de él – sabía que algún día escribiría una novela y se consolaba pensando que toda su carrera periodística no había sido más que un largo entrenamiento, una suerte de aprendizaje empírico, para lograr dos cosas: dominar de manera convincente el idioma, la herramienta imprescindible de cualquier escritor, y acumular suficientes experiencias dramáticas para realmente saber las cosas de la vida que todo novelista debía saber.

Por ejemplo, pensaba Ceroles, había visto caer muerto a un desconocido que segundos antes caminaba casi a su lado, víctima de un tiro loco, una bala perdida, durante los disturbios civiles de principios de los 80. Él mismo, Ceroles, había estado a punto de morir varias veces. Una vez, un soldado en un centro de votación se encabritó cuando cortaron la electricidad, y siendo Ceroles la persona más cercana, le encañonó presionando fuertemente contra su barriga un fusil Fal, recién sobado, y su mirada y la del guardia se atrabancaron durante unos segundos que parecieron eternos, cortando con fulgentes impulsos la espesa oscuridad repentina, mientras ambos temblaban violentamente de miedo, uno porque quizás nunca había matado y Ceroles porque creía que iba a morir de la manera más pendeja del mundo, a manos de un muchacho uniformado y asustado que seguramente no comprendía nada de lo que estaba pasando, y a quien le daban un pito la libertad de prensa, las garantías constitucionales, o cualquier otro de los supuestos que forman la tingladura jurídica y política que los reporteros usan como armadura cuando andan por las calles de Dios buscando cazar la noticia.

Ceroles había visto niños desnutridos morir de enfermedades inexistentes en los países desarrollados; había presenciado en primera fila todo el boato de un gobierno cuyo presidente amaba los tragos tanto como al poder; había sido víctima de intentos (algunos exitosos) de soborno; había amado y sido amado; había visitado todos los rincones habitados de su país y también había conocido remotos y deshabitados parajes de belleza indescriptible; había orado junto a Su Santidad; había entrevistado a innumerables presidentes, ministros, inversionistas, farsantes, convictos, peloteros, músicos; en fin, Ceroles, al menos eso creía él, estaba capacitado como pocos para armar una novela.

Tenía la materia prima, eso que en algún lugar leyó que los críticos literarios (casi todos escritores frustrados) llamaban experiencias existenciales. Pero debía sentarse a escribir…

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