Cerrando un ciclo

Cerrando un ciclo

Las organizaciones simbólicas que marcaron el ritmo de la vida partidaria en todo el continente colapsaron porque sus figuras esenciales estructuraron sus fuerzas electorales alrededor de criterios personales. Caudillos excepcionales y liderazgos dilatados en el tiempo no entendían los cambios experimentados en la sociedad y la rentabilidad de que los aparatos políticos sobrevivieran más allá de sus vidas. Acción Democrática, Copei, Apra, PRI y PRD marcaron una forma de ejercer la política provocando cambios sustanciales en Venezuela, Perú, República Dominicana y aminorando los efectos del tradicional autoritarismo en México, trasladándolo al aparato partidario y sustituyendo cada seis años al nuevo “jefe”.
En el país, toda la etapa de transición democrática encontró al PRD como el centro del esfuerzo partidario en capacidad de abrir los espacios de libertad y justicia social. Una primera etapa encabezada por Juan Bosch y en el tramo de mayor vigor de asociar la entidad a los sectores populares descansó en los hombros de José Francisco Peña Gómez. Ambos representaron el último referente de consistencia ideológica, y en las manos de Hugo Tolentino, Tirso Mejía, Ivelisse Prats y Milagros Ortiz se pretendió extender en todo el cuerpo partidario un deseo y anhelo del compromiso social-demócrata colapsado por la fuerza de lo clientelar que, encontró su punto de mayor degradación, al momento de instaurar en la dirección institucional un comerciante sin parámetros éticos y escaso sentido del compromiso histórico.
Las luchas fratricidas que enfrentaron a Guzmán, Majluta, Jorge Blanco y Peña Gómez introdujeron un componente personal en la consecución de los espacios de control del poder, y en el tramo final, Decamps y sus discrepancias con Hipólito Mejía dieron una connotación en amplísimos segmentos de la sociedad de que el partido había distorsionado su rumbo.
En la concepción hegemónica del PLD se estableció la idea de representar la opción en capacidad de ocupar el tradicional espacio reformista, y para conseguirlo desde el poder se asumió el discurso conservador con bastante habilidad, estableciéndose como lógica de destrucción de la oposición: desvertebrar al PRD.
Un PRD sin Peña Gómez abrió las compuertas de modalidades de militancia caracterizadas por la fascinación al empleo, las ventajas de la nómina pública, negocios con el gobierno y vías de “entendimiento” hacia un sentido de gobernabilidad que, mal estructurado, redujo la noción de distanciamientos con la fuerza adversa para pasar a un ambiente de aproximación. Esas cercanías propias de la civilización política del siglo 21, terriblemente distorsionadas, fueron interpretadas por el común de la gente como entrega definitiva y una clarinada de ruptura con lo que había sido el partido. Por eso, todos los esfuerzos de reencontrar la organización con sus raíces coincidieron internamente con fuerzas que habían sido cooptadas por el sentido de lo pragmático: invalidaron las aspiraciones de Milagros Ortiz en el 2007 y obstruyeron los intentos de presidencia de la institución de Esquea Guerrero. Y lo irónico de todo lo expresaba la cara opuesta al anhelo de adecentamiento que perfectamente lo encarnaba, Peguero Méndez en la presidencia de la Cámara de Diputados y Miguel Vargas Maldonado de candidato presidencial en el 2008 y jefe del partido.

La última acción del PLD para caricaturizar a la principal fuerza opositora descansó en introducir sus manos en la lucha generada internamente en el PRD como resultado de la victoria de Hipólito Mejía en el año 2011. Así un Miguel Vargas derrotado encontró en su vocación por el dinero y los negocios, la fuente de atracción para un oficialismo deseoso de transitar políticamente sin dificultades y en capacidad de atraérselo. Por eso, un Tribunal Superior Electoral (TSE) emitiendo sentencias impulsadas por el poder y afanadas por dejar la formalidad partidaria en manos cercanas al oficialismo crearon las condiciones para entender lo difícil de lucha. Y es así que se crean las condiciones para el surgimiento del PRM.
Lo que muchos no entendían: ¿Acaso era inteligente dejarle el partido, sin antes desinflarlo y conducirlo a la insignificancia electoral?

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