Certificación expedida por el presidio

Certificación expedida por el presidio

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Al periodista lo remolcaron al aeropuerto sin hacerle daño porque en el interrogatorio incriminó a los militares de los Estados Unidos. Medialibra hablaba con aires de suficiencia -Fui testigo del caso; parece que los militares dominicanos entregaron el pobre muchacho a las tropas de ocupación y estos, a su vez, lo embarcaron para la Argentina.

Al periodista dominicano ni siquiera llegaron a ponerle las esposas. Se salvó en uña de gato. Pero lo sacaron de Cuba en lo que dicen berenjena. – ¿Ya sabe todo esto el doctor Ubrique? – No lo creo, Azuceno; lo que te he contado ocurrió esta mañana. ¿Tampoco lo sabe Lidia? – Azuceno, nadie lo sabe aún; excepto la policía, el director de la Unidad, yo, que estaba presente y, por ultimo, tu, que lo acabas de oír. – ¡Hay que poner a Lidia al corriente de este asunto! – No me atrevo a hacerlo yo; a mi no me creería, seguramente; no soy santo de su devoción. A ti sí te pondría atención. – Azuceno, debes creerme; tengo la grabación del interrogatorio. El periodista la tiró sobre la mesa y la dejó allí. Uno de los policías, el grandote, le dijo: «mire la cinta para que cuando firme los papeles no olvide lo que nos ha dicho».

– No tengo dónde oír esa cinta; se la daré a Lidia; ella sabrá qué hacer para que el húngaro esté al tanto. – Gracias, Medialibra. Azuceno entró al almacén, sacó la bicicleta de tres colores, la hizo rodar hacia la calle y cerró la puerta. Medialibra apuró su regreso a la Unidad. Se sentía bien al haber dado la voz de alarma. – ¡Ese buen hombre está en peligro! dijo en voz perfectamente audible. – ¡Ojalá que puedan avisarle a tiempo! Mientras Medialibra hablaba solo, Azuceno pedaleaba calle arriba. Al llegar a la casa de Lidia volcó la bicicleta y empujó la puerta. –   ¡Lidia, óyeme bien; tengo que volver a la cafetería; dentro de un rato estará llena de clientes! La policía detuvo y echó del país a un periodista de Santo Domingo que fue a la Unidad a llevarle un documento al húngaro. Me lo ha contado Medialibra. Aquí tienes la grabación del interrogatorio. Avísale a Ladislao. ¡Dios los proteja a los dos!

– Vete Azuceno, yo me encargo de lo que sea. Lidia abrió los ojos como dos platos y apretó la boca; soltó enseguida la bata, se metió en unos pantalones de mecánico, puso los pies en las sandalias. Fue derecho al paladar más concurrido del barrio y llamó por teléfono a Santiago de Cuba. Afortunadamente, Ladislao estaba en el hotel. Bebía café después de engullir un almuerzo ligero. Tenía planeado volver a la notaría a leer otro cuaderno de las «Memorias» de Marguerite de Bertrand. El húngaro subió rápidamente a su habitación, empuñó su valija y caminó hasta la notaría. Menocal no había llegado aún. – Hágame el favor de decir al licenciado Menocal que iré esta tarde a Baracoa con un historiador español. Es una de las poblaciones más viejas de la isla de Cuba, fundada a comienzos del siglo XVI. El jovencito de la notaría movió la cabeza de arriba abajo. – Se lo diré tan pronto llegue.

– Ladislao, sal corriendo de Santiago; busca la manera de salir del país. Se han revolteado las cosas repentinamente. Te lo digo claro y pelado, sin envoltorios de palabras; tienes que irte. Sabes que Lidia no te engaña con rellenos de aserrín. ¡Sal corriendo de Cuba! Es un asunto internacional entre militares y servicios de inteligencia. Entonces colgó. A Ladislao le retumbaban en la cabeza las palabras de Lidia.

– Señor, no lo puedo saber; no sé donde está; lo único que sé es que salió para Baracoa acompañado de un historiador español; el doctor Ubrique vino hoy a la notaría y dejó ese mensaje. Menocal hablaba con el policía, de pie, en medio de su oficina. Le temblaba un poco la boca. ¿No habrá ido a Guantánamo, a la base de los americanos? – Señor, él dijo a nuestro empleado que iría a Baracoa. Mire, licenciado, el único historiador español registrado en la Unidad de Investigación salió de La Habana el sábado, justamente el sábado pasado. ¿En qué trabajaba ese húngaro en esta notaría? – Estudiaba documentos de la época del dictador Gerardo Machado. ¿Tiene usted esos documentos? – Sí, se guardaban en la notaría desde antes de la muerte del licenciado Ruiz Medallón. Están en la caja fuerte. – Menos mal, así no tendré necesidad de abrir un expediente a usted. ¿Cómo vino a parar el húngaro a esta notaría? – La Unidad de Investigación, el ayuntamiento de Bayamo, auspiciaron la visita del doctor Ubrique a Santiago. Ya le digo, los papeles tenían más de cuarenta años aquí; se refieren a los tiempos de la Primera Guerra Mundial, a la caída del Presidente Machado, en 1933. – ¿Conoce usted a Lidia Portuondo? – Sí, estuvo aquí en Santiago con el doctor Ubrique, pero se fue a La Habana, hace unos días; tenía que volver a su trabajo. – Está bien, licenciado; no salga de Santiago; en cualquier momento podríamos necesitarlo.

Menocal regresó a su escritorio y se dejó caer en el sillón giratorio. – ¿Será posible que este húngaro sea un espía y se haya refugiado en Guantánamo? – Valdivieso, no puedo creer que Ubrique esté protegido por los Yanquis. Si él ha ido a Baracoa será detenido fácilmente. No le dije a la policía, querido primo, que ya hicimos copias de las «Memorias» de Marguerite de Bertrand. Santiago de Cuba, 1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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