César Romero Beltré
A pocos días de cumplir cien años de edad,
sus recuerdos y anécdotas constituyen un

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valioso testimonio del pasado dominicano.

Nació con la aparición del cometa Halley y cuando las aduanas dominicanas cayeron en manos extrañas como resultado de un préstamo tomado a Estados Unidos.

Creció recitando versos del libro «Mantilla», a los tres años, en veladas que su madre le preparaba en concurridos teatros. Muy niño salió de «Las Yayitas», de Azua, donde vino al mundo, para San Juan de la Maguana. Después vivió largos años en San Pedro de Macorís, al que llegó en un vapor norteamericano porque, para la época de su infancia, resonaban sin interrupción no sólo tiros sino los nombres de los  insurrectos, como «Carmito Ramírez, Pelletier, Luis Felipe Vidal, los Mota y luego los Matos».

Por eso repite que es de los tiempos de Concho Primo, «cuando la población estaba sacudida por muchos guerrilleros, todo el mundo usaba armas y la pólvora se vendía en todas las bodegas».

Fue monaguillo de Fray Cipriano de Utrera, conoció el «clavao» y el «Peso azuano», voló chichigua frente al río Higuamo y prácticamente aprendió a leer recogiendo los tipos de la imprenta de su padre que caían al suelo, para colocarlos «en su correspondiente cajetín, en su caja de tipos, en su  chivalete». Pero vivió los progresos del oficio con el advenimiento del estereotipo que permitió la multiplicación de los impresos. «Llegó la luz eléctrica diurna y así, cada máquina tenía su motor individual», recuerda.

César Romero Beltré, que cumplirá cien años de vida el próximo 22 de abril, es el recuento humano de la historia política, social, artística, económica, cultural del país, la que narra con gracia y con la autoridad de quien ha sido protagonista, actor, espectador de todos los sucesos trascendentes acaecidos desde entonces.

Macorís está muy presente en sus relatos tanto con su «explosiva euforia de grandeza» como en su decadencia. Allí, a los siete años, acudió a la escuela de párvulos de Doña Pepa y Don Nene, en la calle Libertad. «Eran dos meritorios maestros puertorriqueños que me hacían asistir a una escuelita de inglés que unos barloventinos tenían cerca de nuestra casa». San Pedro estaba lleno de inmigrantes, como el médico venezolano  «Cabada» que le atendió el dedo atrapado cuando alimentaba de papel las prensas.  Entonces tenía 11 años y compartía el oficio de mecánico de las máquinas con la escuela primaria del profesor Arquímedes Martínez, donde le enseñaron contabilidad, música, urbanidad, gramática, matemáticas, ortografía, historia patria y universal, religión.

Fue en esos días de prosperidad cuando disfrutó del reinado de María Pedemonte,  la presentación del Descubrimiento de América en desfiles por la ciudad, temporadas de ópera, zarzuelas y operetas de compañías teatrales de fama, como la Santa Cruz. «Casi toda figura de renombre que llegó al país pasó por Macorís en aquellos tiempos», narra.

Residía en aquella esplendorosa comarca cuando se descontinuó «el vaporcito «La Estrella», que hacía diariamente el trayecto marítimo y «se abrió la carretera de San Pedro de Macorís para la capital de la República». Pero sobrevino el declive y con el pretexto de que el muchacho debería hacer el bachillerato y en aquel pueblo no había escuela normal, la familia se mudó al Distrito.

En la Capital

Hijo de Eduardo Romero Matos y Angélica Beltré, don César es versátil, locuaz, erudito, conocedor por estudios y experiencias de diferentes ciencias y ejercicios. Su mente es clara y su memoria un premio. En su siglo de existencia sólo le afecta un glaucoma que «avanzó por descuido», según su hijo Ángel Luis. Pero puede leer y escribe, aunque precisa de ayuda para movilizarse. Desde hace un tiempo reside en Murcia, España, junto a su esposa Ernestina Santana, madre de sus hijos César Eduardo (fallecido), Enriquillo, Alejandro Ernesto, Angel Luis Manuel y Angélica.

Es símbolo de la lucha antitrujillista que anduvo por Cuba, Venezuela y Estados Unidos donde sus hogares fueron refugio de exiliados, entre ellos el profesor Juan Bosch. Escapó a cuatro atentados de esbirros de Trujillo.

Abogado, escritor, servidor público, administrador de empresas, experto en negocios internacionales, catedrático universitario, antes de oponerse al régimen fue vecino del llamado «Perínclito» cuando éste no había ascendido al poder. El futuro «Jefe», al que conoció cuando apodaban «Chapa», pasaba por el frente de su casa. José Trujillo Valdez (Pepe), su padre, llegaba a buscar una botella del ron haitiano «Clerén» que le dejaba el gobernador de Azua, y «Negro» Trujillo pedía consejos a su papá sobre si debía ingresar a las Fuerzas Armadas o ser dentista.

Horacio prohibió un danzón

Rememora el ciclón de San Zenón, durante el que salvó la vida guarecido debajo de dos paredes que chocaron y quedaron apoyadas una contra la otra. Después, la familia Romero Beltré fue acogida por sus parientes, los Dreyfus, en la calle Padre Billini. «Un acontecimiento no me ha dejado olvidar el sitio. El país, en su catástrofe, fue socorrido con el auxilio de varias naciones. La ayuda del gobierno Británico es inolvidable, con dos unidades de su armada, los cruceros Dannae y Ahrens, con socorros muy sustanciales, especialmente para el alcance del pueblo, de la dieta diaria, que era escasa».

Don César todo lo recuerda, como si nada le hubiese sido ajeno. Relata con asombrosos pormenores los actos de la toma de posesión de Horacio Vásquez cuando el gobierno del cubano Gerardo Machado «envió valiosos regalos, entre ellos unos 50 caballos del tipo «percherones». Y evoca el deleite de la orquesta femenina que puso de moda los danzones cubanos. «El baile de inauguración del gobierno de Horacio Vásquez se llevó a efecto en el edificio que empezó a llamarse «La Presidencia» pues antes era la Contraloría General de Aduanas», y agrega:

«Yo era uno de la multitud de mirones y disfrutaba de la maravillosa música popular cubana, cuando permitían oírla miles de ranas que habían brotado de los charcos producidos por lluvias caídas en días recientes». La letra de un danzón, que al igual que la música era «de una gran sensualidad», hasta el punto de que Horacio Vásquez la prohibió, viene a su mente: «Se llamaba «Chocolate» y decía: «Menéalo, menéalo, que se empegota». Y comenta: «Vásquez  era riguroso al principio, pero sin duda, fue blandengo al final».

En La Normal  tuvo como compañeros a Rafael Alburquerque Zayas Bazán, Héctor León Sturla, Néstor y Pedro René Contín Aybar, Juan O. Velásquez, Francisco A. Lora, Luis García Mella (Tirito), Wenceslao Troncoso Sánchez, Hernán Mejía Sánchez, César Dargan, Joaquín M. Incháustegui Cabral, Bienvenido Nadal, Pablo Jaime Viñas, A. H. Castillo, Ramón Lovatón Pittaluga, Ramón Báez López Penha, Adolfo Valdez, Carlota Rodríguez, Delta Gutiérrez, entre otros. Ahí fundó el periódico estudiantil «La voz Juvenil». Creó también la sociedad «Cenáculo de la Juventud».

Estudió Derecho en la Universidad de Santo Domingo donde se graduó de abogado e instaló su bufete junto a Rafael Alburquerque Zayas Bazán y Néstor Contín Aybar. Refiere que «Julio Ortega Frier nos envió clientes, entre ellos al ex gobernador Lico Castillo, quien era litigante constante en asuntos de tierras».

Antes de su exilio, Romero trabajó en la Dirección General de Presupuesto, en el Tribunal de Tierras, en la Contraloría del Ministerio de Hacienda y fue oficial Mayor de Justicia, posición a la que renunció. «No recuerdo otra persona que le renunciara un cargo al tirano, eso era peligroso porque consideraban enemigo al renunciante», manifiesta.

Fundador de la revista «Caribes», fue nombrado finalmente Cónsul General en Santiago de Cuba. Allí tuvo dificultades con los antitrujillistas, que lo atacaron por la prensa. Los trujillistas, por otro lo lado, lo espiaban.  Un día le enviaron su cancelación y se marchó a Venezuela. Volvió discretamente a la República trayendo, asegura, «un proyecto para desarrollar que no fue descubierto». Cayó preso por una carta que escribió a Trujillo recomendándole un cambio en su procedimiento. En libertad, se trasladó a Estados Unidos donde siguió su labor de combate al régimen. «Esa fue la época más peligrosa de mi vida. Donde quiera que iba descubría que tenía dos policías vigilándome».

Hace inventario de protestas, movilizaciones, crímenes, atentados en su contra. Regresaría a Venezuela con Rómulo Betancourt en el poder para luego retornar a Estados Unidos donde fue catedrático en la Universidad de Notre Dame, profesor de los candidatos a integrar el Cuerpo de Paz y de español a directores de escuelas secundarias. Volvió al país tras el ajusticiamiento de Trujillo. Durante el gobierno del Triunvirato sostuvo el programa «La Verdad Dominicana» «con la colaboración de Radio Pueblo, de Poncio Pou Saleta».

Entre sus libros publicados están «Lo dije» y «Del duro exilio». En este último relata la fábula de dos perros en la frontera durante el trujillato: «El perro haitiano le dijo al dominicano: «Tú te ves muy bien, parece que comes y yo me estoy muriendo de hambre» a lo que el perro dominicano contestó: «Yo me estoy muriendo porque no me dejan ladrar».

A sus 100 años, César Romero Beltré escribe coherente, con estilo impecable, profundidad. Su más reciente articulo, «Estrategia de ETA», fue publicado el pasado mes en «El Faro de Murcia».

Un hombre de los tiempos de Concho  Primo,»cuando todo el mundo usaba armas y la pólvora se vendía en todas las bodegas»

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